El Carpintero

Grandes sacrificios

Entre sueños, escuchó llorar a Raighné, y sintió cómo el terror inundaba el cuerpo del pequeño, quien, de rodillas en la oscuridad, rodeado por las almas de los prisioneros, los escuchaba gritar su nombre y exigir que devolviera lo robado. Repetían que no merecía vivir y que la hechicera debía pagar. Intentaban lastimarlo, pero la magia de Nathalia lo resguardaba de sus manos y, aun así, el pánico lo paralizaba. En ese instante un grito de agonía detuvo todo y los condenados cayeron retorciéndose, al tiempo que sus cuerpos se convertían en polvo negro. 

La oscura nube rodeó al niño, dejándolo sin escape, transformando la madera en carne e inundando con su odio a Raighné. El dolor de ser traspasado por finas espinas de acero empeoraba cada segundo, haciendo que se retorciera para tratar de alejarse, mientras pedía perdón a gritos. Los escuchaba recriminándole lo que la hechicera hizo para darle la vida que a ellos les arrebataron. Cuando hasta la última de las voces guardó silencio, Raighné tomó un profundo respiro y por primera vez pudo escuchar el latido de su corazón. 

El cuerpo le dolía y no deseaba moverse. El dolor fue algo desconocido hasta ese momento, y no comprendía por qué su madre quería transformarlo en una criatura capaz de sentir algo tan horrible. Cada tanto, su ser se estremecía, empeorando la sensación. Trataba de concentrarse en el sonido de su respiración, que apenas se interrumpía con sus sollozos, mientras sentía la calidez inundar y recorrer su cuerpo, pero algo en su pecho le causó un ardor apenas soportable y volvió a escuchar a los prisioneros. 

La voz de Raudel les ordenó guardar silencio y una nube dorada envolvió el cuerpo del niño. El dolor desapareció entonces y pudo sentir a su padre levantarlo, pero al mirarlo se sintió confundido, pues se trataba de un espíritu con cuerpo traslúcido, formado de polvo dorado. 

—¿Estás bien? —interrogó Raudel examinándolo—. Qué extraño, tu cabello se oscureció. ¿Acaso la magia se corrompió?

—No lo sé —sollozó con pesar—. Pero no me gusta esto. Esa sensación horrible que tengo en mi cuerpo. 

—Se llama dolor. —Lo abrazó con fuerza mientras lo mecía—. Ya pasará, lo prometo. 

—¿Mamá de verdad lastimó a todas esas personas?

—A veces, para lograr cosas grandes, se necesitan sacrificios, Raighné. Lo aprenderás cuando crezcas. 

—Eso no es justo. Yo era feliz siendo un hijo del bosque.

—Eres sabio como los mismos árboles —sonrió orgulloso acariciándole la cabeza—. Yo sé que dices la verdad, sin embargo, tu madre quería un hijo más parecido a ella.

—¿Por eso usó a la gente del pueblo?

—Así es, aunque eso ya es historia pasada. Nadie los extrañará —aseguró con calma—. Eres el nuevo carpintero dorado y tienes una obligación que cumplir. 

—Yo no sé cómo hacerlo.

—Las herramientas te enseñarán todo lo que necesitas saber y el bosque se convertirá en tu aliado junto con la magia. 

—¿Te irás?

—Es lo necesario para darte vida. Pero no estaré lejos de ti. —Extendió la mano ofreciéndole las herramientas doradas—. Ahora debes ser bueno, es tu turno de tenerlas.

Raighné dio un pesado suspiro, las tomó con cuidado y vio a su padre desvanecerse mientras el polvo dorado se fundía con las piezas en sus manos. Escuchó los murmullos de los prisioneros y al levantar la cabeza se encontró rodeado, pero con las herramientas en su poder no lograrían hacerle daño. Aun así, con el roce de sus dedos, Raighné fue capaz de ver a todos los que habían dejado y sintió el sufrimiento que pasaron para que él pudiera estar con vida. Despertó tiempo después en su habitación, con las herramientas sobre su pecho. 

Frente a un espejo se descubrió como un niño, lleno del poder y la magia de su padre. Mirarse, era mirar a Raudel. Aún estudiaba su reflejo cuando Nathalia entró a la habitación y lo levantó dándole un fuerte abrazo, orgullosa con su éxito. Raighné ya no sentía dolor, aunque una incómoda sensación se alojó en su pecho. Amaba a su madre, pero las voces de los prisioneros, no dejaban de murmurar y únicamente él podía escucharlas.

—¿Estás bien, mi amor? Quedaste tan hermoso. —Nathalia señaló su reflejo y sonreía emocionada—. Eres tan semejante a tu padre, mi carpintero. 

—¿Por qué tuvo que irse papá?

—Era necesario, mi amor —dijo consolándolo con cariño—. No te preocupes, él no estará lejos mucho tiempo. Tú me ayudarás a traerlo de vuelta. 

—No comprendo.

—Y entonces —sujetándolo de la cintura lo alzó en el aire—. Seremos una familia completa y feliz. 

—¿Cómo, mami? —Nathalia se detuvo y bajándolo, lo miró con una amplia sonrisa.

—Tú harás un cuerpo de madera para él —tocó con picardía la punta de su nariz— y le daremos vida como hicimos contigo.

—¿Con la gente de Berier? —Su voz temblaba al hacer esa pregunta.

—Nadie los extrañará. 



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En el texto hay: traicion, romance, famialia

Editado: 19.11.2024

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