JAEHYUN SE PUSO A TRABAJAR con tanto ímpetu que parecía que acabara de disfrutar de una semana de descanso. Si Taeyong no le hubiera visto librar una agotadora batalla mágica hacía una hora, nunca lo hubiera creído posible. Mark y él iban de un lado para otro cantando medidas en voz alta y pintando extraños símbolos con tiza en los lugares donde antes habían colocado los puntales de metal. Parecían haber marcado todos los rincones, incluyendo los del patio. El cubículo de Taeyong bajo las escaleras y un recoveco extraño en el techo del cuarto de baño les dieron muchos problemas. A Taeyong y al perro-hombre los empujaron de acá para allá, para que Mark pudiera dibujar una estrella de cinco puntas inscrita en un círculo en el suelo.
Cuando Mark terminó y se estaba sacudiendo el polvo y la tiza de las rodillas, llegó Jaehyun corriendo con la ropa negra salpicada de cal. Taeyong y el perro-hombre tuvieron que apartarse otra vez para que Jaehyun pudiera moverse por el suelo escribiendo signos dentro de la estrella y el círculo y a su alrededor. Los dos fueron a sentarse en las escaleras. El perro-hombre estaba temblando. Aquel tipo de magia no parecía gustarle nada.
Jaehyun y Mark salieron corriendo al patio. Jaehyun volvió a toda prisa.
—¡Taeyong! —gritó—. ¡Rápido! ¿Qué quieres que vendamos en la tienda?
—Flores —contestó Taeyong, pensando de nuevo en la señora Young.
—Perfecto —dijo Jaehyun, y se alejó acelerado hacia la puerta con un bote de pintura y un pequeño pincel.
Metió la punta del pincel en el bote y con mucho cuidado pintó la marca azul de amarillo. Volvió a mojarlo y esta vez el pincel salió con pintura morada. Pintó la mancha verde con ella. La tercera vez salió de color naranja, que pasó a cubrir la mancha roja. Jaehyun no tocó el negro. Al dar media vuelta metió la manga de su traje en el bote de pintura junto con el pincel.
—¡Vaya, hombre! —se quejó Jaehyun, sacándola. La manga de la chaqueta era de todos los colores del arco iris. Jaehyun la sacudió y se volvió de nuevo negra.
—¿Cuál de los dos trajes es? —preguntó Taeyong.
—Se me ha olvidado. No me interrumpas. Ahora viene la parte más difícil —le ordenó Jaehyun, corriendo a colocar el bote de pintura otra vez en la mesa. Cogió un tarro lleno de polvo—. ¡Mark! ¿Dónde está la pala de plata?
Mark llegó a la carrera del patio, con una gran pala reluciente. El mango era de madera, pero la hoja parecía de plata maciza.
—¡Ya está todo listo ahí fuera! —dijo.
Jaehyun se colocó la pala sobre la rodilla para escribir un signo con tiza tanto en el mango como en la hoja. Luego espolvoreó polvo rojizo del tarro sobre ella. Después colocó un pellizco de la misma sustancia en cada punta de la estrella y volcó el resto en el centro.
—¡Apártate, Mark! —dijo—. No os acerquéis ninguno. ¿Estás listo, Jungwoo?
Jungwoo salió entre los troncos en forma de larga llama azul.
—Lo intento —dijo—. Sabes que esto podría matarme, ¿verdad?
—Míralo por el lado bueno —dijo Jaehyun—. Podría ser yo el que terminara muerto. Agárrate. Una, dos y tres.
Hundió la pala en el suelo de la chimenea, con un movimiento lento y constante, manteniéndola en vertical y al mismo nivel de la rejilla. Durante un segundo la movió suavemente de un lado a otro para deslizaría debajo de Jungwoo. Luego, cada vez con más firmeza y suavidad, la levantó. Mark aguantó la respiración.
—¡Ya está! —dijo Jaehyun. Los troncos se resbalaron hacia un lado. Parecía que no ardían. Jaehyun se irguió y dio media vuelta, con Jungwoo sobre la hoja de la pala.
La habitación se llenó de humo. El perro-hombre gemía y temblaba. Jaehyun tosía. Le costaba mantener la pala recta. Los ojos de Taeyong se llenaron de lágrimas y apenas veía pero, por lo que pudo distinguir, Jungwoo no tenía pies ni piernas, tal y como le había dicho. Era una cara azul larga y puntiaguda enraizada en una masa negra que brillaba débilmente. El bulto negro tenía un surco en la parte delantera, por lo que a primera vista parecía que Jungwoo estaba arrodillado sobre unas piernas diminutas. Pero Taeyong vio que no era así cuando el bulto se movió ligeramente y mostró que por debajo era redondo. Se notaba que Jungwoo se sentía tremendamente inseguro. Los ojos anaranjados se le pusieron redondos de miedo y no dejaba de alzar débiles llamas con forma de brazos a los lados, en un intento inútil por agarrarse a los bordes de la pala.
—¡Ya queda poco! —dijo Jaehyun con voz ahogada, procurando tranquilizarlo. Pero tuvo que cerrar la boca con fuerza y quedarse quieto un momento para evitar toser. La pala se balanceó y Jungwoo estaba aterrorizado. Jaehyun se recuperó. Dio un paso largo y cauteloso para introducirse en el círculo de tiza y luego otro hasta colocarse en el centro de la estrella de cinco puntas. Allí, sosteniendo la pala completamente horizontal, giró lentamente sobre sí mismo hasta dar una vuelta completa y Jungwoo giró con él, azul como el cielo y con cara de pánico.
Pareció que toda la habitación girase con ellos. El perro-hombre se acurrucó junto a Taeyong. Mark se tambaleó. Taeyong sintió como si una pieza del mundo se hubiera soltado y estuviera dando vueltas en círculos mareantes. Cuando Jaehyun dio los mismos dos pasos largos y cautelosos para salir de la estrella y del círculo, todo seguía moviéndose. Se arrodilló junto al hogar y, con sumo cuidado, deslizó a Jungwoo de nuevo sobre la rejilla y lo rodeó con sus troncos. Jungwoo ardió con enormes llamas verdes. Jaehyun se apoyó en la pala y se puso a toser.
Tras un último balanceo, la habitación se quedó quieta. Durante unos instantes en que todo seguía lleno de humo, Taeyong distinguió sorprendido las formas que tan bien conocía del salón de la casa donde había crecido. Lo reconoció, aunque el suelo no era más que tablas desnudas y no había cuadros en las paredes. La habitación del castillo pareció acomodarse en su lugar dentro del salón, estirándose por allí, encogiéndose por allá, reduciendo la altura del techo para que se ajustara a las vigas bajas, hasta que los dos se fundieron en uno y se convirtieron de nuevo en la sala del castillo, que ahora tal vez era un poco más alta y cuadrada que antes.