Rebeca la despertó a tiempo para cenar y Bianca se sentó lanzando un bostezo. Su mirada fue rápidamente atraída por la cajita de música sobre el velador, que estaba junto a los papeles que encontró en el taller. La nota al pie del dibujo de la boda estaba escrita con letra de Rehys y le pareció extraño que estuviese suelta. “No puedo creer que no me escucha. Esa bruja lo hechizó, estoy seguro, el corazón me lo dice. Rayden no está en sus cabales. Las voces del destino aseguran que no es la indicada. No dejan de repetir que alguien morirá por culpa de este error, pero no voy a permitir que ella lo lastime.”
Bianca no acababa de entender a qué se refería y guardó la hoja dentro del cuaderno de dibujos antes de ir a cenar. Como Graciel y Rebeca le prohibieron ayudar esa noche, regresó a su habitación y hojeando el diario de Rehys, se detuvo al ver un retrato de Rayden en el taller de Raudel, con una nota perturbadora.
“La angustia se le subió a la cabeza. No puede traer a mamá de regreso luego de lo que descubrimos, ella no soportará el desprecio. Además, mi padre no la quiere cerca, aun cuando todo es su culpa. Debió decir la verdad. Esto es un peligro innecesario y está arriesgando sus recuerdos. A mí también me duele que no esté, pero no es la manera. ¿Por qué no quiere entenderlo? Y de cualquier forma no será igual, ya no volverá a ser la misma persona”.
Bianca casi no lo podía creer, sabía que la muñeca era real, pero no imaginó que fuese obra suya. En la siguiente página encontró un retrato de Raighné postrado en compañía de la marioneta de Isabel.
“Mi padre perdió la cordura y ahora se fue. No sabemos dónde está. Es curioso que las voces digan que no ha dejado la casa, porque no he podido encontrarlo en ningún lado. No puede esconderse tan bien y no sé de dónde sacó a esa enfermera tan rara. No fue del pueblo, eso es seguro y no confío en ella. Anda rondando y dice que mi padre se fue de la mansión, pero tengo la sensación de que es culpable de su desaparición”.
Descubrió el retrato de la mujer en la siguiente página, junto al nombre Vivianna Chevrier y la reconoció del cuaderno anterior. Ella era la enfermera de Raighné, la impostora de la que Rehys escribió. Su rostro aún le resultaba curiosamente familiar, pero no quería pensar que la idea siquiera fuese posible. Miró con cuidado el retrato y de inmediato reconoció a la novia del otro bosquejo. ¿Acaso Rayden se casó con ella? Esa idea empeoró su preocupación e intentando encontrar más sobre la dama, pasaba las páginas con cuidado hasta que una nota la detuvo.
“Primero fue Fernando y ahora Daiana. No sé quién sigue y no puedo hacer nada. Mis hermanos mueren por una enfermedad que ni siquiera existe. Los médicos no saben qué pasa, mi padre se ha vuelto loco y mi madre está deprimida. ¿Qué sucede? Se pudren como árboles caídos, se llenan de hongos y comienzan a secarse. Las voces dicen que así tiene que ser, pero no quiero ver a mi familia perecer. La casa se volvió tan callada. Dylan está decaído. Y no sé si es por lo que sucede o si ya enfermó. Pasa mucho tiempo recostado en las piernas de mamá.”
Sobre la nota, un dibujo del niño que, en el regazo de Isabel, descansaba con la mano de su madre entre los cabellos. Rehys de verdad se sentía muy mal por perder a sus hermanos; no como le mencionó el mentiroso que invadió sus sueños, pero una duda cruzó entonces sus pensamientos. Si ellos murieron por la enfermedad, ¿qué salvó a Rayden? Resopló cansada, parecía que el diario solo provocaba más dudas. Como se hacía tarde, lo dejó a un lado, pero le costó conciliar el sueño, y en la mañana la despertó una sensación incómoda.
Miró el cuaderno sobre su velador y aunque sabía que debía seguir leyendo, primero tenía cosas que hacer. Después de desayunar, se acercó a Graciel, pues necesitaba quitarse una duda con urgencia.
—Rayden no se casó —respondió sorprendido.
—¿Cómo puede saberlo? Podría no recordarlo.
—Porque en los registros dice lo que sucedió —explicó bajando la voz con tristeza—. Él se comprometió, pero el día de la boda, su hermano murió. En el libro están las fechas. Rehys falleció ese día y el registro menciona que todo se interrumpió. Solo eso.
—¿Qué sucedió con ella? —preguntó nerviosa.
—No lo sé y no creo que Rayden lo recuerde —indicó cauteloso—. Ese día se marcó con la muerte de Rehys y él no habla al respecto. Por favor, no le toques ese tema. Es mejor no abrir viejas heridas, sobre todo no de esa clase.
—Recordarlo aún lo lastima —musitó con pesar.
—La primera vez, volvió a llorarlo. Contaba que se sentía incompleto. Quizá por eso trató de escapar.
—Es probable. Tal vez pueda encontrar algo más en las notas del diario de Rehys.
—¿Tú tienes ese libro? —interrogó ansioso—. Por favor, cuídalo mucho.
—Lo haré. Es evidente que es importante. Señor Graciel, por casualidad ¿Ha visto un cuaderno gris en algún lugar?
—No —respondió con calma—, pero de seguro no tardarás en encontrarlo. Recuerda tener cuidado.
—Lo tendré.
Bianca hizo sus labores tratando de distraerse, pues pensar tanto le causaba dolor de cabeza.
Regresó a su habitación y hojeó el diario despacio, hasta una imagen del pequeño y ordenado taller, con Rayden sentado a la mesa del carpintero.
Editado: 02.11.2024