Tomé mis manos y las froté frente al fuego de la chimenea, era de noche y afuera una tormenta de nieve cubría todo a su paso, en Marte nunca habían días tan fríos como aquella noche.
Con una manta me senté frente a la chimenea tratando de calentarme un poco con el calor del fuego, me encontraba a solas en mi habitación mirando el fuego en la chimenea. Afuera todo estaba cubierto de nieve, todo se había dibujado de un blanco brillante y el aire golpeaba con fuerza la ventana y las ramas de los árboles.
-¿Arem, puedo pasar?-se escuchó la voz de Corime atrás de la puerta.
-Adelante Corime, pasa...
Ella entró cubierta de pies a cabeza en una manta con una vela en su mano.
-Solo quería saber cómo estabas- se sentó en la orilla de la cama mirándome sentada frente al fuego.
-Sinceramente estoy muriendo de frio- dije temblorosa y chocando mis dientes- ¿Por qué hace tanto frio Corime?
-En Urano desde hace siglos hay una noche la cual se conoce como "La noche blanca", esa noche cae una tormenta de nieve y la temperatura baja a niveles insoportables, la nieve cubre todo a su paso, hace años este era un grave problema para las personas más humildes.
-¿Solo es una noche?
-Sí, ¿que no recuerdas que te lo había dicho unos días antes?
-Lo siento estaba un poco distraída, no lo recuerdo.
-No me sorprende en nada de ti... Si, solo una noche.
-¿Puedo sentarme a lado tuyo?
-Por supuesto ven.
Se levantó de la cama con una gran cobija y se sentó en el suelo frente a la chimenea conmigo.
-¿Te gustaría que te abrazara?
-Siendo sinceras, me encantaría.
Se descobijó un poco y con una parte de la cobija me abrazó.
-No hay mejor calor que el que te puede dar otra persona.
-Seguro que sí, gracias.
Ven vamos- se levantó de la cama, comenzó a quitar las cobijas de la cama, se quitó su manta y la puso encima de las demás cobijas
-¿Qué haces?- pregunté.
-Veras, cuando era niña mis padres y yo dormíamos juntos esta noche para darnos calor y así poder soportar el frio... Hoy dormiré contigo para que no se te haga eterna la noche.
Ella se metió en las cobijas y me hizo señas para que me sentara a un lado suyo en la cama. Me levante del piso y con paso apresurado caminé hasta la cama, me quité la manta que me cubría y la puse encima de las cobijas, de un brinco me metí a la cama y me tapé aun temblando.
-Ven aquí, estas temblando y estas muy fría- abrió sus brazos y me abrazó dejando mi cabeza contra su pecho.
Estuvimos así durante varios minutos, ella besaba mi cabeza y con su dedo jugaba con mi cabello, podía sentir su respiración y el latir de su corazón como un tambor.
Me levanté, me senté frente a ella y la miré
-¿Pasa algo?-preguntó dudosa.
-Nada es sólo que... No sabes lo bonita que te ves con la luz de la luna iluminando tu rostro.
-Has notado que te la pasas recordándome mi belleza a diario.
-Créeme no me cansaré nunca de hacerlo...
-Arem, ¿recuerdas lo que dijiste la otra tarde?
-¿Sobre qué?
-Que dos cuerpos desnudos transmite más calor....
-¡Oh, claro!, ahora lo recuerdo.
-¿Puedo pedirte algo?- dijo entre susurros con su cabeza gacha.
-¿Que pasa Corime?
-¿Puedes quitarme la ropa?... Quiero entregarme a ti en cuerpo y alma, saber que se siente entregarse a la persona que amas. Quiero amarte, verte, contemplarte y sentir tu piel sobre la mía.
Las dos nos quedamos en silencio, ella miraba hacia la chimenea sonrojada.
La noche era fría, la luna se postraba esplendorosa y brillante en el cielo estrellado, el único sonido que se escuchaba era el del aire y los arboles agitados.
Ahí estábamos las dos frente a frente sentadas en la cama en la oscuridad de la noche y la habitación, la luz de la luna iluminaba la perfección del rostro de Corime; sus ojos tenían un brillo peculiar esa noche, su mirada tan serena demostraban una humildad que en nadie podía haber visto antes.
Ella era mis anteojos... Ella me había mostrado el mundo de diferente manera, había abierto mis ojos por completo, antes no podía ver con claridad lo que había a mi alrededor.
Todo era diferente cuando estaba ella, me hacía sentir en otro mundo.
-Lo haré con mucho gusto Corime.
Con manos temblorosas acaricié su fina piel blanca como, casi del color de una perla y bajé delicadamente su pijama hasta dejar al descubierto su pecho desnudo.
-No me veas-susurró.
-¿Por qué no?
-Temo no gustarte, no quiero que veas mis defectos... -dijo con la mirada baja.
-¿Qué sería la perfección sin imperfecciones?, simplemente no podría ser perfecta...
Las dos nos quedamos en silencio, ella bajó sus manos y dejó al descubierto su cuerpo, el cual se podía distinguir perfectamente a la luz de la luna.
Sin más se recostó delicadamente en la cama, su respiración era agitada, temblaba de miedo y de nervios, porque al fin se había desnudado, no solo físicamente.
Por primera vez había desnudado su alma y su cuerpo, había dejado a un simple mortal ver lo que había debajo de ese disfraz.
Me quité la bata que tenía puesta y completamente desnuda me recosté a un lado de ella. No sabía lo que hacía, estaba nerviosa y tenía miedo de lastimar un cuerpo tan frágil y hermoso.
Quedamos frente a frente y nos miramos durante varios minutos sin pronunciar una palabra.
-¿Puedo tacar tu cuerpo?-pregunté al fin.
-Sí.
-Pero cierra los ojos...
Ella tomó aire y cerró sus ojos. Con la punta de mi dedo recorrí cada parte de su cuerpo haciendo que de vez en cuando soltara un gemido ahogado o su cuerpo se contrajera precipitadamente.
La besé en los labios, en su cuello y en toda su piel, acaricié cada parte de su cuerpo. Finalmente con mis dos manos tomé su rostro y la mire a los ojos en silencio...