El Carpintero

Un dibujante dorado

Asomada en el balcón, miraba el ajetreo de la calle principal del mercado, recordando las mañanas en las que salía a caminar con su madre, aunque, en aquel entonces, el sentimiento era distinto. Quería animarse a dar un paseo, pues repentinamente se sentía invadida por la curiosidad y el entusiasmo que de niña la motivaban a descubrir aquel mundo inmenso del que su hermana le hablaba, y aunque era extraño volver a sentir el arrebato infantil que perdió el día que su madre la dejó, estaba curiosamente emocionada. 

Todo ese cúmulo de sentimientos le parecía interesante y desconcertante al mismo tiempo. ¿Por qué de pronto se sentía como una niña curiosa y despreocupada? ¿Acaso no era ya muy grande para esos arrebatos? No se detuvo a pensar en ello, pues la distrajo un grupo de niños que corrían felices llevando unas preciosas muñequillas. Se sintió inundada por el capricho de tener una de esas muñecas y aunque hacía mucho que había dejado de jugar con ellas, se llenó de nostalgia al recordar la vieja amiga de tela, que perdió cuando Vivi se fue. 

Al escuchar a una pequeña gritarles a otros niños que se dieran prisa o el juguetero se iría, Bianca acabó vencida por sus infantiles antojos y después de asegurarse de que Rayden dormía, cerró en silencio y se fue a toda prisa siguiendo a los niños. La ciudad era grande, hermosa y en medio del ajetreado mercado, lleno de cosas que mirar, olvidó el temor y se contagió del regocijo de la multitud. Al final de la calle vio la algarabía de los niños que gritaban emocionados, alrededor de un peculiar joven de ojos y cabellos negros, con una cautivadora sonrisa. 

Tenía una mesita llena con hermosas muñecas, lejana del resto de los puestos del mercado. Bianca dudó en acercarse, pero un muñeco que parecía apartado del resto, la hechizó. Sentado con la cabecita caída, de claros cabellos despeinados que no llegaban a ocultar el verde de sus ojos, parecía mirar el hermoso violín blanco en su regazo. Lo observaba curiosa cuando escuchó al joven juguetero y descubrió que los niños ya no estaban, pero en la mesa, aún quedaba aquel solitario muñequito.

—Que agradable verla, señorita —saludó el juguetero— ¿Le gustaría una muñeca?

—Pues, sería un placer —respondió mirando a su alrededor antes de volverse hacia él—, pero la verdad no puedo pagarla.

—Son un regalo.

—Ah, ¿sí? —interrogó confundida mirando al solitario muñeco—. ¿Por qué no ha obsequiado ese?

—Ese tiene dueño, aunque él no vendrá a buscarlo. Quizás tú puedas entregárselo por mí.

—¿Cómo podría saber yo de quién es? —se burló Bianca divertida.

—A mi parecer, lo conoces bastante bien —comentó él con una pícara sonrisa—. Yo debo partir mañana temprano y no quisiera llevarlo de regreso conmigo. No creo que tenga otra oportunidad de entregárselo.

—Es qué… —exclamó nerviosa—, yo no sé quién es.

—Te acercaste, porque ese muñeco te recordó a alguien. ¿O me equivoco?

—Pues sí, pero…

—Un joven obstinado, recio —la interrumpió sin alterar el tono y pensativo se cruzó de brazos cerrando los ojos—. Que no se ríe mucho, aunque cuando lo hace te contagia su alegría. Tiene un buen corazón, es amable y un fiero amante de la música. Alguna vez tuvo un hermano que era su reflejo.

Bianca sorprendida, dio un paso atrás.

—¿Quién es usted? —interrogó asustada mirando a sus espaldas para asegurarse de que podía escapar.

—Mi nombre es Iaricri. Es un placer.

—Pues el gusto es mío —dijo cortés—. Aunque su nombre no responde mi pregunta.

—Soy un familiar lejano del carpintero. Un miembro más de la estirpe Lonieski.

—¿Por qué no habla con él? 

—Hermosa dama, por favor —exclamó incrédulo ladeando la cabeza—. Usted y yo sabemos bien que ese joven… no se siente precisamente afecto a su familia paterna. Aunque el resto no estamos tan locos como su abuelo, Raudel tenía más hermanos.

—La escribana —señaló Bianca.

—Mi querida Raizél, es correcto. Pero además de ella hay otros cinco. Entre ellos, yo. Soy el dibujante. Con mi pluma dorada puedo saber de mis hermanos y sus descendientes. Aunque no me permite interferir con sus existencias.

—Comprendo —dijo Bianca ya un poco menos nerviosa.

—Este muñeco, apareció en mi cuaderno cuando me pregunté que sería del carpintero. Junto con él, me llegó una idea de a dónde ir a entregárselo.  Sin embargo, no hace falta ser un genio para saber que él no querrá verme. Debo partir mañana, pues estoy en busca de alguien muy importante y no quisiera llevarlo conmigo —explicó extendiéndoselo—. ¿Podrías entregárselo por mí? También hay una para ti.

—No hace falta —dijo sosteniendo con cariño el muñequito—. Lo llevaré de cualquier forma.

—Es que la muñeca es tuya —dijo Iaricri con rapidez tomando su bolso—. El carpintero no estaba solo cuando pregunté por él.

Bianca lo observó sacar una hermosa muñeca, de cabellos rojizos, ojos de un curioso tono gris y un bello vestido de terciopelo a rombos negros y rojos, que reconoció de inmediato.

—Tuve un atuendo como ese cuando niña —exclamó con admiración.



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En el texto hay: traicion, romance, famialia

Editado: 22.11.2024

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