Bianca estaba agradecida, sí, es decir, ¿cómo no estar agradecido con alguien que te ha salvado la vida? Pero se sentía tan culpable por lo sucedido y preocupada, que no se dio cuenta de que se durmió, hasta que la despertó una conversación lejana.
De la nada, un grupo de hombres la acorralaron en un callejón, no sabía dónde estaba o cómo llegó allí, pero sí que estaba aterrada, y al pedirles que se alejaran, descubrió que esa voz no era la suya. Además, no podía hacer nada salvo observar, pues su cuerpo no respondía. Temió estar dentro de otra muñeca de madera, pero podía escuchar su corazón latir con prisa, invadido por el terror. Les insistió para que se alejaran, amenazando con despedazarlos y cuando no quedaba lugar a donde ir, se levantó extendiendo la mano hacia ellos. Con los ojos llenos de lágrimas dio una última advertencia que nuevamente fue ignorada.
—Lo lamento —exclamó antes de cerrar la mano—. Les dije que me dejaran solo.
Bianca observó por el rabillo del ojo como los hombres se desarmaban. Las extremidades se separaban del torso y caían con un sonido seco, similar al de una marioneta cuando cortan sus hilos. ¿Qué acababa de pasar? ¿Los había asesinado sin siquiera tocarlos? Antes de poder espantarse, se percató de que no había una sola gota de sangre y aunque despedazados, los miembros aún se movían. Aquellos no eran humanos, no podías solo matarlos. Pasó entre ellos disculpándose repetidas veces y se alejó corriendo por las calles de Berier.
En el reflejo de una ventana, Bianca pudo ver a un joven alto, de cabello despeinado y barba ligera; cubierto por una sucia túnica desgastada, pero solo reconoció a Rayden al descubrir el profundo verde de sus ojos. Aunque ya no lo seguían, él no dejó de correr hasta internarse en el bosque, ocultándose en una cueva distante y, agotado, se durmió. En ese lugar pasaba los días, sin sufrir las inclemencias del tiempo, pues cada mañana despertaba cubierto por las hojas secas, que como una manta lo resguardaban del frío.
Los árboles lo cuidaban y eran capaces de arder para que se calentara. Siempre encontraba comida a su lado, pues ellos maduraban sus frutos para él y robaban de ser necesario. Las ramas ocultaban la entrada cuando alguien lo buscaba y eran capaces de matar para protegerlo, pero no podían ayudarlo a escapar. Bianca lo observó deambular por el bosque. Miraba de lejos la mansión, deseando con todas sus fuerzas qué ardiera hasta las cenizas e intentó quemarla en varias oportunidades, pero la mágica madera se restauraba.
Cuando las personas de Berier lo atrapaban, lo encerraban allí y por eso la miraba como a una prisión y no como al lugar en el que creció. Él no era capaz de recordar su infancia, salvo por la imagen distante de un niño sentado en el marco de una ventana. Entre sus memorias no existían imágenes de sus padres o sus hermanos, y tampoco vivencias con alguno de ellos. En su recuerdo más lejano, se encontraba perdido en los pasillos y un hombre que Bianca reconoció como Raighné, lo empujaba fuera de la casa mientras luchaba para que las marionetas no lo atraparan.
—Debes irte, Rayden —suplicó con el cuerpo cansado—. Él volverá a reemplazarme y no quiero que te lastime, hijo. Eres todo lo que me queda, por favor, vete. Huye de Berier, tan lejos como puedas. Deja esta mansión podrirse y perderse en el olvido. Haz, lo que yo debí…
Rayden no lo reconocía, pero no dudó en escapar sin mirar atrás. No quería regresar allí.
La voz de Rebeca la sacó del sueño y se levantó confundida, tratando de entender cómo llegaron a ella esos recuerdos. Era ridículo pensar en pedir una explicación al respecto, pues ni siquiera podía aclarar cómo había pasado. El tiempo se fue deprisa, y distraída, no terminó sus labores hasta después de que Rebeca la apresurara. Pasando por la biblioteca, miró disgustada los trozos de la baranda y mientras el sueño regresaba a su memoria, los tomó pensando que estaba por hacer una locura. Subió, se sentó en el suelo y luego de acomodarlos, los puso en su lugar.
Dejó escapar un grito viendo la madera restaurarse y la baranda quedar como nueva. Ante el alboroto, Graciel irrumpió desde la entrada del primer piso, pero ella se ocultó y permaneció en silencio hasta que se fue. Gateó a la baranda y la empujó con fuerza, pero no se rompió. Se dio vuelta y la pateó con ambas piernas, sin causarle ni una grieta. Se puso de pie y se recostó en ella, sin que se moviera ni un centímetro. Frustrada se rascó la cabeza pensando, ¿cómo podía explicar algo así? Estaba segura de que, si lo mencionaba, Rebeca no le creería y Graciel lo negaría todo.
Respiró profundo mientras estudiaba su situación. Era evidente que sucedía algo fuera de lo común y se relacionaba con la familia Lonieski. Un hecho del que su último miembro intentó escapar sin éxito y que de alguna manera acabó por involucrarla a ella. Estaba atrapada en una mansión que no podía ser destruida y con un ser capaz de controlar la madera a su antojo, al que además lo protegía el bosque, ¿cómo fue que terminó en ese predicamento? ¿En qué momento su vida se transformó en un libro de fantasía olvidado?
Aún estaba recostada cuando Graciel entró por la puerta principal y la vio tras levantar la cabeza.
—Bianca. ¿Qué haces allí arriba? —interrogó desconcertado—. No vas a saltar, ¿verdad?
—Señor Graciel. ¿Puedo preguntarle algo?
El rostro del caballero, aunque inmutable, palideció y sus ojos se paseaban entre los de Bianca y la baranda reparada, mientras trataba de inventar una mentira, convencido de saber cuál sería la pregunta. Ella bajó con cuidado y caminó despacio hasta donde él se encontraba.
Editado: 19.11.2024