EL HOMBRE-PERRO SE ACURRUCÓ pesadamente sobre los pies de Taeyong cuando este retomó la costura. Tal vez esperaba que consiguiera quitarle el conjuro si permanecía cerca de él. Cuando un hombre grande y con barba pelirroja irrumpió en la habitación con una gran caja llena de cosas, y se quitó la capa de terciopelo para convertirse en Mark, el perro-hombre se levantó y movió la cola. Dejó que Mark le acariciase y le rascara las orejas.
—Espero que se quede con nosotros —dijo Mark—. Siempre he querido tener un perro.
En cuanto Jaehyun oyó la voz de Mark, bajó envuelto en la colcha marrón de su cama. Taeyong dejó de coser y agarró con cuidado al perro. Pero el animal también se mostró cortés con Jaehyun. Y tampoco puso objeciones cuando Jaehyun sacó una mano por debajo de la colcha para acariciarle.
—¿Y bien? —dijo Jaehyun, despidiendo nubes de polvo al conjurar más pañuelos.
—Lo tengo todo —dijo Mark—. Y estamos de suerte, Jaehyun. Hay una vieja tienda a la venta en Market Chipping. Antes era una sombrerería. ¿Crees que podríamos trasladar allí el castillo?
Jaehyun se sentó en un taburete alto, como un senador romano con su túnica, y reflexionó.
—Depende de cuánto cueste —dijo—. Me tienta la idea de cambiar hasta allí la entrada de Porthaven. Pero no será fácil. Habría que mover a Jungwoo, porque allí es donde está realmente. ¿Qué dices tú, Jungwoo?
—Hará falta una operación muy cuidadosa para trasladarme —dijo Jungwoo. Había palidecido varios tonos con solo pensarlo—. Creo que deberías dejarme donde estoy.
«Así que Taeyeon ha puesto en venta la tienda», pensó Taeyong mientras los otros tres seguían hablando del traslado, ¡Ahí se veía la poca integridad que tenía Jaehyun! Pero lo que más le preocupaba era el extraño comportamiento del perro. Aunque Taeyong le había dicho muchas veces que no podía quitarle el conjuro, parecía que no quería irse. Tampoco quería morder a Jaehyun, y dejó que Mark le sacara de paseo por Porthaven aquella noche y a la mañana siguiente. Al parecer, su objetivo era formar parte de la casa.
—Yo en tu lugar me volvería a Upper Folding para conquistar a Jaemin cuando se recupere de lo de Jaehyun —le dijo Taeyong.
Jaehyun se pasó todo el día siguiente entrando y saliendo de la cama. Cuando estaba acostado, Mark no hacía más que subir y bajar escaleras. Cuando estaba levantado, Mark corría de acá para allá midiendo el castillo con él y colocando puntales de metal en las esquinas.
Mientras tanto, Jaehyun no dejaba de aparecer, envuelto en su colcha y levantando una polvareda, para hacer preguntas y anunciar cosas, casi siempre para halagar a Taeyong.
—Taeyong, como has encalado todas las paredes y has cubierto las marcas que hicimos cuando inventamos el castillo, ¿serías tan amable de decirme dónde estaban las marcas de la habitación de Mark?
—No —dijo Taeyong, cosiendo el septuagésimo triángulo azul—. No sé dónde estaban.
Jaehyun estornudó pesarosamente y se retiró. Al poco volvió a aparecer.
—Taeyong, si compramos esa tienda, ¿qué venderíamos?
A Taeyong le pareció que ya estaba harto de sombreros.
—Nada de sombreros —dijo—. Ya sabes que se puede comprar la tienda, pero no el negocio.
—Concentra tu malvada mente en este asunto —dijo Jaehyun—. O piensa un poco, si es que sabes.
Y volvió a marcharse escaleras arriba. A los cinco minutos, volvió a bajar.
—Taeyong, ¿tienes alguna preferencia sobre las otras entradas? ¿Dónde te gustaría que viviéramos?
Taeyong pensó inmediatamente en la casa de la señora Young.
—Me gustaría una casa bonita con muchas flores —dijo.
—Ya veo —dijo Jaehyun, y volvió a marcharse.
Cuando apareció ya se había vestido. Según los cálculos de Taeyong, aquella era la tercera vez. No le dio importancia hasta que Jaehyun se puso la capa de terciopelo que había usado Mark y se convirtió en un hombre barbudo, pelirrojo y pálido, que se llevaba un gran pañuelo rojo a la nariz y tosía. Se dio cuenta de que Jaehyun iba a salir.
—Te vas a poner peor —le dijo.
—Me voy a morir y después lo sentiréis mucho —dijo el hombre barbudo, y salió con el pomo señalando hacia el verde.
Mark tuvo tiempo de trabajar en su conjuro durante una hora. Taeyong llegó a su triángulo azul número ochenta y cuatro. Hasta que el hombre regresó, se quitó la capa de terciopelo y se convirtió en Jaehyun, que tosía con más fuerza que nunca y se compadecía de sí mismo todavía más.
—He comprado la tienda —le dijo a Mark—. Tiene un cobertizo muy útil en la parte de atrás y una casa al lado, y me he quedado con todo. Pero no tengo muy claro con qué lo voy a pagar.
—¿Por qué no con el dinero que conseguirás si encuentras al príncipe Dongyoung? —preguntó Mark.
—Se te olvida —gimió Jaehyun— que el propósito de esta operación es precisamente no buscar al príncipe Dongyoung. Vamos a desaparecer.
Y subió por las escaleras tosiendo hacia la cama, donde al poco tiempo empezó a estornudar, haciendo temblar las vigas para llamar la atención.