Ahogado en sus pensamientos, Rayden regresó a la casa; sabía lo que tenía que hacer, pero eso no era lo que deseaba. Sus opciones eran limitadas y solo una, la más dura, garantizaba que las consecuencias no destruirían todo aquello que amaba. Bianca se abalanzó sobre él al verlo llegar, y ambos se sobresaltaron cuando, de forma repentina, todo el silencio del bosque fue reemplazado por el crujido de la montaña. Ya no tenía más tiempo para pensar.
—Qué bueno, estás bien —dijo revisándolo—. ¿Quién es ella?
—Asegura ser la hija de Rilkiana —respondió abrazándola para calmarla—. Otra desquiciada igual que Raudel. Creo que busca a su madre.
—Está muerta —dijo Briana con pesar.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Rayden confundido.
—Las herramientas doradas —explicó señalando el martillo en la mano de su padre—. Conocen la historia de la familia, es cuestión de saberlas escuchar.
—Ella cree que yo destruí a su madre.
—Quiere culparlos a todos —corrigió Briana enseguida—. Debes hacer que suelte el violín, eso bastará para detenerla.
—No puedo tocarla, no está en el bosque, sino en la montaña —dijo con impotencia—. Trae la música con el viento. Quiere destruir todo el pueblo.
—Hay que atraerla hasta aquí, Rayden.
—Lo sé, y aunque no soy quien debe hacerlo, puedo ganar algo de tiempo —dijo tomando un profundo respiro—. No podemos permitir que destruya todo. Mi pequeña, quédate con el martillo, yo llevaré la gubia conmigo.
Rayden estaba a punto de dejar la casa cuando Briana corrió y se sujetó con fuerza a su brazo. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero la mirada fija en el suelo, y él respiró profundamente para ahogar las suyas, antes de hincarse para abrazarla con fuerza.
—Papá, si vas no podrás volver —dijo tratando de no llorar.
—¿Ya lo sabías? —dijo cariñoso y Briana asintió en silencio—. Ya veo, aprendiste a escucharlas mucho antes que tu hermano. Entonces también sabes, que no podemos cambiar nada. Las opciones son pocas.
—¿Qué? —preguntó Bianca angustiada con un nudo en la garganta y sin lograr contener las lágrimas—. Rayden no, no puedes.
—No quedará nada si le permitimos continuar. Estas personas no tienen la culpa. Aún ahora, todo esto es culpa de Raudel.
—¿Hace cuánto lo sabías? —preguntó disgustada.
—Créeme, intenté evitarlo por todos los medios —explicó volviendo la cabeza—. No tenía el valor de contarte nada y aunque logré evitar que las voces le advirtieran a Althier, ellas llegaron a Briana. Traté de pedirle ayuda a la escribana, pero la música evita que pueda hablarle.
—No es justo —gritó dando un zapatazo—. ¿Por qué tú?
—Por favor, mi amor —suplicó levantándose, abrazándola con fuerza y sonriéndole a cada uno—, cuídalos por mí. Tengo la certeza de que, de los dos, tú estarás aquí, no permitas que ella me los arrebate.
—Eso no pasará —aseguró conteniendo el llanto y mirándolo murmuró—. Si el castigo de la escribana era para siempre.
—Tú y yo lo volveremos eterno —declaró dándole un beso antes de soltarla.
—Papá —dijo Briana abrazándolo con fuerza.
—Te amo de una manera qué no puede medirse, mi pequeña hechicera —declaró con una cálida sonrisa—. Admiro lo poderosa y talentosa qué eres. Has heredado la magia dorada, junto a la de tu madre y tal como a ella, no existe nadie capaz de derribarte, Briana. Nunca lo olvides.
Rayden le dio un beso en la frente y se tambaleó cuando Althier se abalanzó contra su pecho. Lo abrazó tan fuerte como pudo, pero sin decir ni una palabra, pues entre ellos no hacía falta, nada había que su padre pudiese decirle que él ya no supiera. Triste e impotente lo soltó apretando los puños y volviendo el rostro, mientras Bianca tragándose las lágrimas lo veía alejarse. La hechicera, determinada a no rendirse, respiró profundo, se volvió con expresión seria a mirar a Briana y la sujetó de los hombros.
—¿Hay algo más que las herramientas te hayan mencionado? —Briana negó en silencio—. ¿Alguna forma de salvar a tu padre?
—Lo lamento, mamá —respondió llorando de nuevo.
—Entonces intenta descubrir quién destruyó a Rilkiana —suplicó abrazándola con fuerza—. Tan rápido como puedas.
—Lo haré.
—Althier, iras conmigo —pidió Bianca con rapidez—. Necesitamos reunir a todos en un lugar seguro.
—Sí, madre.
—Briana, hija, no dejes la casa —suplicó mirándola fijamente—. Nada podrá dañarte si estás aquí. Por respeto a tu padre, no dejes esta casa.
—Sí, mamá. Te amo.
—Y yo a ti, mi niña —dijo acariciando su rostro con cariño—, mi pequeña carpintera dorada. —Tomó entonces un profundo respiro y se volvió hacia la puerta—. Vamos Althier, se acaba el tiempo.
Tras perderlos de vista, llorando, Briana cayó de rodillas. Sabía el porqué de la decisión de su padre, y también el secreto tras esas palabras que le había dicho. Rayden había intentado encontrar a la intérprete, pero los hombres de madera no dieron con su escondite en la montaña, y si él hubiese subido a buscarla directamente, ella habría dejado caer la nieve sobre Areyquenti y estando tan lejos, no habría podido protegerlos. Solo existía una forma de detenerla y aunque Briana no deseaba llegar a ese punto, sabía que, de no hacerlo, el esfuerzo de su padre sería en vano.
Editado: 03.12.2024