En lugar de hacer sus labores, indagó un poco más en el ático, pues si el diario de Rayden estaba allí, debía encontrarlo antes que Raudel y destruirlo. Pasó el resto del día revolviendo todo, hasta que era casi hora de merendar, y bajó decepcionada. Se dio un baño, regresó a la cocina y tomando la bandeja con la merienda subió al descanso. Rayden estaba sentado en la alfombra, con la mirada perdida en la ventana, y no se percató de su presencia hasta que ella colocó frente a su rostro una galleta.
—¿En qué piensa?
—No recuerdo el diario que mencionaste —dijo tomando la oblea de su mano—. No sé siquiera si exista.
—Pues si lo encuentro, lo lanzaré en la chimenea —aseguró sentándose frente a él y tomando una galleta—. Tengo la sensación de que es lo mejor.
—Lo es sin duda —indicó con aire distante.
Con la intención de distraerlo de sus pensamientos, Bianca continuó con la historia. Rayden tomó un profundo respiro, cruzó sus brazos colocándolos sobre la mesa, descansó su cabeza en ellos y escuchó. Le disgustaba la manera en que Nathalia y Raudel dieron vida a su hijo. No estaba de acuerdo con ese sacrificio y se preguntaba si él y sus hermanos habrían nacido del mismo modo. Eso explicaría por qué todo Berier parecía querer su cabeza, pero de ser así, el pueblo no podría seguir en pie.
Al saber que Raighné no pretendía hacer lo mismo que sus padres, esos pensamientos quedaron olvidados y su interés cambió al escuchar el nombre de su madre.
—Bianca, espera, por favor.
—¿Sucede algo? —interrogó desconcertada.
—¿Podrías describirme a Isabel? —preguntó nervioso—. Sé que es el nombre de mi madre, lo he leído y Graciel me ha dicho. Pero por alguna razón no puedo verla. Algo sucedió y no logro distinguir los rostros de mi familia en los retratos. Solo el de Rehys y ni siquiera sé si en realidad es él, o si me miró a mí mismo
—Era una mujer hermosa —dijo con una sonrisa.
—¿De verdad?
Bianca la describió con detalle y respondió sus preguntas antes de continuar. Le agradaba que Rayden estuviese tan emocionado y que no se desanimara a pesar de los detalles desagradables. Aún no terminaban, cuando Graciel anunció la cena y él suspiró desanimado, aunque se levantó sin quejas.
—Nos falta un fragmento todavía —indicó Bianca con una sonrisa—. Mañana podemos continuar.
—Me encantaría —dijo entusiasmado—. Que descanses, Bianca.
—Buenas noches.
Recogió las cosas y después de cenar se fue a su habitación, pero divisó a la muñeca deambulando hacia las escaleras y siguiéndola al segundo piso, la vio entrar a uno de los cuartos marcados. Se acercó en silencio y como imaginó estaba asegurado, por lo que bajó disgustada, tomó el cuaderno de Rehys y estaba por ponerse a leer, cuando una idea fugaz la hizo sacar la llave de su velador y regresar a escondidas. La última habitación del pasillo, a la derecha de la escalera, recordó. Abrió con un giro, pero estaba muy oscuro, así que cerró, dejando la puerta sin seguro.
Escuchó las voces de Graciel y Rebeca y sonrió al verlos como dos tórtolos mirando las estrellas, en el balcón del pasillo del primer piso. Aunque le asombró el amplio conocimiento de Graciel sobre los astros, continuó a su habitación para no interrumpir y, agotada, se desplomó en la cama.
En medio de un sueño, fue embelesada con una bella y tranquila tonada al piano, mezcla de dulzura y tristeza, que parecía una canción de despedida. Se sentía tranquila, invadida por un sentimiento de calma y escuchó distante la voz de Rehys, recordarle que el diario podía estar en el ático.
Le costó levantarse en la mañana, pero una idea llegó a su mente y se arregló a toda prisa. En lugar de acabar sus quehaceres, regresó al ático y vio algo debajo del mueble que Rayden mencionó, sin embargo, no distinguía lo que era, y por mucho que se estiraba no lograba alcanzarlo. Estaba sentada mirando a su alrededor para encontrar algo que le resultara útil, cuando escuchó un golpeteo suave y repetitivo. Caminó hasta encontrar una pequeña puerta oculta tras un mueble, que se golpeaba a causa de la brisa.
Empujó el estante, bajó unas escaleras que llevaban a otra puerta sujeta con un tope y supuso que daba al tercer piso. La llave seguía en la cerradura y al quitar la traba, descubrió que se encontraba en un taller. La brisa que entraba por una ventana desperdigó papeles por todo el lugar, y la cerró antes de empezar a recoger las hojas llenas de diseños. Observaba las repisas repletas con juguetes de madera iguales a los del cuaderno, pájaros colgaban del techo, una mesa llena de papeles reposaba contra la pared a su derecha y sobre ella un aparador con herramientas, juguetes y cosas.
Desde cierto ángulo, Bianca reconoció el taller en el que Rehys dibujó a Dimitri y vio una segunda puerta. Colocó los papeles sobre la mesa, y el dibujo de una boda en el patio de la mansión captó su interés. Miró además un bosquejo de Isabel como una marioneta, con cada pieza y articulación descrita de manera tan detallada, que se le erizó la piel al imaginarla. Llevó los dibujos con ella y entró en una habitación sombría, en la que logró distinguir un hilo de luz que entraba por las cortinas del balcón y tiró de ellas.
Se dio vuelta y sobre la puerta principal contempló el retrato de un caballero de mirada oscura y aunque reconoció a Raudel, el nombre en la placa era diferente. Volvió para cerrar el taller y tuvo que usar sus manos para ahogar un grito al encontrar el cuerpo de Isabel, dentro de un féretro de cristal y oro. Estaba de pie junto a la puerta y la oscuridad no le permitió verla, pero el espacio vacío en su pecho saltaba a la vista y junto a las articulaciones bastaron para confirmar que se trataba de la marioneta.
Editado: 19.11.2024