La mañana en la que el plazo del reposo se cumplió, Bianca escapó de la cama recordando las palabras de Rehys. Tomó el diario de su velador y después de comer fue deprisa a las escaleras, pero antes de subir, se encontró con Rayden bajando al despacho. Sintió su corazón dar un salto y no pudo evitar preguntarse si de verdad se trataba de la misma persona, pues algo en él parecía, o quizás se sentía, diferente. Como si su sola presencia se hubiese tornado imponente, muy a pesar de que físicamente nada había cambiado.
Él no notó su presencia hasta sacar la cabeza del libro, para ver que tanto faltaba de la escalera, y sonrió de inmediato.
—Estás despierta —dijo cerrando el libro—. Qué alivio.
—Solo te causo problemas —comentó aferrándose al diario—. Siento que complico todo cada vez más.
—Eso no es verdad —exclamó con dulzura colocándole la mano en la cabeza—. Eres la solución de mis problemas, no la causa de ellos. Nada más debes evitar caminar dormida, es peligroso.
—No recuerdo haberlo hecho —mencionó inclinando la cabeza.
—No podrías recordar algo que hiciste estando dormida. Dime, ¿te sientes mejor?
—Sí.
—Perfecto —exclamó tomándola de la mano—. Acompáñame.
—¿A dónde vamos?
—Deja las preguntas innecesarias, Bianca.
Rayden la guio a la biblioteca y después de entrar caminó a su derecha hasta llegar a la pared. Empujó uno de los paneles, dejando ver una puerta escondida.
—¿Qué es eso?
—Es el lugar donde voy a encerrarte si sigues caminando dormida —respondió con expresión seria cruzándose de brazos.
—¿Qué? —Retrocedió espantada, pero se detuvo al descubrir que él se mordía los labios.
Rayden dejó escapar una carcajada ante la expresión en el rostro de Bianca y acabó recostándose de la pared, mientras ella lo miraba desconcertada. Se sintió contagiada por sus risas y un sentimiento cálido le llenó el pecho. Le agradaba mirarlo reír de esa manera.
—Lo lamento —dijo volviendo a incorporarse y secándose las lágrimas—, la verdad es que llegué a pensarlo. No te preocupes, no es para eso. Es el estudio de pintura del que hablaste al despertar. ¿Recuerdas?
—Sí —respondió entusiasmada—. Justo venía a preguntar por él.
Rayden bajó la llave de una percha y un sonido metálico llenó el aire cuando la puerta se abrió, dejando ver un recinto circular con el techo de cristal. Un atril con su lienzo descansaba en el centro, sobre una alfombra café manchada de pintura. Un estante metálico a la izquierda exponía orgulloso los pequeños envases de diversos colores. Los lienzos reposaban enrollados y ordenados según su tamaño, junto a los pinceles desperdigados. Mirándolo todo, Bianca comprendió por qué Rehys pensaba que el diario estaría seguro.
—Las paredes son de piedra —exclamó sorprendida.
—Así es, todo el cuarto —explicó Rayden mirando a su alrededor—. Salvo por la puerta que es metálica. Mi padre lo mandó a hacer para ella. —Un deje de nostalgia llenó su voz y le arrebató a Bianca una sonrisa—. No supe por qué lo hicieron de piedra, hasta que descubrí lo que nosotros podemos hacer con la madera. Este era su refugio cuando quería pintar. —Colocó la mano con suavidad sobre el lienzo a medio hacer—. Mi madre venía aquí si quería meditar o estar sola. Cuando discutía con mi padre. De verdad le gustaba pintar.
—¿Por eso Rehys dibujaba?
—Nunca se me ocurrió que ese pudiera ser el motivo —confesó pensativo.
—Es hermoso —exclamó mirando el lienzo incompleto sobre el atril con el dibujo del pueblo desde la distancia—. Tenía mucho talento.
—Ahora dime, ¿quién te habló de este lugar? Porque no hay forma de que pudieras encontrarlo sola.
—Rehys —respondió con rapidez—. Él me contó que esto no peligraría aquí —explicó sacando el diario de la manta donde lo escondía—. No debí tomarlo, pero no pude devolvérselo.
—¿Eso era lo que hacías cuando…? —preguntó cruzándose de brazos.
—Yo no estaba en el balcón, lo juro. No sé qué ocurrió. No era mi intención preocuparte.
—Estás bien y eso es lo que importa —dijo sosteniendo su mentón para que lo mirara—. No quiero que te aflijas.
—Gracias.
—¿Por qué deseas ocultarlo aquí? —interrogó observando el libro—. ¿Por qué no destruirlo?
—Sospecho que hay algo escondido en sus páginas —explicó con rapidez—. Que no se ve a simple vista. Además, Rehys dijo que Vivianna podía volver a buscarlo.
La expresión de Rayden se llenó de sorpresa y volviendo a cruzarse de brazos, la miró en silencio. Un momento después tomó un respiro, cerró los ojos, se sujetó las sienes y dejó escapar el aire antes de volver a mirarla.
—¿Estás bien? —interrogó preocupada—. ¿Quieres que llame al médico?
—No. No te angusties, es solo un dolor de cabeza —respondió para tranquilizarla—. Es un mal de familia. Puedes guardar el diario aquí si quieres y ocultar la llave, pero ella no regresará.
Editado: 19.11.2024