El tiempo pasó rápido como un rayo que cae en una tormenta, fueron años, meses, horas que parecieron irse en tan solo minutos.
Arem y yo pasamos los siguientes años juntas, fuimos solo ella y yo en este mundo tan solitario, tan tranquilo. Sólo ella y yo amándonos sin ninguna preocupación y ninguna restricción.
Fue un proceso largo, en el que aprendimos a estar acompañadas la una a la otra, aprendimos a querernos y a entendernos. Ella me hizo divertirme jugando como una niña, sin ninguna pena.
Ideamos un juego que le encantaba, ella se escondía en algún lugar del castillo y yo tenía que encontrarla... si la encontraba ella me daba algo a mí, sin embargo, si era al contrario yo le daba algo.
Sinceramente siempre terminábamos dándonos un beso largo y lento o un abrazo.
Nuestro pequeño paraíso se convirtió en nuestro lugar donde cada tarde/noche teníamos una nueva cita, donde nadábamos completamente desnudas o jugábamos a corretear aves y mariposas, donde tomábamos un pequeño lunch, donde llegamos a llorar y donde llegamos a reír.
Las dos fuimos libres e independientes, pero siempre estuvimos acompañadas. Por primera vez supe cómo era sentirse como un ave que vuela por el cielo.
Aprendimos a comprendernos y escucharnos, lloramos juntas cuando nos sentíamos solas o tristes y nos escuchábamos para después darnos un consejo, reímos cuando estábamos felices y contábamos chistes sobre cualquier tontería, nos enojábamos cuando cometíamos errores que lastimaban a la otra, que para ser sincera, fueron muchísimos los que cometimos, nos reconciliábamos cuando no podíamos estar más enfadadas era cuestión de decir un lo siento o de hablar tranquilamente, caminamos y conocimos nuevos lugares del mundo... paisajes hermosos que yo no conocía del propio lugar donde vivía.
Escuchamos la naturaleza y nos escuchamos a nosotras, comprendimos la belleza y aprendimos lecciones de vida.
Descubrimos algo que nunca habíamos sentido ninguna de las dos, el amor que se le puede tener a alguien... no un amor como se le tiene a la familia, sino un amor romántico que llena de felicidad y emoción el corazón, que hace reír y llorar con tan solo una palabra, que hace sentir choques eléctricos por todo el cuerpo y que te puede hacer suspirar con tan solo ver un par de ojos postrarse en los tuyos.
Lo nuestro no era perfecto, pero era lo mejor que nos había ocurrido en toda la vida, era lo que queríamos y lo que nos llenaba de satisfacción y felicidad. Teníamos cientos de defectos pero sabíamos cómo afrontarlos, conocimos caras de nosotras que no nos imaginábamos que existían.
Nos apoyamos siempre en todo y nunca nos dejamos solas.
Notamos que nuestros corazones tan frágiles se fortalecieron, como si hubiésemos creado un lazo invisible, una protección que nos hizo cada vez más y más fuertes.
Estaba enamorada de Arem y no podía sentirme más feliz de estar con ella... No podía pedir nada más.
Estábamos enamoradas felices, emocionadas y con sed de vivir una vida que no conocíamos y que era nueva para nosotras, a pesar de todos los miedos estábamos entusiasmadas de saber qué era lo que nos deparaba el destino, nuestro destino.
Y así fueron años de amor, diversión y locuras que pasamos... hasta que un día Arem desapareció.
Era una mañana nublada, parecía que una tormenta se avecinaba, al levantarme esa mañana note que Arem no estaba acostada en la cama conmigo como era costumbre, me levanté de la cama y me vestí.
Salí de la habitación y me dirigí a la habitación donde ella había dormido. Toqué la puerta del cuarto y esperé a que ella abriera.
-Hola, ¿estás ahí Arem? ¿Estás ahí?- nadie contestó.
Intenté varías veces, toqué y pregunté pero no abrió, comencé a preocuparme un poco de lo que pasaba y porque no respondía a mis llamados, así que abrí la puerta sin tocar lentamente, como si tuviera miedo de encontrarme algo que no quería en aquel cuarto.
La habitación estaba completamente vacía, la cama estaba tendida y todo estaba en su lugar, el cepillo que utilizaba para cepillar su cabello, los perfumes que le había prestado, los collares y tiaras estaban en sus cajas, todos en el lugar de siempre.
El ropero estaba vacío, todos los vestidos de Arem se habían esfumado, sus zapatillas, su armadura con la que había llegado ya no estaban en donde siempre, el cuarto se sentía frío como si algo faltara.
Ella no estaba. Salí del cuarto corriendo y fui a buscarla a la biblioteca, al comedor, al huerto, la cocina, la azotea del castillo, entré a cada uno de los cuartos del castillo pero no había ningún rastro de ella.
-"¡AREM!, ¡AREM!, ¡¿Dónde estás Arem?! Contesta por favor... ¡te lo suplico! ¡Sal de tu escondite ya!"
Solo se podían escuchar por todo el castillo los gritos que salían de mi garganta, esperando así que ella saliera del lugar donde estaba escondida, pero mis intentos fueron en vano.
Salí del castillo corriendo, mi respiración estaba agitada y de mi frente caían unas gotas de sudor. Solo había un último lugar donde podría estar, nuestro pequeño paraíso.
Corrí hasta llegar a la entrada de árboles, una emoción recorrió todo mi cuerpo al pensar que estaba ahí como siempre jugando con los pájaros o lavando sus vestidos como acostumbraba hacer, pero ahí tampoco estaba... el lugar estaba vacío.
Caminé hacía el castillo y entré con un gran nudo en la garganta y un dolor en el pecho, tenía náuseas y no podía entender nada de lo que pasaba, ¿En dónde estaba Arem?, ¿Por qué no estaba en el castillo?, ¿A dónde había ido?
Subí las escaleras con paso pesado y entré a mi cuarto, me quité las zapatillas y observé todo el lugar... me tiré en la cama y una lagrima cayó de mis ojos.
Frente a mí en donde estaba mi espejo vi una pequeña nota que no había notado.
Me levanté de la cama y la abrí temblorosamente, era un escrito de ella que me había dejado, se veían lágrimas por todo el papel y manchones de tinta.