Esa noche, en medio de un sueño, Bianca pudo ver a Raighné enfermo, y a una mujer que decía ser una poderosa hechicera, ofrecerle a Isabel una medicina que ayudaría a su esposo.
—¿Realmente puede ayudarlo? —interrogó Isabel mirando la botella que la mujer le extendía.
—Así es —dijo con dulzura—. No hay duda de que esto es lo que tu esposo necesita. Una única dosis bastará.
—¿Solo una dosis?
—El resto debes dárselo a tus hijos —advirtió con rapidez—. De lo contrario corres el riesgo de que se contagien del mal de su padre.
—Está bien, ellos son obedientes —dijo Isabel con alivio—. Nunca han sido quisquillosos para las medicinas.
—En ese caso hay que darse prisa —indicó tomando la botella—. Ve por unas tazas y llévame con tu esposo.
Isabel confiaba plenamente en aquel brebaje, sin embargo, en lugar de curar al carpintero, mostró a sus hijos la verdad sobre sus madres y dividió a la familia. Ellos ya no eran niños, los gemelos tenían trece años, cuando la mujer desapareció, dejando su veneno y satisfecha con su éxito. Unos días más tarde, Raudel se apropió del cuerpo de su hijo e Isabel miró con dolor e impotencia, como obligaba al agobiado Dimitri a usar las herramientas doradas a precio de su vida y convertía a los demás en prisioneros. En vano trató de proteger a sus pequeños, aquellos que no eran sus hijos, aun si ella los consideraba como tales, se negaron a recibir su auxilio y la trataron con desprecio.
Un intenso dolor se adueñó del corazón de Isabel y aunque intentó traer de vuelta a Raighné, nada funcionaba. Vencida por la angustia y convencida de que él regresaría si ella estaba en peligro, subió a la baranda del balcón y lo amenazó con quitarse la vida.
—Adelante —dijo Raudel desafiante y orgulloso—. Tu presencia en esta familia no ha sido más que un accidente. Mi hijo no debió casarse contigo.
—Raighné, por favor —suplicó angustiada—. Esa bruja, Orianna Chevrier te puso contra nosotros. Nuestros hijos se mueren, necesitan tu ayuda.
—Te lo voy a volver a explicar. Él ya no está y jamás va a regresar. Pronto recuperaré mi magia y todo estará perfecto.
—Él sí volverá —gritó angustiada—. Regresará, pero no para salvarme a mí, sino a nuestros hijos y espero que te destruya.
Isabel soltó sus manos y se dejó caer. Sonrió al escuchar su nombre en la voz de Raighné y cerró los ojos confiando en que sus pequeños estarían a salvo. Sintió el intenso dolor de su cuerpo, pero como no falleció de inmediato, miró a la hechicera acercarse a ella y al descubrirse la cabeza, vio el rostro de quien destruyó a su familia. La mujer, esbelta y hermosa, de cabellera rojiza como el fuego y ojos verdes como esmeraldas, observó a Isabel con desprecio, y sonrió satisfecha al sentirla fallecer.
Esa mujer que la miraba, era su falsa amiga, Orianna Chevrier, aunque Bianca la conocía con un apellido distinto. El apellido que compartía con su madre. En esos últimos instantes, Isabel la reconoció incluso de una manera diferente. Era Nathalia. Había regresado para vengarse de Raighné. Isabel supo que los seguía hacía mucho, a causa de la fina joya que colgaba de su cuello. Oculta entre la gente de Berier, provocó la enfermedad de Raighné y orquestó la muerte de Isabel, procurando el regreso de Raudel.
La guerra entre hermanos era poco, en comparación con lo que quería. La bruja parecía haber triunfado. Sin embargo, Bianca vio, en aquel sueño, al responsable de su muerte y como el relicario que descansaba en su bolsillo, era arrancado del cuerpo de Oriana y lanzado desde el balcón, por Rayden.
Despertó de un salto y agitando asustada los brazos, tiró la caja de música y reconoció la canción que él había silbado para rescatarla de Raudel. Volvió a dejarla en el velador, miró la mesa y se asustó al notar que el diario de Isabel ya no estaba.
Aunque era muy temprano, ya no quería dormir. Le pesaba lo que había descubierto y necesitaba hablar con alguien, por lo que salió a caminar pensando que podría encontrar a Graciel o Rebeca, pero todo estaba en silencio y solo deambuló por la mansión pensativa. Subió y recorrió el pasillo del primer piso de principio a fin. Hizo lo mismo en el segundo, pero al subir, antes de sacar su pie de las escaleras, un crujido la sobresaltó. Lo escuchó una vez más y se percató de que el corredor se movía de forma rítmica, expandiéndose y contrayéndose de manera casi imperceptible.
Bajó aprisa y sucedía lo mismo en el segundo, pero en ese las tablas no crujían. Estudiando el movimiento, descubrió que la casa parecía respirar y recordó entonces las palabras de Rayden. La mansión se movía al compás de su respiración, pues de ninguna manera podía ser la de Raudel. Era un ritmo sereno y constante, señal de que se encontraba profundamente dormido y Bianca reía nerviosa, pensando en la extraña situación. Se arremangó y, temblorosa, colocó la mano sobre la pared, para sentir aquello.
Aunque tras un parpadeo se encontró en la puerta principal, la sensación de deambular en un recuerdo, la inundaba.
De espaldas a ella, Rayden, sentado en la escalera, miraba a las personas frente a él. Bianca levantó la vista y observó a la familia Lonieski, sentados a la mesa, celebrando una fiesta de cumpleaños. Los rostros no eran más que manchas en sus recuerdos, salvo por los gemelos. Una brisa suave pasó cambiando la escena, a una reunión familiar frente a la chimenea del salón, pero los rostros continuaban borrosos y notó en el piso junto a Rayden, el diario gris que buscaba.
Editado: 02.11.2024