Bianca despertó con las muñecas doloridas y aunque podía sentir el ardor en la piel, no tenía rastros de alguna marca. Vio a la bailarina revisando sus cosas al levantarse, pero de nuevo escapó a toda prisa y sin llevarse nada. Antes de poder concentrarse en eso, escuchó a Rebeca tocar la puerta y se preguntó cómo se la ingeniaban los sueños para despertarla a tiempo cada vez. Terminó sus quehaceres sin distraerse de la muñeca y pasó el día persiguiendo a la escurridiza intrusa, que se detenía en las esquinas a provocarla, para luego correr desapareciendo por los pasillos.
Solo Bianca podía mirarla bailar y caminar por la casa, pues cuando alguien más se acercaba, la muñeca desaparecía enterrándose en las paredes o dejándose caer como un juguete más. Estaba decidida a atraparla y deambulaba tratando de encontrar los lugares donde se escondía, cuando la vio correr por uno de los pasillos. Al ir tras ella, acabó dándose de bruces contra Graciel, quien la sujetó para evitar que se cayera y la miró desconcertado.
—¿Por qué tengo la sensación de que no quiero saber qué sucede?
—Porque usted pensará que es peligroso —dijo poniéndose derecha.
—Entonces, ¿por qué lo haces?
—Causé un desastre y quiero arreglarlo.
—¿Qué sucedió?
—La muñeca de la caja de música…
—Es solo un juguete.
—No, no es así —rezongó dando un zapatazo—. Ella anda corriendo por la casa y buscando entre mis cosas. Debo atraparla y devolverla a la caja.
—¿Sabes cómo volverla a pegar? —interrogó sorprendido.
—No me detuve a planear eso. Aun así, necesito encontrarla y encerrarla en algún lugar.
—Bueno, es pequeña, no debe causar tantos problemas como las del tercer piso. Estaré pendiente para ayudarte.
—Gracias —dijo con una sonrisa.
—Ahora vamos a cenar. Rebeca te está buscando.
—No puede ser. El tiempo pasa demasiado rápido últimamente.
Después de limpiar la cocina, regresó a su habitación y se desplomó en la cama. Pensaba en maneras de atrapar a la muñeca, mientras se preguntaba si Raighné tendría algo que ver con esa caja de música. Aunque no era una de las tareas que Nathalia le pidió hacer, explicaba por qué su sangre estaba allí. Ya era claro para ella el motivo por el que Raighné se enemistó con la hechicera y, sin embargo, no sabía en qué forma Nathalia fue convertida en una muñeca o porque Raighné no se deshizo de ella, pero sabía que bastaría con una noche para descubrirlo, por lo que dejó de pensar y se durmió.
Atrapada en aquel mundo de sueños, escuchó un alboroto en el salón de baile, donde Raighné discutía con Nathalia. En sus manos tenía las herramientas doradas y aunque ella parecía desarmada, las marionetas que conformaban la servidumbre, la protegían. Raighné no podía doblegarlos a todos, pues ella evitaba que pudieran desarmarse.
—Debes dejar a la gente de Berier en paz —exigió furioso.
—Tu padre construyó ese pueblo para mí.
—Quizá sea así, pero él ya no está.
—Los pusiste en mi contra —señaló dando un zapatazo—. Ahora soy una prisionera.
—Te tienen miedo —gritó—. ¿Acaso piensas que no saben lo que ustedes hicieron? Yo no he sido responsable de eso.
—Tú eres la principal razón —aseguró mirándolo con desprecio—. Fue con la intención de darte vida y tú nos traicionaste. Lo hicimos para tener una familia y los preferiste a ellos…
—En un comienzo —dijo Raighné cabizbajo—. Después de que mi padre se sacrificó y me negué a trabajar para ti, cambiaste los planes. ¿No es verdad?
—No sé de qué hablas.
—¿Crees que soy estúpido? —interrogó sujetando las herramientas con fuerza—. La madera tiene voz, para quienes la saben escuchar, hechicera. Ella me contó lo que querías hacerme. Lo que tu corazón de verdad desea. Lo que harías porque no quise crear un cuerpo para él.
—Raudel se sacrificó por ti —interrumpió indignada—. Al menos podrías hacer lo mismo por tu padre.
—De ninguna manera —exclamó furioso sacudiendo la cabeza—. Él tuvo su momento y este es el mío. Yo también quiero vivir.
—Eso ya no es lo que te corresponde —desdeñó apretando los puños—. Tardaste demasiado en cumplir una simple tarea y deberás pagar el precio. No eras más que un triste arbusto y gracias a él ahora eres más que humano. ¿No se merece acaso un agradecimiento de tu parte?
—¿Para beneficiarlo a él o a ti? —preguntó con desprecio—. Tienes miedo de quedarte sola, hechicera. Yo lo sé. Te permitiré estar con Raudel, si es lo que tanto deseas. En estas mismas paredes, justo como él está.
—No lastimarías a tu madre —dijo asustada, dando un paso atrás.
—Yo no tengo una, hechicera —señaló Raighné con firmeza—. La única magia que me dio existencia fue la de Raudel. No existe ningún parentesco entre nosotros. Ni una pisca de tu poder sacrificaste para ayudarlo a darme vida. No te atrevas a mencionar que eres mi madre.
Editado: 19.11.2024