Tres años después.
La ciudad sigue viva.
Late como siempre.
Pero algo cambió.
No en las calles.
No en los edificios.
En los recuerdos.
Nadie recuerda el Hotel Aurora.
Nadie recuerda a Elias Heller.
Ni a Isabel Rivas.
Ni a Baltazar Muñoz.
Pero alguien sueña con ellos.
En una pequeña comisaría al norte de Santiago, un joven detective novato, Tomás Cerda, revisa un expediente polvoriento que apareció esa mañana en su escritorio.
Sin remitente.
Sin fecha.
Sin firma.
Solo un título:
“Caso #000: Las Sillas Vacías.”
Dentro, tres fotos.
Un hombre con ojos verdes y rostro cansado.
Una mujer de mirada afilada y guantes quirúrgicos.
Un anciano con bastón, riéndose a carcajadas frente a una puerta cerrada.
Ninguno tiene nombre.
Ninguno tiene antecedentes.
Tomás se rasca la cabeza.
—¿Y esto qué es… una broma?
En la parte posterior de una de las fotos, hay una dirección escrita con lápiz rojo:
“Estación Salvador. Acceso clausurado.”
La estación sigue funcionando.
Pero el acceso lateral, aquel sellado por años, está abierto.
No por obra humana.
Sino porque algo lo empujó desde dentro.
Tomás desciende con linterna.
Sin permiso. Sin respaldo.
Y al llegar al fondo, encuentra una puerta blanca.
Sin manillas.
Sin cerradura.
Sin tiempo.
Y escrita en ella, una frase:
“Bienvenido, nuevo arquitecto.”
Tomás da un paso atrás.
Pero ya es tarde.
La puerta se abre sola.
Y en el interior, una silla.
Una sola.
Y sobre ella, un sobre.
Lo abre.
Una hoja en blanco.
Hasta que aparecen las palabras, una por una, como si fueran escritas por una mano invisible:
“Un último caso. El tuyo.”
La puerta se cierra.
Y la sala… lo recuerda todo.
Porque el olvido nunca fue real.
Porque hay casos que, por más que los borres…
…siguen esperando ser resueltos.
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recuerdos olvidados, crímenes sin resolver, detectives y misterio
Editado: 21.04.2025