El Caso 000

Capítulo 1 – El Hombre del Cuarto 312

La lluvia no golpeaba, reptaba por el vidrio como un animal sin forma. Elias Heller no dormía desde hacía dos días, pero eso no era raro. Había aprendido a vivir con el insomnio desde que lo echaron de la policía. No por incompetente, sino por obstinado. Una cosa es buscar la verdad, y otra muy distinta es encontrarla en los lugares donde nadie quiere que la mires.

El reloj en la pared marcaba las 03:47. En su pequeño departamento, donde la cafetera era más fiel que cualquier ser humano, la radio escupía un jazz antiguo que parecía arrastrarse desde el infierno. Entonces sonó el teléfono.

—¿Heller? —La voz era de mujer, nerviosa, demasiado clara para esa hora.

—Si no es muerte o traición, no me interesa —gruñó él, encendiendo un cigarro.

—Es peor. Mi hermano desapareció. En el Hotel Aurora, cuarto 312. La policía no quiere involucrarse. Dicen que es... privado.

Elias apagó el cigarro sin darle una sola calada. El nombre del hotel no le era indiferente. Lo conocía. En sus tiempos como detective había escuchado demasiadas cosas sobre ese edificio: desapariciones, clientes fantasmas, prostitutas muertas y políticos que entraban por la puerta trasera. Nada bueno crecía en el Aurora.

—Estaré ahí en veinte.

El vestíbulo del Hotel Aurora olía a papel viejo y cloro. Un recepcionista calvo y nervioso evitaba hacer contacto visual.

—Cuarto 312 —dijo Elias, mostrando una vieja placa que aún llevaba por costumbre, aunque ya no significara nada. El recepcionista no preguntó nada. Solo deslizó una llave manual por el mostrador, como si eso fuera parte de un trato con el diablo.

El ascensor subió lento, como si se arrastrara por un pasado lleno de pecados. Cuando se abrió, el pasillo del tercer piso parecía el intestino de un animal muerto: húmedo, oscuro, con alfombras que habían visto más sangre de la que podían absorber.

Elias llegó hasta el cuarto. La puerta no estaba cerrada con llave.

Empujó.

El interior estaba limpio. Demasiado limpio.

Nadie.

Ningún signo de lucha.

Ningún signo de vida.

Solo un pequeño objeto sobre la cama: una antigua cámara Polaroid... y una foto recién revelada. La imagen mostraba al hermano de la mujer. O eso suponía. Estaba sentado en la misma cama que ahora Elias tenía frente a él, con los ojos abiertos... pero no había cuerpo.

La fecha en la foto era de esa noche. Una hora antes.

Dejó la cámara en la mesa. Abrió cajones, revisó el baño, las paredes, debajo de la alfombra.

Entonces lo sintió. Una corriente de aire frío que venía desde el clóset.

Elias lo abrió.

Una escotilla.

Ilegal. Oculta. Maldita.

Bajó por ella con una linterna. El túnel conducía a un pasillo subterráneo que no figuraba en ningún plano de Santiago. Y al fondo, una puerta blindada, con un solo número pintado a mano: 42.

La abrió.

Dentro, pantallas. Docenas. Todas mostrando habitaciones del hotel. Algunas vacías. Otras con personas dormidas. Y en una de ellas... él mismo. Mirando la cámara.

Giró en seco. No había nadie.

Pero la puerta se cerró.

Las luces se apagaron.

Y desde uno de los parlantes, una voz metálica susurró:

—¿Por qué bajaste, Heller?

Horas después, la policía encontró el cuarto 312 tal como Elias lo había visto: vacío, limpio, sin rastros.

Pero en la recepción, el recepcionista había desaparecido. Y en su lugar, una nota escrita a máquina:

"No todos los que resuelven casos, vuelven a la superficie. Algunos solo siguen bajando."

El caso se cerró como una desaparición sin resolver. Pero semanas después, la hermana del desaparecido recibió un sobre sin remitente. Dentro, una Polaroid. Mostraba a su hermano, sonriendo... y a Elias Heller, de pie detrás de él, como si nunca hubiera salido de ese cuarto.




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