Frente a ella, encontró a Rayden tendido y los eslabones de la cadena que lo ataba, transformados en madera, se fundían con el piso. Estaba rodeado de manos que brotaban a su alrededor, manteniéndolo sujeto, pero evadían el martillo en su cinturón, que resplandecía con fuerza, dejando ver el extremo de la cadena dorada. Bianca gateó tomándolo con cuidado y cuando él abrió los ojos, ella hizo un gesto de silencio, antes de colocarle las herramientas en las manos. Acercándose a su rostro, con un susurro le explicó qué hacer en el momento que quitara el brazalete.
Desconcertado, asintió con suavidad, y, colocando las tijeras alrededor de la joya, Bianca cerró con todas sus fuerzas. Al quedar libre, Rayden golpeó las herramientas entre sí, haciendo retroceder las manos de madera, pero se arqueó con un grito doloroso al sentir las astillas abandonar su cuerpo, y ella le sujetó las manos para que no las soltara. Cuando recuperó el aliento, lo ayudó a salir por la puerta de atrás y lo dejó tumbarse en el jardín, mientras suspiraba aliviada, y aún miraba la casa cuando lo escuchó.
—¿Cómo me encontraste? —jadeó con la voz apagada y respirando con dificultad.
—Deberías descansar, ¿no crees? —interrogó tratando de no sonar disgustada y después de tomar un respiro, añadió—. El hombre de madera del bosque, me dijo cómo hacerlo.
—No lo entiendo —dijo cansado—. Raudel aseguró que tú lo ayudaste.
—Esas son mentiras —refunfuñó furiosa—. La persona de la que él hablaba es Nathalia. Yo casi me muero del susto cuando el suelo te tragó. Rebeca y Graciel no se movían y toda la casa intentó matarme.
—Eso no tiene sentido. ¿Cómo podría seguir viva?
—Era el espíritu en la muñeca del salón de baile —respondió Bianca con desgano—. Estuvo allí mucho tiempo.
—Yo no sé quién era ella. Además, yo quemé esa muñeca.
—Quién sabe —dijo recobrando la compostura—. Quizás ahora está atrapada en la casa junto a Raudel.
—¿Qué? —interrogó frustrado—. No puede ser.
—Su padre la encerró allí.
Rayden cerró los ojos en silencio, tiró las herramientas y al restregarse el rostro con las manos, soltó un quejido sobresaltando a Bianca.
—¿Está bien? —Le sujetó las muñecas sin dejarlo responder y descubrió que tenía una severa herida en la palma derecha—. ¿Cómo sucedió esto?
—Cuando traté de quitarte el brazalete, la magia que lo mantenía sellado reaccionó contra mí.
—Hay que buscar algo para limpiarla y…
—No tiene que ser…
—Sí, ahora mismo —exigió furiosa—. Es profunda y la sangre se secó encima, podría estar sucia. Se arriesga a perder la mano. ¿Acaso piensa que…?
—Bianca, por favor, basta. ¿Por qué te preocupa tanto? —preguntó con un deje de disgusto.
—Eso no es importante —respondió con una sonrisa, se puso de pie y se sacudió el vestido—. Quédese quieto. ¿Está bien? No voy a tardar.
—¿A dónde vas?
—A conversar con el señor de madera. Quizás pueda conseguir un par de hojas con él.
Rayden permaneció tumbado y volvió a cerrar los ojos, mientras Bianca llegaba al lindero del bosque y el caballero de madera aparecía frente a ella. Le preguntó si podía ayudarla con algunas hojas que sirvieran para sanar una herida, a lo que él asintió con suavidad, y después de un momento, un pequeño arbusto de flores blancas apareció a sus pies.
—Si mezcla los pétalos con agua, servirá para limpiar la herida —explicó con calma—. Y las hojas maceradas ayudarán a menguar el dolor y a sanar con rapidez.
—Eso es maravilloso. Muchísimas gracias.
—¿Por qué no usa su magia? Hechicera.
—Ya dije que no soy tal cosa —río tomando un par de hojas y tres ramilletes de flores—. Si así fuese, no estaría trabajando de criada.
—Ya pueden volver a la casa —indicó el caballero cambiando el tema.
—¿De verdad?
—Mientras mi señor este libre y consciente, no habrá peligro.
—Es un alivio, ya comienza a hacer mucho frío —comentó levantándose.
—Sin embargo, el mayordomo de madera no despertará hasta la mañana. Será más seguro para usted permanecer cerca del carpintero.
—Es bueno saberlo. Muchas gracias.
Bianca regresó con Rayden, le colocó las herramientas en el cinturón y después de despertarlo volvieron a la mansión. Le pidió sentarse en la mesa de la cocina mientras preparaba las cosas. Regresó con unas vendas y limpió la herida con el agua de las flores, procurando no llenarse de sangre.
—¿Dónde aprendiste a hacer eso? —interrogó observándola trabajar.
—Rebeca me enseñó —respondió con tranquilidad colocando la cataplasma.
—¿Por qué la llamas por su nombre? ¿No es acaso tu madre?
—Es como una, sí, pero en realidad no es mi mamá —explicó envolviéndole la mano—. Ella me cuida desde que la mía se fue.
—¿Murió?
Editado: 19.11.2024