Es tranquilizante la sensación que queda, después de que, al despertar en un lugar distinto, se disipa la confusión. Aunque, sin importar cuantas veces se cambie de lecho, el primer incómodo temor de despertar en un lugar que no se conoce, jamás deja de estar presente. Sin embargo, aquello que para Bianca era desagradable hasta que escuchaba la voz de Rebeca, para Rayden era la sensación de libertad más hermosa que podía existir, pues significaba que estaba cada vez más lejos de aquel lugar lleno de malos recuerdos y pesadillas.
Recorrieron la ciudad después del desayuno y Rayden se sintió maravillado al descubrir un teatro, en el que hacían presentaciones de orquestas cada dos noches, además de un circo y una escuela de artes. El mercado era extenso y estaba lleno de curiosidades que causaban que Bianca corriera de un lado a otro, señalando emocionada todo lo que captaba su atención. Sin perderla de vista, Rayden disfrutaba la arquitectura de las elegantes construcciones de piedra, que se alzaban orgullosas por sobre el resto de las edificaciones.
Pocas eran de madera, aunque no dejaba de ser un elemento importante en las decoraciones y la fusión de ambos materiales le resultaba fascinante. Aunque estaba encantado con el paseo, al percatarse de que Graciel y Rebeca los habían dejado, procuró mantenerse cerca de Bianca, y contagiándose de su buen humor, la acompañó hasta los últimos puestos del mercado, donde no quedaba nada más que mirar. Era casi hora de cenar cuando volvieron a la posada. Rayden entró a la habitación que compartía con Graciel, y este sonrió al verlo.
—¿Qué le pareció la ciudad?
—Tenías razón, ha resultado muy hermosa —respondió Rayden con una sonrisa sentándose en su cama—. Me gustaría ir al circo mañana.
—En ese caso, temprano compraremos los boletos —dijo entusiasmado—. ¿No le interesa el teatro también?
—Sí, pero primero el circo. Será más divertido si vamos todos.
—Me encanta la idea —exclamó levantándose—. La cena está servida, Rebeca y Bianca deben estar en la mesa.
—Graciel, casi lo olvido. Gracias.
—¿Por qué? —interrogó confundido.
—Por todo —respondió mirándolo con una sonrisa—. Jamás te he expresado lo mucho que aprecio que decidieras quedarte.
—No habría podido irme —sonrió con cariño colocándole la mano en el hombro—. Sabes que ya eres como mi hijo. Ahora vamos, la cena se enfría.
Rayden lo siguió con un sentimiento de tranquilidad en el pecho. Durante la cena conversaron sobre el paseo y las cosas hermosas que había en el mercado, pero atrapado en sus pensamientos, Rayden se quedaba en silencio y Bianca comenzaba a tener un mal presentimiento, que empeoró en la mañana, después de saber que había salido de paseo sin más compañía que el cochero de madera. A pesar de sus quejas, Graciel y Rebeca no dejaban de insistirle en que no debía preocuparse, pues él no era un niño y mucho menos era inofensivo.
Regresó antes de la merienda y el cochero guardó un par de cajas en su cuarto, mientras él tallaba con los instrumentos dorados un trozo de madera blanca. Bianca se sintió ansiosa al recordarlo sentado en la habitación de Raudel, pero mirando por sobre su hombro, descubrió que no estaba haciendo un muñeco, aunque al igual que en esa terrible ocasión, no se distraía de su tarea. Después de merendar, se sentó en el salón a continuar y no interrumpió su trabajo, hasta que tuvo que prepararse para ir al circo.
Durante la función, casi no pudieron cerrar la boca, pues cada acto les robaba exclamaciones de sorpresa y suspiros de alivio, acompañados de carcajadas ocasionales. Bianca se sintió un poco más tranquila al verlo emocionado, pero sospechaba que tramaba algo. Esa noche no descansó del todo, levantándose varias veces para tratar de descubrir si él estaba durmiendo o trabajando y aunque alcanzó a escuchar un par de sonidos en su alcoba, no le sirvieron para responder sus dudas. Agotada acabó por saltarse el desayuno y Rayden le pidió a Rebeca que la dejara dormir.
Era casi hora de almorzar cuando salió y lo encontró sentado en el balcón, tallando el mismo trozo de madera blanca, pero Rebeca y Graciel no estaban.
—Buenos días, Bianca. ¿Descansaste bien?
—Sí. ¿A dónde fueron Rebeca y Graciel?
—No estoy seguro —dijo sin detener lo que hacía—. A dar un paseo, supongo. No deben tardar en volver. Es casi hora de almorzar. ¿Tienes hambre?
—¿Qué es eso que estás tallando?
—Un obsequio —contestó con rapidez—, que les daré a Graciel y Rebeca.
—¿Uno para ambos? —preguntó confundida.
—Esta es solo la mitad. Ambas partes conforman un único regalo que ambos usarán.
—¿Qué cosa es?
Tras esa pregunta, Rayden se detuvo a pensarlo. Le tomó trabajo hacer el diseño, desarrollar la idea, escuchar a las voces con paciencia para pedirles ayuda con respecto a los detalles que únicamente la escribana podía darle, pero no le causó interés el hecho de ponerle un nombre.
—La verdad no lo sé —confesó—. Sé para qué sirve, lo que hará, pero no lo que es.
—¿Por qué lo haces?
—Pues meditaba en la conversación que tuvimos —respondió continuando con su tarea—. Analicé las cosas una a la vez y entre ellas, recordé que Graciel ha estado para mí todo este tiempo, pero yo nunca he podido darle nada que compense lo que perdió por mi culpa.
Editado: 19.11.2024