El Carpintero

Tormenta de Nieve

Después del incidente en las escaleras, Rayden guardaba, entre aquellas memorias, el deseo de no despertar de nuevo en la tétrica mansión, sin embargo, ese no era su destino. 

Aunque atrapado en esa prisión, el cálido toque que sintió en la frente al despertar resultó reconfortante. Le aliviaba saber que no estaba solo, pero lo desconcertó el suspiro de alivio que escuchó poco después y miró a Graciel sonreír, antes de sentarse en la mesita de centro del recibidor.

—Ese fue un buen golpe —dijo paciente—. Me diste un buen susto. Debes tener más cuidado. Temí que no despertaras. 

—¿Estás bien? —interrogó Rayden preocupado.

—Por supuesto que sí —respondió con molestia—. Yo no soy quien tiene un golpe en la cabeza y ha estado inconsciente por siete días. 

—No imaginé que fuese tanto tiempo.

—¿Cómo te sientes? —interrogó con una sonrisa—. ¿Te duele algo?

—No, nada en realidad, pero tengo hambre. 

—Qué maravilla, porque el almuerzo está listo. 

—Graciel, ¿seguro que estás bien? —insistió—. Luces pálido.

—Es solo un resfriado. Nada importante —aseguró levantándose—. Son comunes en invierno. ¿Puedes acompañarme al comedor?

—Sí, con gusto.

Después de comer, Graciel se disponía a ordenar la mesa, pero Rayden se adelantó. Regresaron al salón donde era más cálido y el mayordomo se tomó una medicina antes de acostarse a descansar. Rayden jugueteaba, cincelando un trozo de madera con las herramientas doradas y cada tanto miraba la nieve a través de las ventanas. El hombre no despertó esa noche y Rayden cenó sin molestarlo. Al descubrir que temblaba, solo lo cubrió con otra manta, pues no estaba seguro de cómo ayudarlo. 

Se sentó en el suelo, se recostó del mueble a esperar que despertara y acabó por dormirse. En la mañana se alegró de ver que Graciel ya no tenía fiebre, pero como no despertó, Rayden desayunó solo. Al acabar de comer se acomodó en el mismo lugar a darle forma al pedazo de madera y se durmió, hasta sentir a Graciel incorporarse.

—¿Qué haces allí? —interrogó confundido—. Ya casi debe ser hora de desayunar.

—De almorzar, de hecho. De seguro tienes hambre. Aún hay comida de…

—¿Preparaste algo? —interrogó sorprendido.

—Aprendí varias cosas hace mucho, aunque yo no…

—Me alegra saber eso —interrumpió con alivio volviéndose a tumbar—. Es muy bueno. 

—Deberías comer algo. No estás bien.

—Es solo un resfriado —dijo despreocupado—. Se pasará con descanso. 

—Graciel, te enfermaste por mi culpa, ¿no es verdad? —interrogó apesadumbrado—. Saliste en la nieve para ayudarme.

—Ese fue un buen golpe —se burló—, pero lo que dices no es verdad. Esto ha sido enteramente mi culpa.

—Podrías comer algo, por favor.

—Está bien —dijo con calma.

Graciel comió despacio, volvió a recostarse y Rayden continuó cincelando hasta dormirse, pero despertó poco después con el sonido del murmullo. Disfrutó el silencio por el breve momento que duró y aunque deseaba encontrar la forma de detener el ruido, no quería dejar solo a Graciel. Inútilmente, intentó despertarlo para que cenara, pero como no tenía fiebre, lo dejó descansar. Después de comer, volvió a sentarse en el mismo lugar para continuar dando forma al muñeco, pues el incesante cuchicheo no lo dejaba dormirse. 

Vio la llegada de la mañana, pero Graciel no despertó. Mantuvo la esperanza de almorzar juntos y después de desayunar, continuó tallando para distraerse, pues en medio del silencio, el murmullo se volvía cada vez más fuerte y pesado. Su apetito lo hizo consciente de que casi era hora de merendar e intentó despertar a Graciel una vez más, pero descubrió que apenas respiraba. Lo sacudió con fuerza, lo llamó a los gritos, lo sentó con cuidado mientras repetía su nombre y entonces, en medio de su angustia, el susurro se volvió claro.

—Está muerto —dijo con frialdad una voz masculina y ronca.

—Silencio —ordenó furioso—. Aún sigue vivo.

—No lo estará por mucho.

—No. No voy a dejarlo morir —declaró levantándose—. Por favor, despierta. 

—Ya no puede escucharte.

—Cállate.

Angustiado, pasó los brazos de Graciel sobre sus hombros para cargarlo en su espalda, y reuniendo todas sus fuerzas se levantó, pero al dar unos pasos, acabó de rodillas. Conteniendo el aliento, volvió a ponerse de pie y caminó a la puerta principal, mientras escuchaba esa voz reírse de sus esfuerzos. Un golpe del viento helado lo obligó a retroceder, haciéndolo tropezar y al girar para que Graciel no se golpeara, acabó lastimándose el brazo al tocar el suelo. Soportando el dolor, intentó levantarse una vez más, pero solo logró ponerse sobre sus rodillas. 



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En el texto hay: traicion, romance, famialia

Editado: 28.09.2024

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