El carretón de los perros contentos.

Sergio Juárez Lila.

EL MATA PERROS. 

Febrero del 2010, ciudad Reynosa; Tamaulipas, en el Norte de México, el país más central del continente americano, una gran ciudad fronteriza de más de 200 años de fundada, con amplios bulevares y avenidas que cruzaban cientos de puentes que pasaban por encima de canales de riego y drenaje público, o simplemente por encima de otras vías de comunicación, conocida como la ciudad de los puentes, donde el medio de transporte más rápido era el automóvil, lugar violento y bajo el completo dominio del crimen organizado, donde las diferentes policías no eran más que peones de las mafias que controlaban la ciudad, en un sistema legal que cuyos protocolos burocráticos te obligaban a acudir al otro sistema que regía en la ciudad, el sistema corrupto, donde gran cantidad de maquiladoras de diferentes artículos de consumo mundial, daban empleo a cientos de miles de trabajadores, que tenían que sobrellevar su vida entre las balaceras que se suscitaban, más que nada entre los combatientes de los diferentes cárteles de drogas que se disputaban el dominio de la ciudad; Sergio Juárez Lila, conocido en el bajo mundo de la mafia del Norte como: "El MATA PERROS" hombre sumamente violento, de 1.70 m. de estatura, complexión normal, atractivo, de ojos cafés, cabello oscuro y bigote, que a base de sangre y crueldad se había hecho de un puesto en aquel cártel que había asentado sus bases en el ala Oeste de la ciudad, su extrema crueldad lo había hecho ganarse el respeto de sus compañeros, pero mucho más miedo que respeto, sentimientos que eran muy bien aprovechados por el jefe de aquel cártel de narcotráfico, el cártel de Osiris, nombrado así por Osiris Vargas, el mando único de aquel grupo delictivo.

  -Hoy tengo un perro que marcar, mi querido Gato, es un encargo del patrón.

Le dice a su compañero de centauros, que era como denominaban a sus vehículos, de acuerdo al tipo, en su caso, camionetas cerradas de lujo, como aquella Chevrolet Tahoe negra con vidrios polarizados que conducía.

  -Nada más dime donde está nuestro romano, para saber por dónde le vamos a llegar.

Le contesta Arturo Book Pulido, mejor conocido como; “El Gato”, pero no por su atractivo rostro de ojos verdes y tez blanca, de complexión media, también era conocido como el traga balas, porque ya había sobrevivido a un enfrentamiento que sostuvieron con combatientes de un cártel contrario, donde había sido alcanzado por 8 proyectiles de diferentes calibres, mientras defendía a sangre y fuego uno de los territorios en disputa, habiendo sido abatidos más de 15 de sus compañeros, pero no él, que después de acabar con más de una veintena de sus enemigos, al llegar sus refuerzos, todavía lo encontraron de pie, desafiante y sangrando por 8 agujeros de su cuerpo, sin ceder un centímetro de terreno mientras continuaba sosteniendo su arma, de ahí nació la leyenda que decía que había tenido 9 vidas como los gatos, pero perdió una con cada balazo recibido en aquella emboscada, por lo cual solo esperaba una bala, que sería la que le quitaría la última vida que le quedaba, y más que nada por eso, y desde entonces, le decían: “El Gato”.

  -Nuestro romano está en la colonia petrolera. –dice el mataperros.

  -Entonces no podremos ir en este centauro. –le dice el Gato, refiriéndose a la Tahoe que conducía.

  -Ahorita te digo cual carro me gusta.

Dice el mataperros, mientras espejeaba por el lateral y se asomaba por la ventana.

  -Ese Mustang rojo me gusta.

El Gato ubicó visualmente a un reluciente Ford Mustang que se desplazaba unos cuantos autos adelante en aquel amplio Bowlevard de 4 carriles en su mismo sentido, encendiendo sus estroboscópicos “códigos”, aceleró a la vez que se cambiaba de carril para colocarse atrás del Mustang.

  - ¿Quiénes serán los de la troca negra?

Le pregunta Gina López a su amiga Estefanía Cantú, ambas estudiantes de preparatoria, que, a esa hora, unos minutos antes de las 8 de la mañana de aquél martes 3 de febrero del año 2010, se dirigían de su casa a su escuela.

-No lo sé, pero si trae mucha prisa que me brinque.

Dice la conductora despreocupada y burlona, burla que no le duró mucho tiempo porque el Gato, al ver que no se detenía ni al ver sus códigos estroboscópicos encendidos, con una brusca maniobra las rebasó, colocándose en frente de ellas para darles un cerrón que las obligó a frenar repentinamente, evitando apenas el impacto.

  -Mira, mira las perritas que bien que saben hacerse pendejitas.

  - ¡Abran las putas puertas que no quiero tener que romperles el cristal para sacarlas a vergazos!

Les dice el mataperros, ya parado del lado del copiloto mientras trataba de abrir la puerta; Gina, reponiéndose rápido de la sorpresa, comprendió que se trataba de mañosos, que era como los civiles les decían a los militantes de los cárteles y al ver que los demás vehículos que pasaban tan solo las esquivaban para alejarse lo más rápido que pudieran del lugar, también comprendió que nadie se iba a detener a ayudarlas, y que sería igual de inútil hacer una llamada a cualquier policía, que en ese momento brillaba por su ausencia, pidiéndole a su amiga que la miraba nerviosa y asustada que se tranquilizara, abrió un poco la ventanilla para decirle, con una sonrisa que más que coqueta era nerviosa, al Gato, que la miraba amenazadoramente mientras desenfundaba su arma.




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