El Carpintero

Atado al Bosque

Bianca descubrió que estar atrapada en aquel mundo etéreo, comenzaba a volverse sencillo e incluso llevadero al dejar de resistirse. Tenía la sensación de que descubría aún más cuando les permitía a las memorias fluir a su antojo. 

Rayden despertó en uno de los muebles del recibidor y sentía dolor de pies a cabeza, le costaba respirar e incluso mover los dedos le provocaba una sensación punzante. Mirando por la ventana descubrió que era de noche y pudo ver sobre la mesa una nota debajo de las herramientas. Sentarse y tomarla fue casi un martirio.

“De verdad no sé cómo me salvaste de la muerte, pues no tengo dudas de que fallecí, antes de despertar y verte, no obstante, preferiría no saberlo. Descubrí que soy de madera y no sé bien cómo asimilarlo. Aprecio la segunda oportunidad y te la agradezco infinitamente, sin embargo, me siento asustado y confundido. No quiero que pienses que estoy molesto contigo, porque no es verdad. Aun así, regresaré a Berier. Necesito tiempo para entender qué sucedió. Hay suficiente comida, podrás llegar al final del invierno. 

Terminé el plan de escape con detalles y lo revisé varias veces para confirmar que no hubiese fallas. No deberías permanecer en esta ciudad. Te preocupaste por mí, y yo no sabía todo lo que sufrías. Lamento no haberte creído cuando dijiste lo de las voces y las muñecas de madera. Perdóname por llevarte a esa casa. No sé qué hay allí, pero no me agrada. Ese lugar no es seguro para ti y Gloria estaría de acuerdo conmigo. Debes irte de este pueblo, porque sé que vas a despertar, no tengo duda de ello. Atte. Graciel”

Arrugar el papel acabó por lastimarle la mano, e incluso con el malestar hizo un esfuerzo y lo lanzó a la chimenea apagada. Un dolor punzante nacía en su pecho y se extendía a sus brazos, provocándole un nudo en la garganta. La contrariedad lo molestaba, aunque le agradaba saber que Graciel continuaba vivo, sentía que se había ganado un enemigo y ¿quién podría culpar al hombre por odiarlo? Quizás era capaz de corregir su error, pero entonces debía convertirse en el emisario de la muerte y eso tampoco era lo que quería. Después de sopesarlo se sintió aún más arrepentido, pues en realidad no podía resolver nada, e ignorando todo se tumbó para volver a dormir. 

El rugido de la tormenta lo despertó varios días después, y su cuerpo se estremeció a causa del frío. El fuego se había apagado de nuevo y como no quedaba leña para la chimenea, supo que el final del invierno se acercaba. Tomó un largo respiro y se dio vuelta, pero permaneció tumbado hasta que el sol salió. Colocó las herramientas en su cinturón, comió, recogió provisiones y abandonó la mansión. Caminando con la nieve hasta las rodillas temblaba de pies a cabeza, pues aun con el sol brillando, el frío calaba sus huesos y la brisa que soplaba le golpeaba el rostro, pero nada de eso le molestaba. 

En lugar de ir a Berier, se internó en el bosque hasta encontrar la cueva y entró con una sonrisa. Dejó las cosas a un lado, se tumbó y sin hacer el menor esfuerzo se durmió. Sintiéndose en paz en su silencioso rincón del mundo, despertó cubierto de hojas secas antes del atardecer. Encendió una fogata y sentado junto a la entrada miró la tormenta. Tenía libros entre las cosas y se distrajo con ellos por varios días, hasta que unas voces distantes perturbaron la calma del bosque. 

Esa tarde no soplaba la brisa y era fácil escucharlo todo. Colocó la mano sobre uno de los árboles, cerró los ojos y pudo ver a los hombres que deambulaban buscándolo, pero no se preocupó. Regresó a la cueva y de un chasquido ocultó la entrada entre las raíces de un árbol que estaba sobre ella. Se sentó a leer su libro, ignoró a los intrusos y tal como esperaba, abandonaron el bosque antes del anochecer. 

En la mañana lo despertaron sus gritos, pero como las raíces continuaban ocultando la cueva, pasaron sin verlo. Esperó a que se alejaran y caminó hasta a un manantial, reunió el agua que necesitaba y agradeció en voz alta al encontrar un pequeño montón de frutas en la entrada y se sentó a comer. Los hombres regresaron durante varios días, pasando frente a la cueva sin dar con ella, y después de que dejaron de insistir, un hombre de ramas se acercó a la entrada a conversar con Rayden.

—Buenas tardes, carpintero.

—¿A qué se debe tu encantadora visita? —interrogó con una sonrisa.

—Mi señor tenía planes de escapar. ¿Acaso los ha abandonado?

—No, aún no he cambiado de opinión respecto a eso.

—Nosotros podemos ayudarlo —indicó el caballero de madera con suavidad—. Las personas del pueblo lo buscan y no queremos que lo lastimen.

—¿Sabes que es lo que quieren?

—No. Por desgracia no pudimos descubrirlo —respondió con pesar—. Nosotros no debemos entrar a Berier. 

—Comprendo. Necesito que cuiden de alguien antes de irme.

—¿El mayordomo de madera?

—Así es. ¿Podría dejar su espíritu atado al bosque?

—Nosotros aceptaríamos la tarea con mucho gusto —aseveró el hombre de madera—. Si de esa manera usted puede estar a salvo. 

—En ese caso, he terminado con lo que faltaba. 

—Esperaremos por sus palabras, mi señor. Que descanse.



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En el texto hay: traicion, romance, famialia

Editado: 19.11.2024

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