Érase una leyenda sobre un castillo que fue olvidado. Un rumor que circulaba de boca en boca pero el cual nadie nunca se atrevió a descubrir si era verdad. Se contaba que en la sombra de un frondoso valle, ubicado entre remotas montañas, se hallaba un castillo fantasma del que ya nadie se acordaba. Entre sus piedras se quedaron enredadas las historias de aquellos que una vez lo habitaron. Los recuerdos de sus gentes se anclaron a sus cimientos, recogidos para siempre entre sus ruinas.
La leyenda cuenta que aquel castillo, del cual solo quedan lejanas historias, fue maldito por un malvado y poderoso hechicero, y fue condenado a aparecer solo en las noches de luna llena, momento en el que se deshace la maldición. Ya nadie se acuerda de los reyes que alguna vez se sentaron en sus tronos, y nadie se atrevió a descubrir qué pasó con ellos. Solo se sabe que, según la historia, cuando la hermosa luna llena derrama su luz de plata sobre el valle, el gran edificio reaparece con lentitud como si despertara de su eterno sueño.
Algunos afirman que está encantado, y que alguna vez fueron escuchados los lamentos de las almas que se quedaron atrapadas entre las ruinas. Otros dicen que es un castillo mágico y a él solo puede acceder un Elegido destinado a romper la maldición que fue lanzada sobre él. Hay quien dice también que es solo un cuento para hacer soñar a los niños y que se queden profundamente dormidos.
Fuere lo que fuere, Selene iba a descubrir cuánta verdad había en esos dichos. Necesitaba encontrar aquel castillo y los tesoros que se decía que había escondidos en él. Había estado investigando durante meses en antiquísimos libros que ya nadie leía. En ocasiones se había olvidado incluso de comer, pues anhelaba encontrar cuanto antes un ápice de esperanza. Había muy poca información sobre aquel castillo, y la mayoría eran pistas falsas que le habían llevado a destinos engañosos. Pero Selene era una chica persistente, y no se iba a rendir tan fácilmente. Había estado soñando con aquel castillo, como si de cierta manera la estuviera llamando desde algún rincón del planeta. ¿Serían los espíritus de los reyes los que la visitaban en sueños y le insistían en encontrar su olvidado hogar?
—Finalmente… —susurró para sí misma—. Les demostraré a todos que no estoy siguiendo un sueño absurdo.
Selene puso la última pista sobre el corcho de la pared, donde tenía reunidas todas las cosas que había ido descubriendo e investigando a lo largo de las semanas: Mapas con equis en las ubicaciones donde podría estar el castillo, anotaciones, artículos y dibujos que había encontrado sobre aquella historia. Ahora, por fin, parecía tener la última huella que había dejado el mito. Según un antiguo aventurero, por las dificilísimas montañas del Paso del Norte, le había parecido visualizar los picos de misteriosas torres negras que habían desaparecido a los pocos segundos de mirar. Selene, denominándose a sí misma como la nueva aventurera que seguiría sus pasos, estaba dispuesta a ir hacia aquel lugar. Había tachado falsas ubicaciones y ya tan solo le quedaba una: la que se situaba en un valle que misteriosamente no tenía nombre. Había trazado ya el recorrido que iba a seguir, preparado una mochila de viaje y conseguido una montura con el poco dinero que tenía. La chica, orgullosa y con una sonrisa deseosa de aventuras, apagó el candil que iluminaba la habitación y se marchó a dormir. Al día siguiente le esperaba todo un viaje en el que todo podía ocurrir.
El trayecto no fue fácil, pero ella no se dejó amedrentar por eso. Le llevó semanas de camino a caballo, y se paró a repostar en varios pueblos. Como era bastante humilde, tuvo que sacar dinero en los pueblos con su música: era muy talentosa con el laúd y con su voz, así que pudo ir subsistiendo con el dinero que la gente le dejaba en el suelo.
Selene cruzó bosques, pequeños desiertos, ciénagas y hasta aldeas abandonadas que le pusieron los vellos de punta. Dejó de contar los arañazos y las heridas que se hizo por la frondosa vegetación o con piedras, y mantuvo siempre la cabeza en alto, atenta a las estrellas y al ciclo lunar. A veces dormía bajo estas, siempre abrazada a su querido laúd.
Cuando por fin llegó a la supuesta ubicación del castillo, caído ya el medio día, se decepcionó al ver que no había nada. Pero si la leyenda era cierta y este solo aparecía en noches de luna llena, aún quedaba esperanza. Por eso se preparó un campamento improvisado bajo unos robles, y aguardó a que la verdad se revelase.
—Te encontraré, pase lo que pase —dijo mientras miraba aquel llano lleno de plantas y vida.
En la noche de luna llena sintió todos sus nervios revolviéndose en su cuerpo. Se sentó en una alta roca y no paró de mover las piernas mientras miraba hacia la profunda oscuridad del bosque. Las horas pasaban, y Selene empezó a cansarse. Revisó varias veces el mapa, preocupada de si se había confundido de lugar. Pero estaba justo donde había dibujado la equis, en aquel valle silencioso y penumbroso. Cerró el mapa y se tumbó sobre la hierba. Se quedó observando la luna llena, con el candil a su lado para protegerla de la oscuridad de la noche. La chica dejó escapar un suspiro triste. ¿Y si había hecho aquel viaje para nada? ¿Y si resultaba que era solo un cuento?
—Pase lo que pase no pienso rendirme —susurró para sí. Cogió su laúd y acarició las cuerdas con sus dedos suavemente.
Le dedicó a la luna una linda melodía, como si le rogase que desvelase ante ella aquello que estaba oculto. Con las cuerdas entre sus dedos empezó a expresar todo lo que su corazón le pedía. Selene cerró los ojos para sentir la dulzura de la música besando sus oídos y su alma. Los recuerdos de su infancia llegaron a su mente como si las notas de su laúd los evocase. Era una chica huérfana que había sido adoptada por una anciana que, lamentablemente, había dejado el mundo años atrás. Su madre adoptiva le había contado que le habían puesto aquel nombre porque parecía ser hija de la luna: Su tez blanca como la nieve, unos claros ojos grises que parecían contener la magia y la luz de aquel misterioso astro, y un sereno rostro que transmitía la paz de una noche cálida. Selene siempre había sido una chica valiente que pocas veces lloraba. Adoraba las leyendas y las aventuras, y siempre había soñado con conseguir un gran tesoro que la sacara de la pobreza y con el que pudiese ayudar a otros. Había tenido una vida simple pero alegre.
Editado: 08.09.2021