La vida regresaba a su acostumbrada rutina y Bianca consiguió hablar con Rayden respecto a sus sospechas, pero él negaba todo y aunque Rehys confirmó que algo lo preocupaba, no pudo descubrir de qué se trataba. Sin saber que más hacer, se aseguró de que el diario permanecía a salvo y se dedicó a vigilarlo, aunque eso no le sirviera de nada, pues él actuaba despreocupado cuando se percataba de su presencia y eso la molestaba mucho. ¿Acaso no confiaba lo bastante en ella para permitirle ayudar? ¿Por qué si no estaba solo, quería continuar haciendo todo sin ayuda?
Siguiendo el consejo de Graciel, Rayden encontró una manera de escuchar las voces solo de la forma en la que le resultaba más útil y con ello descubrió que existían cosas que no podía cambiar, pues eran consecuencias de las decisiones de Raudel. Se sintió más tranquilo cuando las medidas que tomó dieron resultado, y lo supo cuando ellas dejaron de murmurar. Como una precaución adicional, le obsequió a Rebeca la cabaña, para que mantuviese a Bianca lejos, aunque Graciel no estuvo de acuerdo y se sorprendió de que a Rebeca le pareciese una idea magnífica.
Bianca estaba disgustada, pues a pesar de los esfuerzos de Rayden, sus pesquisas acababan por revelar cualquier secreto y para convencerla de que intentaba mantenerla a salvo y no de hacerla a un lado, le obsequió un anillo que le permitía saber dónde se encontraba en todo momento, con la condición de que durmiera en la cabaña. Rayden se convenció de haber conseguido lo que quería, cuando pudo descansar una noche sin despertar atormentado. Por desgracia, acabó resfriado con la llegada del invierno y el médico le recetó reposo y un remedio que lo ayudaría con el malestar.
Al enterarse, Bianca se sintió angustiada, pues aun sabiendo que Graciel se ocupaba de que Rayden tomara la medicina, el hecho de que fuese tan difícil despertarlo en las mañanas y de que continuara cansado y aletargado a lo largo del día, no le parecía una buena señal. Quería la opinión de otro médico, pero aquel era el único que había en Berier y traer otro de fuera era imposible. Además, pensar que podía ser uno de los hombres de madera, la ponía aún más nerviosa, pero Graciel no tenía la capacidad para confirmarlo.
A ambos les angustiaba que su condición empeorara y también les desconcertaba la despreocupada actitud de Rebeca al respecto. La mujer no dejaba de repetir que nada malo sucedería e incluso despidió a varias criadas, asegurando que no serían necesarias durante el invierno. Pasaba varios días sin dejar la cabaña y le prohibió a Bianca acercarse a la mansión, con la excusa de que podía enfermarse, pero cansada de su actitud y de la incómoda sensación de que algo andaba mal, fue a conversar con Rayden.
—No le cuente a Rebeca que estoy aquí —suplicó al encontrarse con Graciel—. Necesito hablar con él.
—No podría, aunque quisiera —indicó encogiéndose de hombros y mirando a su alrededor—. Hace un rato que no encuentro Rebeca y lo más extraño es que no logro percibir su presencia.
—Eso está mal. ¿Rayden sabe dónde se metió?
—Se volvió a dormir. Apenas logré que desayunara.
—Tengo un mal presentimiento, señor Graciel —confesó abrazándose a sí misma—. Por favor, déjeme subir, prometo que solo será un momento.
—Él trata de evitar que te hagas daño. Por eso te mantiene lejos.
—Eso ya lo sé, pero si algo malo le sucede será mi culpa.
—Ustedes son dos gotas de agua —dijo con una sonrisa—. Vamos. De cualquier forma, yo también tengo la sensación de que algo no está bien.
Graciel entró para asegurarse de que Rebeca no estaba y la dejó pasar antes de salir. Ella se acercó a la cama e intentó hacer que Rayden reaccionara. No tenía fiebre y aunque muy despacio, parecía estar respirando bien, sin embargo, motivada por un presentimiento, le subió una de las mangas y descubrió el brazo lleno con los mismos hongos que describía el libro negro. Le abrió la camisa de un tirón y la invadió la desesperación al ver que tenía el pecho cubierto y a toda prisa bajó a buscar a Graciel.
—¿Lograste hacerlo reaccionar? —interrogó al sentirla llegar a la cocina.
—No —respondió tratando de mantenerse serena—. Lo que tiene es lo mismo que acabó con su familia, señor Graciel.
—No puede ser. ¿Qué podemos hacer?
—No debe darle más esa medicina —mencionó enfadada caminando a la puerta—. Creo que se la dieron para que permanezca dormido.
—¿A dónde vas? —interrogó preocupado.
—Necesito confirmar algo —respondió deteniendo sus pasos y volviéndose a mirarlo añadió—. Debe despertarlo, incluso si tiene que darle un baño y mantenga las herramientas de oro cerca de él, tanto como pueda. Áteselas al cuello si hace falta.
Bianca fue a la biblioteca, quitó el panel y encontró abierta la puerta del estudio y no necesitó revisar el cofre para saber que el diario no estaba allí.
Corrió al segundo piso y pateó la puerta del recinto hasta abrirla, pero retrocedió al ver a Rebeca sentada en el suelo con el diario entre las manos. Arrancaba las páginas una a una, dejándolas caer dentro de un recipiente lleno con una sustancia oscura y estaba tan concentrada en su tarea que no notó su presencia, así que Bianca entró a toda prisa, derribó el recipiente de una patada, le arrancó el libro de las manos y escapó.
Editado: 02.11.2024