El Carpintero

Mano Articulada

Como quien regresa de la muerte, Bianca despertó inhalando con fuerza. Asustada y confundida, no quiso dejar la habitación sabiendo que el mayordomo era otro de los muñecos de madera que tanto la horrorizaban. Temió que tratara de lastimarla, si descubría que ella lo sabía. ¿Acaso no había nadie confiable en ese lugar? Caminando en círculos, pensaba que hacer, enfrentarlo no era una opción, y como Rayden era el responsable, tampoco podía hablar con él. Necesitaba contárselo a Rebeca. 

No quería ser una más de las marionetas de Berier y andar por allí, despedazada y desecha. Casi sintió alivio cuando la mujer bajó a pedirle que se diera prisa, pero volvió a sus quehaceres de inmediato y no pudo detenerla. La única manera de hablarle era en la cocina o después de cenar, pero entonces debía terminar sus labores, o acabaría por levantar sospechas. Se preparó, corrió a la cocina, procurando mantenerse alejada de Graciel, y cerca de Rebeca para hablar con ella. Sin embargo, cada vez que trataba de contarle algo, alguien las interrumpía. 

Angustiada, no abandonó la cocina ese día y aunque estaba en la mesa a la hora de cenar, no podía probar bocado. No se percató de que las criadas se habían ido, hasta que Graciel se le acercó.

—Bianca, no has comido nada —dijo preocupado—. ¿Te sientes bien?

—¡Aléjese de mí! —gritó dando un salto.

—¿Qué sucede?

—¡Usted es como ellos! —declaró mientras retrocedía—. Ya no podrá engañarme. 

—¿Bianca que tienes? —preguntó Rebeca.

—Él es un mentiroso —respondió señalando a Graciel—. Debes alejarte.

—¿De qué estás hablando?

—Es de madera. Igual que los muñecos de la ciudad y la habitación. 

Rebeca y Graciel permanecieron en silencio mirándose el uno al otro y Bianca retrocedía asustada, incapaz de respirar. 

—Ya lo sabías —tartamudeó nerviosa—. Tú lo descubriste.

—Pequeña, necesitamos hablar —dijo Rebeca tratando de calmarla.

—Es verdad. ¿Lo supiste todo el tiempo?

—No —respondió con rapidez—. Lo descubrí hace poco. 

—Bianca, no es algo fácil de explicar —dijo Graciel con cautela—. ¿Acaso piensas que puede confesársele esto a cualquiera?

—Yo confié en usted —clamó llorosa—. Creí que me ayudaría y es uno de ellos.

—No debes hacer acusaciones como esas —exclamó Rebeca con firmeza—. Necesitamos hablar, por favor. 

—No —gritó retrocediendo—. Quiero irme de aquí.

Bianca dejó la cocina a toda prisa y lanzándose en su cama se puso a llorar. Rebeca entró en silencio y se sentó a su lado, haciéndola dar un salto y alejarse a toda prisa.

—Calma, Bianca —pidió en tono conciliador—. Necesitamos hablar, pero debes tranquilizarte.

—¿De verdad lo sabías? 

—Lo descubrí antes que tú, pero no podía decírtelo. No luego de lo que sucedió en el tercer piso, tú no querías volver a la mansión y…

—Algo malo ocurre en este lugar —interrumpió angustiada—. Debemos irnos, no es seguro. ¿Por qué si lo descubriste no nos fuimos?

—Hija mía, cálmate y escúchame —suplicó Rebeca tomándole la mano—. Sé muy bien que cada palabra que cuentas es cierta…

—Entonces… ¿Por qué aún estamos aquí?

—No podemos irnos —respondió bajando la mirada—. Al menos yo no.

—¿Qué? —Bianca no quería saber la explicación, pero no pudo evitar hacer la pregunta.

—Esperaba no tener que confesarte esto —respondió con una mezcla de pesar y alivio—. Supongo que las cosas no serán como yo quería.

—¿De qué estás hablando?

—Cuando estuve enferma, no podía dejar de pensar que no deseaba morir, que no sabía que sería de ti y que no podría cuidarte. Al menos eso creí —explicó con calma y guardó silenció un instante antes de continuar—. Cuando conversé con Graciel, él me ofreció la oportunidad de quedarme un poco más.

—Son mentiras —chilló Bianca llorosa—. Por favor, di que mientes.

—Sabes que mentir, no es de las cosas que hago.

Rebeca se quitó uno de los guantes y Bianca consternada se cubrió la boca, viendo los dedos y la muñeca articulados. Habría retrocedido más, pero de hacerlo se caería de la cama y entonces llegaron a su mente los detalles que en un comienzo le parecieron insignificantes. Todas las pistas estaban frente a ella y prefirió ignorarlas, convenciéndose de que no había puesto la debida atención. 

—Por eso no podía oír tu corazón. Por eso ya no comías. 

—Lamento que lo descubrieras así —dijo volviendo a colocarse el guante.

—Él te hizo esto —gritó señalando la puerta—, él te obligó.

—No, mi niña. Claro que no —aseguró sujetándole la mano—. Fue mi decisión. Estaba en total uso de mis facultades. Tenía miedo, es verdad, pero seguía consciente de las consecuencias. 

—¿Debes quedarte aquí?

—No puedo alejarme demasiado.



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En el texto hay: traicion, romance, famialia

Editado: 19.11.2024

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