El Caso 000

Capítulo 3 – El Silencio del Diente de Oro

Baltazar Muñoz odiaba los lunes, los ascensores, y a casi todos los seres humanos. Por eso no se sorprendió cuando, a las ocho en punto, alguien golpeó la puerta de su oficina sin avisar. Lo que sí lo molestó fue que su café aún estaba caliente y ya le traían un cadáver.

—¿Está muerto? —preguntó sin mirar, mientras la mujer entraba con un sobre en la mano.

—No todavía. Pero lo estará si no lo encuentra antes del viernes.

Baltazar se levantó con dificultad. El bastón le servía más como excusa que como apoyo. Solo conservaba un ojo, pero era suficiente para detectar mentiras.

La mujer era elegante, labios duros, ojos que sabían más de lo que decían. Le dejó el sobre en el escritorio y desapareció tan rápido como había llegado.

Baltazar abrió el sobre. Dentro había una foto.

Un hombre joven, sonriendo, con un diente de oro brillante en el costado izquierdo de la mandíbula.

Y una frase escrita a mano:
“Desapareció después de hablar con usted en 1996.”

Baltazar revisó su archivo personal. No era digital. Era una caja de zapatos llena de recortes, anotaciones, cintas de casete y fotos mal reveladas.

1996 fue un año ruidoso. Hubo un caso que no cerró, de un joven con diente de oro que decía haber descubierto una "puerta" en el sistema del metro. Baltazar no le creyó. El muchacho desapareció esa misma semana.

Ahora, veintiocho años después, alguien volvía a preguntar por él.

—Dios mío, tú sí que sabes guardar rencor —murmuró, prendiendo un cigarro con una mano temblorosa.

Esa noche bajó al metro. Estación Salvador. La más cercana al antiguo centro de control de túneles.

A la una de la madrugada, accedió a una compuerta olvidada, donde aún conservaba una copia antigua de la llave. Allí, bajo las líneas modernas, había restos de los primeros túneles construidos en la ciudad.

Baltazar caminó con una linterna, silbando una melodía vieja. No tenía miedo. Solo curiosidad.

Entonces lo escuchó.

Una voz que venía desde la oscuridad.

No eco.

Voz.

—¿Baltazar? ¿Aún tienes miedo de mirar?

El viejo detective se detuvo.

Delante suyo, una figura emergía desde las sombras. Alta. Pálida. Con el mismo diente de oro en la boca... pero el rostro consumido, como si el tiempo no hubiera pasado… o lo hubiera devorado.

—Estás muerto —dijo Baltazar.

—Eso dijiste en el '96 —respondió la figura.

—¿Qué quieres?

—Que recuerdes. Que abras la puerta esta vez.

Baltazar regresó a su oficina con el sobre bajo el brazo. Pero ahora, dentro del sobre, había algo más: una nueva foto.

No del joven. Sino de sí mismo.

De espaldas.

Tomada esa misma noche.

Sobre su nuca, marcado con tinta roja, un símbolo extraño. Un ojo dentro de un rectángulo.

El mismo símbolo que Isabel había encontrado. El mismo símbolo que aparecía en la grabación de Elias.

El viejo se sirvió un whisky, se sentó en su sillón con ese aire de “ya no tengo edad para estas mierdas”... y marcó un número que no había marcado en veinte años.

—Necesito hablar con alguien del Aurora. Díganle que Baltazar está despierto.

El caso nunca fue reportado.

Nadie más vio al joven del diente de oro.

Pero esa misma semana, en el metro de Santiago, aparecieron cámaras nuevas instaladas sin autorización. Y algunos trabajadores juraban haber visto a alguien en los túneles... silbando.

Una melodía vieja.

Demasiado vieja para estar viva.




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