Siguiendo aquel camino, encontraron un nuevo lugar para continuar con el mismo relato, haciendo un cambio de escenario, pues si bien podía considerarse un inicio para ellos, ambos sabían que solo estaban continuando con aquello que otros comenzaron y en lo que se vieron involucrados contra su voluntad, pero que pudieron volver a su favor. Aunque solo perpetuaban la misma historia, de un mágico carpintero y una poderosa hechicera, iban a escribirla con sus propias manos y en un lugar libre de la magia de sus predecesores.
Areyquenti era un pueblo colorido, de casas altas con techos rojizos, flores en las ventanas y una plaza principal que lucía orgullosa la estatua de un fiero cazador. Ya no era tan pequeño como Graciel mencionó, pero tampoco podía considerarse una ciudad. Estaba rodeado por un vasto bosque que subía hasta la cima de una montaña cubierta de nieve. Al ver aquello, Bianca recordó las palabras de Rehys y se volvió a mirar a Rayden, quien de un chasquido transformó el carruaje en un bello arbusto de flores rojas, antes de ofrecerle su brazo para continuar a pie.
En su compañía, el temor de ser una extranjera no se hizo presente, pues se sentía segura a su lado y aferrada a él, Bianca parecía bailar mientras paseaban por las calles apenas concurridas. Al pasar junto a una panadería de la que salía un aroma exquisito, Rayden la invitó a desayunar y la panadera curiosa por la jovial pareja, se acercó a conversar con ellos. Gracias a sus indicaciones, encontraron una posada pequeña y desocupada, oculta en una de las veredas, en cuyo jardín, una niña practicaba con un violín.
Mientras se acercaban, Rayden fruncía el ceño y ahogaba quejidos cada vez que la pequeña desafinaba, causando que Bianca sonriera divertida con sus gestos y motivada por un presentimiento, insistió en quedarse. Al verlos entrar al jardín, el posadero le ordenó a la niña dejar de practicar, pero Rayden insistió para que continuara, y avergonzada, la chiquilla buscó la aprobación de su padre, quien con una sonrisa asintió paciente. Temblorosa, tomó un profundo respiro, volviendo a la posición inicial para tocar, y Rayden la observó con atención.
Antes de que moviera la mano, él la sostuvo, corrigió su postura, le dio un par de indicaciones y liberándola le permitió empezar. La niña obedeció desconcertada, pero sus ojos se llenaron de brillo, e incluso su padre sonrió con sorpresa al notar la rápida mejoría. Agradecida, la pequeña lo abrazó con fuerza y Rayden sonrió satisfecho. Permaneció con ella unos minutos más, enseñándole un par de técnicas para mejorar con rapidez, mientras Bianca los observaba curiosa, y al acabar subieron cada cual a su habitación.
Esa noche, los dueños de la posada los invitaron a cenar para agradecer su ayuda, y durante la sobremesa les contaron acerca de una casa en venta al otro lado del pueblo, mientras comentaban con picardía que estarían encantados si la compraban, pues así sabrían dónde encontrarlos en caso de que la pequeña necesitara más recomendaciones. Cuando subieron a dormir, antes de que entrara a su habitación, Bianca se aferró a la cintura de Rayden y colocando la frente en su espalda llamó su atención.
—¿Sucede algo? —preguntó preocupado.
—Estarás aquí mañana cuando despierte, ¿verdad? —Lo sujetó con más fuerza y lo sintió tomar un respiro.
—Sí —dijo dándose vuelta para abrazarla—. No iré a ningún lado, lo prometo. Mañana elegiremos nuestra casa y nunca me perderás de vista.
—Gracias —suspiró soltándolo ya más tranquila.
—Te amo, mi preciosa hechicera —susurró tomándola del mentón y dándole un beso—. Todo estará bien. No volveré a dejarte.
Bianca durmió profundamente esa noche y fue la primera en levantarse, darse una ducha e ir a despertarlo para desayunar. Se despidieron de la pareja y antes de partir, Rayden le dio un par de consejos a la niña que practicaba en el jardín. Recorrieron las calles de Areyquenti conociendo de a poco el pueblo, y cruzaron un mercado llenó de curiosidades que distraían a Bianca. Cerca de la hora de almorzar, dieron con el camino que buscaban y encontraron en lo alto de una colina, la residencia celeste de dos niveles y amplias ventanas, que la mujer describió.
Aún la observaban cuando un par de damas elegantemente peinadas, de ojos oscuros y que lucían suntuosos vestidos y joyas, se acercaron a conversar con ellos. El contraste entre las mujeres divertía a Bianca, pues mientras una era alta y rolliza, la otra era baja y delgada.
—Buenos días, tesoros, ¿les gustaría mirar la casa? —interrogó jovial la más corpulenta.
—Es una buena casa para iniciar una vida —dijo la otra de inmediato—. Es espaciosa y muy hermosa.
—Sí, queremos, por favor —exclamó Bianca dando un salto.
Las mujeres se acercaron aprisa para guiarlos adentro, y en lo que Bianca recorría la planta baja con la dama menuda, de nombre Estela, Rayden subía en compañía de la mujer alta, llamada Dámaris. Ambas, interesadas en vender, mostraban las cosas buenas y restaban importancia a los deterioros, asegurando que se reparaban fácilmente. Bianca se entusiasmó enseguida, pues la biblioteca estaba llena de libros y junto a ella había un amplio salón, con una ventana que daba al jardín, donde podía estar un recinto de música.
Si bien Rayden no parecía convencido, cuando volvieron a reunirse en el jardín, las damas los dejaron para buscar los documentos aun antes de saber si la comprarían.
Editado: 19.11.2024