El cazador de plumas

Ladrones de sueños

Primera parte: ladrones de sueños

Había anochecido y el viento invernal de Tegucigalpa movía el largo cabello de Alberto Ayala, que fumaba uno de sus costosos cigarrillos importados, un placer que había adquirido luego de volverse escritor bestseller en el género de misterio policiaco, Ayala había saltado a la fama cuando apenas contaba con 22 años, lanzando su novela, lágrimas de sangre, una historia que cuenta, como un profesor de escuela secundaria se ve envuelto en un aterrador juego, al descubrir como dos de sus estudiantes, Angélica y Eliana se habían envuelto en la brujería, el profesor, trabajando junto con un detective de la DNIC, comienzan a trabajar sin permiso del gobierno o de los altos mandos policiales, para llegar al fondo de una serie de desapariciones que habían dejado Eliana y Angélica tras de ellas.

Esta novela había tenido un enorme éxito nacional y una increíble aceptación en países como argentina, Uruguay, luego de eso las ideas del joven escritor habían volado, su pluma se había vuelto insaciable, y Alberto estaba hambriento por la fama, la fama le había abierto la puerta a un mundo al que no le molestaba pertenecer, un mundo que estaba en crecimiento y del cual él quería ser parte activa, pero Alberto tenía un secreto, un secreto muy oscuro, que era la clave de su éxito, tanto de su entrada a las clases altas, como su poder de convertir en monedas de oro cada una de sus novelas, que se vendían como helado en el infierno.

Tegucigalpa resultaba un poco frio y brumoso por esa época del año, un clima que a él no le desagradaba en absoluto, y al cual se había acostumbrado durante su estancia en Austin, que en épocas resultaba frío para cualquier centroamericano pero bastante cálido para un neoyorquino, la capacidad de Alberto para adaptarse al clima era una bendición, aunque bien podría ser una maldición para algunos, generalmente, el joven genio de la literatura, era tachado de poco patriótico, además de raro, por sus extravagantes temas escritura, cosa que a él le importaba muy poco dado el éxito de sus novelas, si bien había unos cuantos que les gustaba hablar más de la cuenta, eran más los que disfrutaban comprando y devorando sus novelas, novelas que mesclaban violencia gráfica y seductoras relaciones entre los personajes, personajes generalmente de alta alcurnia que caían a lo más bajo de la raza humana, con sus manías y trastornos.

Otras novelas que se habían vendido de manera exorbitante, eran: la hoja del ficus y los muertos también lloran.

Ahora con 26 años el escritor se encontraba en proceso de una novela, una novela que no podía terminar, pues algo había comenzado a perseguirle, el peso de todos los errores acumulados durante años, sus malos actos ahora venían por él y venían en la forma de Hans Hagar, un personaje de su libro, la sombra de un escritor, Alberto había comenzado a presenciar las apariciones Hagar, un personaje que en su novela, luego de servir a una noble causa, se había vuelto un villano pensando que de esta forma estaba haciendo un bien.

Las primeras apariciones que Alberto experimento, fueron un shock para él, pero para este momento, el escritor ya se había acostumbrado a la sombra de Hagar, que esta noche lo miraba fijamente desde las tinieblas.

Ayala se sentaba en una cómoda silla en el estacionamiento de su casa, donde había espacio para 3 autos, pero ya que no tenía ninguno, había aprovechado para poner una mesa de vidrio en la cual se sentaba a fumar, mientras degustaba sus té, le gustaban muchos tipos de té o para utilizar el término correcto; infusiones, siendo el de rosa Jamaica su preferido, beber de ese té, era como beber sangre desde una taza de porcelana, algo que le traía a morbosa sensación de culpa, Alberto era fanático de las novelas de vampirismo, había leído desde John Polidori, Lefanu, Stoker hasta llegar a su tan querida Ane Rice. Alberto daba rienda suelta a su imaginación con estas novelas de ficción, en parte por eso había decidido volverse novelista, una de sus principales motivaciones al momento de escribir, era el poder escribir el tipo de libro que a él le gustaría leer, los libros se habían vuelto sus mejores amigos en los años de su adolescencia, en los cuales él había decidido aislarse, de esta forma siempre estaba acompañado de sus personajes preferidos, personajes como los que soñaba ser, pero que no lograba poder imitar en ejemplo.

La luna llena se elevaba en el punto más alto del cielo, iluminando el estacionamiento donde Alberto se perdía en una nube de humo a penas visible, estaba casi vacío, contaba con una mesa de sombría, un árbol y una jardinera llena flores marchitas, las únicas que quedaban eran unas hermosas pero maltratadas pascuas que florecían en esta época del año, en un clima frio y nublado, un gato negro caminaba por el muro de la casa, y Alberto sonrió como quien ve a un viejo amigo.

El gato saltó y se encamino donde Alberto estaba fumando, el gato comenzó a restregase ante la pierna de Alberto, que lo cogió y comenzó a jugar con el animal los gatos le parecían, agradables, pero los perros también le gustaban mucho, en especial el gran danés y el pastor alemán, pero se identificaba más con los siberianos, pues parecían dulces y tiernos, pero muy dentro llevaban arraigado el instinto de lobo ártico, un instinto peligroso que amenazaba a quienes se cruzaban en su camino.



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En el texto hay: magos celestiales, espectros, amor

Editado: 18.08.2019

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