El Caso 000

Capítulo 7 – La Llamada de la Caverna

Baltazar Muñoz jamás se había considerado valiente. Solo terco. Y esa terquedad, mezclada con un desprecio absoluto por la muerte, era lo que lo había mantenido con vida. O algo parecido.

Estaba en su despacho cuando la radio encendida en una frecuencia muerta comenzó a emitir una estática diferente. No era ruido. Era una voz entrecortada.

—Baltazar… el niño… volvió…

El viejo se levantó lentamente. No era la primera vez que escuchaba cosas donde no debía, pero esta vez… reconoció la voz.

Era la de su antiguo socio, Jorge Santoro, desaparecido hacía más de treinta años. El único hombre que había bajado con él a los túneles… y no regresó completo.

Baltazar encendió su grabadora de casete.

Y esperó.

La voz volvió.

—Abriste la caverna… tú también los viste… tres niños… uno eras tú.

Baltazar se quedó de pie.

No respiraba.

No pestañeaba.

—Eso no es cierto —dijo al vacío—. Yo nunca bajé con ellos. Yo los busqué después.

Pero la radio insistió.

—Tú eras el tercero. El que no hablaba. El que miraba.

Esa misma noche, Baltazar sacó una caja vieja de su armario. Una caja que juró nunca volver a abrir.

Dentro había una carpeta con un nombre en tinta corrida:

“Proyecto Puerta Madre.”

El encabezado decía:

"Instituto Aurora de Neurociencia Aplicada. Año 1986."

Más abajo, tres nombres:

  • Nicolás Fierro

  • Isabel Rivas

  • Elias Heller

Y un cuarto.

—No puede ser… —murmuró Baltazar, con la voz quebrada.

El cuarto nombre era:

Baltazar Muñoz.
Edad: 8 años.

La radio volvió a sonar.

Pero esta vez no era una voz cualquiera.

Era él mismo. Una grabación.

"Soy Baltazar. Tengo ocho años. Hoy nos hicieron entrar a la habitación blanca. La señora del abrigo dijo que si mirábamos fijo el ojo, algo despertaría. Yo miré. Y creo que ahora... algo me mira de vuelta."

Baltazar dejó caer el vaso que tenía en la mano.

El whisky se mezcló con sus lágrimas.

No podía recordarlo. Porque no quería.

Pero siempre había sabido.

Siempre.

Esa madrugada caminó por las calles sin rumbo. El bastón golpeando las veredas como un metrónomo roto.

Hasta que llegó al Hotel Aurora.

Las puertas se abrieron sin que él las tocara.

Dentro, en el vestíbulo, lo esperaban dos sobres.

Uno para él.

Uno con el nombre de Isabel.

Y otro con el de Elias.

Los tomó.

Al reverso de cada uno había una sola palabra escrita:

“Recuerden.”

Baltazar abrió el suyo.

Dentro había una fotografía.

No de él. No de un niño.

Sino de una puerta blanca.

La misma de la grabación.

La misma de la que tanto se hablaba.

Pero detrás de la puerta… en una sombra apenas perceptible…

Había una silueta.

Alta.

Oscura.

Con un ojo dibujado en la frente.

Y el diente de oro brillando.

—Tú no eras un niño —dijo Baltazar.

—Tú… nos hiciste niños.




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