Se acercaba la mañana cuando despertó, pero permaneció inmóvil y distraída, con un pulsar suave y constante que la arrullaba. No quería pensar en nada, pero un recuerdo fugaz de su última conversación cruzó sus pensamientos, haciéndola abrir los ojos y apenas evitó moverse cuando descubrió que él continuaba dormido. Las herramientas estaban en el suelo y toda la casa permanecía en silencio. Respiró profundo y tomándole la mano, se liberó con suavidad de su agarre, para levantar la cortina junto a ellos y divisar el cielo.
Confirmó que las criadas aún no llegaban y acabó por despertarlo al intentar levantarse.
—¿Ya amaneció? —interrogó aletargado.
—Sí. Gracias por rescatarme.
—Fue un placer —bostezó con pesadez—, pero aún tengo sueño.
—Será mejor bajar a su habitación.
—¿Me ayudarías? —La miró extendiendo la mano con lentitud—. No sé dónde están mis muletas.
—¿Cómo subió hasta aquí? —preguntó confundida.
—Perdóname, eso es muy largo de explicar y tengo sueño.
Bianca lo ayudó a ponerse de pie, lo acompañó a la habitación y vio las muletas junto a la cama, pero repetir la pregunta era una tontería. Rayden se desplomó cerrando los ojos y ella sonrió al confirmar que dormía. Terminó de subirlo a la cama, lo cubrió con la manta y bajó a su cuarto a prepararse, cerrando antes de que Rebeca pasara. Suspiró aliviada por no tener que dar explicaciones y llegó a tiempo al comedor para el desayuno. Decidió que hablaría con Rayden si no podía encontrar la muñeca, pues eso de ninguna manera podía empeorar las cosas.
Recorrió la casa sin dar con ella, pero notó una puerta abierta en el tercer piso. No debía estar así y aunque recordaba las advertencias, empujando con cautela y lista para correr si algo sucedía, se acercó a mirar el interior. Encontró unas escaleras y observando a su alrededor para asegurarse de estar sola, subió a toda prisa y se adentró en el ático. Se encontró ante un depósito de cosas viejas, que, de inmediato, dibujó una sonrisa en su rostro, pues ese lugar debía estar repleto de la historia familiar y quizás hasta de los recuerdos que Rayden había perdido.
Sin embargo, tras correr las cortinas de la única ventana redonda por la que apenas entraba un poco de luz, descubrió que solo eran muebles viejos y desvencijados, algunos incluso con moños aún puestos. Se le ocurrió que podían ser los regalos de la boda de Raighné e Isabel, esos que no les resultaron de utilidad, pues ¿Qué clase de persona le regala muebles a un carpintero? Pateando decepcionada el polvo, encontró una pluma con punta de plata en el suelo, que tenía el aspa blanca teñida de manchas café.
La guardó en su vestido y continuó recorriendo la habitación, pero salvo por unos pocos libracos empolvados, nada llamaba su atención. Tampoco encontró allí a la muñeca, y resignada, bajó a pedirle ayuda a Rayden, pero encontró a Graciel saliendo de la habitación con aire preocupado.
—¿Sucede algo? Señor Graciel —interrogó cautelosa.
—Ah, eres tú —dijo con tranquilidad después de mirarla—. No estoy seguro. Rayden ha dormido todo el día. Como si hubiese hecho algún esfuerzo que lo desgastara, pero no consigo descubrir que es, porque no me deja saberlo.
—¿Está bien?
—Pues en el sentido físico, sí —respondió considerándolo un momento—. Quizás solo es cansancio y se le pasará con dormir. Tal vez estuvo bajando al despacho en la noche. Deberé estar más atento.
—Está muy interesado en el concilio de Berier. ¿Verdad?
—Sí, aunque no dejaré que se lastime —afirmó golpeando su palma con el puño—. Incluso si tengo que sacar hasta el último libro de la casa para que se calme.
—Quizá deba subir un par de ellos del despacho de vez en cuando —sugirió con cautela—, de esa manera él no necesitará bajar. Y dejarlo salir a caminar cada tanto, para que no se aburra.
—Son buenas ideas —reconoció con una sonrisa—. ¿Necesitas algo?
—No. La verdad caminaba sin rumbo —mintió—. Pensé en buscar un libro nuevo.
—En ese caso, diviértete. Yo iré a la cocina. Subiré más tarde a ver si el hambre lo ha despertado.
Bianca entró a la biblioteca, bajó corriendo y asomada por la puerta entreabierta, miró a Graciel ingresar a la cocina, antes de cerrar y correr escaleras arriba hasta la habitación de Rayden. Sin hacer ruido, revisó que la muñeca no estuviese allí, aseguró la puerta del balcón y la desconcertó ver las herramientas en la mesa. Sabía que ellos las dejaron en el tercer piso y no comprendía cómo llegaron hasta allí, si Graciel no las tomó. Le aliviaba que no estuviera al tanto de lo sucedido esa noche, aunque se preguntaba si debía contarle.
Observó al durmiente, le colocó suavemente la mano en el pecho y suspiró aliviada al sentir sereno y constante el latir de su corazón. Salió sin hacer ruido, regresó al ático aprovechando que faltaba para la hora de cenar y empezó a inspeccionar los muebles, mientras se preguntaba ¿por qué Rayden decidió ayudarla? Y ¿por qué no le disgustaba que anduviera de curiosa? Incluso la salvó cada vez que se metió en problemas. Aquello la tranquilizaba, realmente no era una mala persona y pensaba que hablar con él resolvería sus dudas.
Editado: 19.11.2024