El Caso 000

Capítulo 11 – El Nombre en la Piedra

La puerta de Baltazar se abrió sola.

Detrás, no había luces. No había zumbidos.
Solo oscuridad.
Y un olor que conocía demasiado bien.

—Miedo antiguo —susurró, encendiendo su encendedor—. Del que te hace olvidar cómo eras antes de tenerlo.

Entró.

La oscuridad no se disipó. Lo rodeó. Lo envolvió como un abrigo que no pediste. El encendedor apenas alumbraba un palmo, pero era suficiente para ver lo que debía ver.

Estaba en un túnel.

Uno que conocía.

Uno que había prometido nunca volver a cruzar.

El pasadizo bajo la estación Salvador. El lugar donde perdió a Jorge Santoro. Donde escuchó, por primera vez, esa voz que hablaba desde detrás de las paredes.

Caminó. Bastón en mano. Arrastrando su viejo cuerpo.

Las paredes comenzaron a mostrar símbolos. Pintados con sangre vieja. Con manos pequeñas.

El ojo.

Siempre el ojo.

Avanzó por minutos, quizás horas.

El túnel terminó en una cámara circular, con una sola cosa en el centro: una tumba de piedra sin nombre.

Pero Baltazar la reconoció.

—No puede ser… —dijo, acercándose.

El grabado estaba deshecho por la erosión, pero aún se leía una palabra:

“Muñoz.”

Y debajo, una fecha.

1992.

Una voz emergió de la oscuridad.

No era fantasmal.

Era cálida.

Real.

—¿Sabes por qué te trajeron aquí?

Baltazar giró. Nadie.

—¿Quién habla?

—Tu conciencia. Tu memoria. Tu culpa. Escoge.

Frente a él, tres nuevas piedras emergieron del suelo. Tres nombres. Tres fechas. Tres decisiones.

  • Jorge Santoro – 1992 – “Murió buscando al niño que tú abandonaste.”

  • Baltazar Muñoz – 1992 – “Nunca fuiste un adulto. Solo un niño olvidado en un cuerpo viejo.”

  • El Arquitecto – ??? – “Fuiste tú quien lo despertó.”

Baltazar cayó de rodillas.

Los recuerdos regresaron como cuchillas:

  • Él, bajando solo.

  • Oyendo gritos.

  • Cerrando la puerta detrás de sí para que no lo siguieran.

  • Dejando a Santoro atrapado… con eso.

—Yo no quería… yo tenía miedo…

La voz lo interrumpió.

—Y lo entendemos. Pero ahora, debes decidir qué nombre borrar.

—¿Cómo?

—Una piedra desaparecerá. Con su historia. Con su memoria. Con su peso.

—¿Y las otras?

—Las otras… permanecerán.

Baltazar pensó. Por primera vez, de verdad.

—Si borro a Jorge… muero por dentro.

—Si me borro a mí… todo esto deja de tener sentido.

—Si borro al Arquitecto…

Se detuvo.

—¿Qué pasaría?

La voz rió. Suave. Como si hubiera estado esperando esa pregunta por décadas.

—Entonces todos recordarían.

—¿Recordar qué?

—Que tú eras él.

El piso tembló.

Las piedras colapsaron.

Y frente a Baltazar apareció un espejo de agua oscura.

Se acercó. Miró.

Y vio su rostro… deformándose. Cambiando. Hasta volverse el del Arquitecto.

—No. No. ¡NO!

Cayó hacia atrás. El túnel comenzó a cerrarse.

Pero antes de perder la conciencia, una frase se estampó en su mente:

“El Arquitecto no es una persona. Es un resultado.”

Baltazar despertó en la sala blanca.

Empapado en sudor. Con el corazón latiendo como un tambor en guerra.

Isabel lo miró. No preguntó.

Elias se levantó.

Sin decir nada, caminó hacia su puerta.

El reloj marcaba:

48 horas, 15 minutos.

Y ahora, era su turno.




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