Inicio sus tareas como de costumbre aunque seguía desconcertada, invadida por la sensación de que Rayden buscaba las respuestas en el lugar equivocado, por qué, aunque en el despacho había muchos libros, si Raudel era tan listo y Nathalia lo bastante mala, no dejarían las pistas al alcance y, aún menos, si no querían que sus descendientes abandonaran la mansión. Además, las acciones de Raudel no dejaban de rondar su cabeza, porque el hecho de que quisiera convertir a Rayden en madera, no podía ser un simple capricho.
Cuando terminó de limpiar se encaminó a la biblioteca, pero escuchó la puerta del despacho y al asomarse, vio a Rayden salir con otro libro entre los dientes. Resopló molesta, pues estaba convencida de que allí él no encontraría lo que buscaba, pero no quería tener que explicarle cómo lo sabía, incluso si él ya sospechaba algo. Tomó un largo respiro y lo interceptó en la escalera.
—¿No sería más sencillo pedirle a Graciel subirlos todos? —dijo tomando el libro y clavando la vista en las páginas, fingiendo revisar para evitar su mirada.
—En realidad sí —reconoció pensativo—. Sin embargo, preferiría que no lo hiciera.
—¿Por qué no?
—Pues, es la única excusa que tengo para salir y estirar las piernas.
—Comprendo —dijo despacio subiendo la escalera—. Lo dejaré en la mesa.
—Gracias.
Aún se sentía culpable por lo de la biblioteca y aunque Graciel aseguraba que Rayden dejaría las muletas pronto, a ella le parecía que se tardaba demasiado. Incluso si era contradictorio, quería que mejorara de una vez, porque tal vez no se sentiría menos culpable, pero estaría menos preocupada. Estaba por dejar la habitación cuando recordó que aún no veía la muñeca en el balcón, y se preguntó si sería cómo la del salón de música, aunque no tenía sentido que fuesen iguales.
Recordó que Graciel era el primer hombre de madera hecho por Rayden y según lo que le escuchó decir a Rebeca, la muñeca del balcón estaba desgastada y vieja, por lo que, no podía ser la segunda y si era cómo la del salón o las del tercer piso, quizá ni siquiera era obra suya.
—¿Sucede algo? Bianca —preguntó haciéndola volverse.
—Hay alguien en el balcón —dijo señalando la cortina.
—No, es solo una muñeca —tomó un respiro profundo y se sentó a leer—. Tiene algo de tiempo en ese lugar.
—¿Es como las del tercer piso? —Bianca sintió un escalofrío al recordarlo.
—Pues… esa nunca se ha movido. —Se volvió hacia el balcón mientras subía el codo a la mesa y sujetaba su cabeza con la mano izquierda—. Y yo no sabía de las que estaban arriba. Quizás se encontraban juntas antes.
—¿No conoce su propia casa? —interrogó con cautela, aun sabiendo que no era lo correcto.
—La conozco, simplemente no recuerdo lo que hay en ella. —Rayden cerró los ojos e hizo una pausa—. La verdad, no he revisado todo.
—Lamento lo que pasó, porque ahora debe esperar a poder caminar.
—No vale la pena disculparse por algo cómo eso —aseguró amable tomando el libro una vez más—. Que la baranda estuviese rota no fue tu culpa. Además, en realidad yo no deseo saber qué hay en esta casa. Créeme, he tenido tiempo suficiente para pasearme del sótano al techo.
—¿Y si alguien más lo hiciera, estaría mal? —interrogó recorriendo el piso con la mirada para esquivar la suya—. Es que es grande y muy hermosa. Es agradable pasear por ella y quizás…
—Siempre que tengas cuidado —interrumpió sin dejar de leer—. Sentir curiosidad es natural, sin embargo, no quisiera que algo más te suceda.
—¿Cómo qué?
Rayden tomó un respiro, pasó la página, y dejó de leer. Bianca sintió que el corazón se le saldría cuando lo vio cerrar los ojos. Las herramientas no estaban en su cinturón, aunque no significaba que no estuvieran al alcance de sus manos. Se lo imaginó saltando sobre ella en un instante y enterrándole la gubia en el pecho para convertirla en madera y nerviosa las buscaba con la mirada cuando lo escuchó hablar.
—No llevó la cuenta, en realidad —dijo distrayéndola de ideas absurdas—. Entre lo del bosque, la biblioteca y las muñecas del tercer piso; creo que es suficiente para ser precavidos.
—Pensé que lo de la baranda fue un accidente.
—Justamente por esa razón debes tener cuidado —aseveró volviendo a leer—. Hay muchas cosas de esta casa que ninguno sabe.
—Sí, es verdad —reconoció meciéndose en su lugar.
Bianca estaba por abrir la boca cuando Graciel entró a la habitación.
—Buenas tardes —dijo con una sonrisa—. Traigo la merienda y a cierta señorita la busca Rebeca.
—Voy enseguida —exclamó de un salto—. Con permiso.
—Recuerda tener cuidado —dijo Rayden antes de que dejara la habitación.
—¿Con qué? —interrogó Graciel preocupado, pero Bianca ya no estaba.
Ayudó a Rebeca, tomó la merienda y volvió a la biblioteca a buscar un libro. Caminaba por los pasillos del tercer piso cuando escuchó a Graciel, y al acercarse a la baranda lo vio frente a la puerta principal, haciéndole señas para que bajara.
Editado: 19.11.2024