El carretón de los perros contentos.

Fin del domingo.

Y así, hicieron tantas y tantas cosas que Billy hacía cada fin de semana, él solo, y que Erly tan solo imaginaba, porque desde que llegó a tripular la Tierra, más de 50 años antes, tan solo conocía de sus costumbres por medio de programas de televisión, radio, o imágenes y videos de monitoreo de sus drones espía, películas que veía en la televisión, o rentaba en BlockBuster, donde tenía credencial de membresía, aunque ella algunas veces acudía al videoclub a rentarlas, doña Cata o sus hijos, sí le llevaban películas de vez en cuando.

Se acabó ese domingo de diversiones y ya en el taxi; Billy le dijo:

  -Tengo que irte a dejar; Elizabeth, me preocupa mi madre, porque como olvidé mi teléfono, ni siquiera una llamada le he podido hacer, y ya te dije que está enferma.

Aunque Erly estaba sentada en al asiento de enfrente, jamás lo dejaba ver lo que manipulaba en su aparatito con forma de control de videojuegos, que movía como si estuviera jugando una estación de juegos portátil, además, de lo poco que Billy había alcanzado a ver, no había comprendido nada, porque tan solo eran luces y extraños símbolos, en un idioma que no entendía.

  -No te preocupes por tu madre, señor Billy Rojo, ella estará bien, ya lo verás, si confías en mí, ella estará bien muy pronto.

  - ¿Deal or no deal?

Billy iba a contestarle la frase con un deal, pero recapacitó, pensando en que no estaba bien el hacer frases de juegos, que involucraran a la salud de su madre, y no le contestó el ademán.

  - ¿Deal or no deal? –volvió a preguntar la chica, pero ya sin reírse.

  -Con esto no me gusta jugar; Elizabeth, es la salud de mi madre.

  -Pero si esto no es un juego; ¡Billy, tienes que confiar en mí! Si no; ¿De qué sirve todo lo que hablamos durante este día, acaso todo ha sido un juego que mañana no recordarás?

Dice la chica, replegando su aparatito, cruzándose de brazos y mirando hacia la ventana para no mostrarle sus ojos, y ya a punto de arrancar para salir del estacionamiento; Billy, al sentirla alterada, le pasó un brazo por sus hombros, ya sin sentir esa suave vibración de su cuerpo.

  - ¡Perdóname Elizabeth! Te aseguro que no fue mi intención lastimarte, ni hacerte enojar.

Erly volteó a mirarlo con los ojos brillantes, y acercándosele, cuando pensó que le iba a dar un beso en los labios, tan solo le dio un par de tiernos lengüetazos en la mejilla, apenas con la punta de su felina lengua, y solo le dijo:

  - ¿Deal or no deal?

  - ¡Deal!

Dice Billy, acabando con la tensión, y con la discusión.

  - ¡Y bien, mi pequeña Gatubela! ¿Para donde te llevo? Que, aunque no me has querido dar tu teléfono, si tendrás que decirme por lo menos a dónde vives.

  - ¡Claro que si, mi pequeño Róbin! Llévame a la colonia; “La Nopalera” por ahí, por donde tú vives.

Y entre que escuchando música, y entre que evitando preguntas que Billy no podía hacer y que ella no se atrevió a contestarle, cruzando rápidamente el bowlevard Hidalgo, el 300 y el bowlevard Colosio, llegaron al lugar a donde había rescatado al Coquito, pasó disminuyendo la velocidad, pero al no ver nada, no le quiso comentar a la chica, que permanecía distraída manipulando su estación de juegos, y continuó derecho hasta la entrada que marcaba su colonia hacia la derecha, y “La Nopalera” Hacia la izquierda.

La entrada era un camino de terracería que bordeaba el canal de Anzaldúas, que a esa hora se sentía muy tétrico, ya que no contaba con alumbrado público, hasta que llegaron a un caserío, pero no se adentraron en los laberintos de chatarra donde Erly tenía su rustica casona, si no apenas en los callejones frontales, donde doña Catalina Rodríguez ya la esperaba sentada en una rústica mecedora, en el porche de una casita de madera que no parecía, ni humilde, ni elegante, pero que si tenía luz eléctrica. firmemente construida, manteniendo su color natural y en buen estado.

  - ¡Aquí es gatito! Me tengo que bajar rápido, porque mi tía sí que es preguntona, y no te preocupes por mi teléfono porque yo ya tengo el tuyo, y en cuanto pueda yo te llamo, y recuerda que tienes que confiar en mí, para que todo lo que vivimos en todo este maravilloso domingo, no haya sido tan solo un juego; ¡Deal or no deal!

Dice la chica ya agachada por fuera del taxi en la ventana, y, por cierto, cubriéndose del frío con una chamarra de piel que había comprado en el centro comercial, mientras cargaba varias bolsas de compras.

  - ¡Deal!

Contesta Billy desde el interior, y cuando la chica se le volvió a acercar al rostro, pensó que esta vez sí le iba a dar un beso, pero lo dejó con los labios parados y la boca ansiosa, ya que tan solo le volvió a lamer una de sus mejillas, desapareciendo rápidamente en el interior de la casa.

  - ¡Diablos! Me lamió el cachete otra vez.

Y arrancó divertido, cerrando el vidrio para no sentir el frío que de repente empezó a calar en ese arrabal localizado en las orillas de aquél tétrico y oscuro canal, ya que por las mismas prisas con las que había salido en la mañana, para recoger a aquella hermosa chica rubia en la esquina de su casa que “Casualmente estaba esperando taxi”, no se acordó de subir ninguna de sus gabardinas, ni suéter alguno, y salió de aquella popular colonia de carretoneros, más contento que de costumbre, con rumbo a su casa en la populosa colonia, “Unidad Obrera”. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.