LA NADA NO TENÍA más de dos dedos de espesor. Al otro lado, en una tarde gris y húmeda, había un camino de cemento que llevaba hacia la puerta de un jardín. Jaehyun y Mark estaban esperando en la puerta. Al otro lado salía una carretera llana flanqueada por casas. Taeyong miró hacia atrás, tiritando un poco por la llovizna, y vio que el castillo se había convertido en una casa de ladrillos amarillos con grandes ventanas. Como todas las demás casas, era cuadrada y nueva, con una puerta principal de cristal ondulado. No había nadie paseando. Tal vez fuese por la lluvia, pero Taeyong tuvo la sensación de que la verdadera razón era que, a pesar de que había muchas casas, estaban en algún lugar a las afueras de una ciudad.
—Cuando hayas terminado de fisgonear... —lo llamó Jaehyun. Su traje gris y escarlata estaba salpicado de gotitas de agua. Llevaba en la mano un manojo de llaves extrañas, la mayoría de ellas planas y amarillas, que parecían encajar con el estilo de aquellas casas. Cuando Taeyong llegó por el camino, dijo—: Tenemos que vestirnos de forma adecuada para este sitio.
Sus ropajes se volvieron borrosos, como si la llovizna que le rodeaba se hubiera convertido de repente en niebla. Cuando volvió a enfocarse, seguía siendo gris y escarlata, pero con una forma totalmente distinta. Las larguísimas mangas habían desaparecido y el conjunto le quedaba mucho más suelto. Parecía viejo y gastado.
La chaqueta de Mark se había convertido en una especie de cosa rellena que le llegaba a la altura de la cintura. Levantó el pie, que estaba enfundado en un zapato de tela, y se quedó mirando el material prieto y azul que le rodeaba las piernas.
—Casi no puedo doblar las rodillas —dijo.
—Ya te acostumbrarás —dijo Jaehyun—. Vamos, Taeyong.
Taeyong se sorprendió al ver que Jaehyun los conducía de vuelta por el mismo camino que habían venido, hacia la casa amarilla. En la espalda de su chaqueta, había unas palabras misteriosas: RUGBY GALES. Mark siguió a Jaehyun, con el paso envarado a causa de los pantalones. Taeyong miró hacia abajo y vio que se le veía un trozo de los tobillos delgaduchos sobre los zapatos nudosos. Por lo demás, no había cambiado mucho.
Jaehyun abrió la puerta de cristal ondulado con una de sus llaves. Junto a la puerta había un cartel colgado de unas cadenas. RIVENDELL, leyó Taeyong mientras Jaehyun lo empujaba a entrar en un vestíbulo limpio y reluciente. Parecía que había gente en la casa. Se oían voces agudas al otro lado de una puerta. Cuando Jaehyun la abrió, Taeyong se dio cuenta de que las voces salían de unas imágenes mágicas de colores que se movían en la parte delantera de una gran caja cuadrada.
—¡Yuno! —exclamó una mujer que estaba sentada haciendo punto.
Dejó la labor, con expresión un poco molesta, pero antes de que pudiera levantarse un niño pequeño, que estaba mirando las pinturas mágicas muy serio con la barbilla apoyada en las manos, se levantó de un salto y se lanzó hacia Jaehyun.
—¡Tío Yuno! —gritó, y se encaramó de un salto sobre él, enganchando las piernas a su espalda.
—¡Jaehee! —exclamó Jaehyun como respuesta—. ¿Cómo estás, tesoro? ¿Te has portado bien? —entonces él y el niño se pusieron a hablar en una lengua extranjera, rápido y en voz alta. Taeyong se dio cuenta de que tenían una relación muy especial. Se preguntó qué idioma sería aquel. Sonaba parecido a la canción de Jungwoo sobre la sartén, pero era difícil de saber. Entre las parrafadas en aquella lengua, Jaehyun consiguió decir, como si fuera ventrílocuo—: Este es mi sobrino, Jaehee, y mi hermana Park Irene. Irene, estos son Mark Lee y Taeyong, esto...
—También Lee —dijo Taeyong.
Irene les dio la mano con aire reservado y desaprobador. Era mayor que Jaehyun, pero se le parecía mucho, tenía la misma cara larga y angulosa, pero sus ojos castaños estaban llenos de preocupación y su cabello era oscuro.
—¡Cállate ya, Jaehee! —dijo en un tono que les hizo callar—. Yuno, ¿te vas a quedar mucho tiempo?
—He venido solo un momento —dijo Jaehyun, dejando a Jaehee en el suelo.
—Chanyeol no ha venido todavía —dijo Irene.
—¡Qué pena! No podemos quedarnos —dijo Jaehyun, sonriendo con una sonrisa cálida y falsa—. Pero quería presentarte a mis amigos. Y preguntarte una cosa que puede parecer una tontería. ¿No habrá perdido Riku por casualidad unos deberes de literatura hace poco?
—¡Qué curioso que digas eso! —exclamó Irene—. ¡El jueves pasado los estuvo buscando por todas partes! Tiene un profesor nuevo y es muy estricto, no se preocupa solo de la ortografía. Les ha metido el miedo en el cuerpo si no entregan los deberes a tiempo. ¡Tampoco le viene mal a Riku, con lo vago que es! Y se pasó el jueves pasado buscándolos por todas partes, y lo único que encontró fue un papel con unas cosas rarísimas...
—Ah —dijo Jaehyun—. ¿Y qué hizo con él?
—Le dije que se lo entregara a ese señor Park —contestó Irene—, para demostrarle que al menos lo había intentado.
—¿Y se lo dio? —preguntó Jaehyun.
—No lo sé. Pregúntaselo tú. Está en el dormitorio con esa máquina suya —dijo Irene—. Pero no conseguirás que te haga mucho caso.
—Vamos —les dijo Jaehyun a Mark y a Taeyong, que estaba examinando la habitación marrón y naranja. Cogió a Jaehee de la mano y los condujo a todos fuera de la habitación escaleras arriba. Hasta las escaleras estaban cubiertas por una alfombra, rosa y verde. Así que la procesión encabezada por Jaehyun apenas hizo ruido mientras avanzaba por el pasillo rosa y verde hacia una habitación con una alfombra azul y amarilla. Pero Taeyong no estaba segura de que los dos muchachos que se inclinaban sobre varias cajas mágicas colocadas sobre una gran mesa junto a la ventana hubieran levantado la vista incluso aunque hubiera entrado una banda militar. La caja mágica principal tenía una cara de cristal, como la del piso de abajo, pero parecía mostrar letras y diagramas más que imágenes. Todas las cajas salían de unos tallos blancos y ondulados que parecían tener las raíces en una pared de la habitación.