El primer día en una nueva ciudad, no era fácil, cuando se iba a ser un residente de esta y la razón era sencilla, si eras nuevo viviendo en la zona, quería decir que, para ello, tuviste que haberte mudado, cambiado todo tu diario vivir, dejar familia amigos, lugares simbólicos, quizá alguien a quien amabas o a quien creías amar, a eso se le sumaba ser el nuevo… a quien nadie conocía o sabía de donde había salido o que nadie consideraba parte de sus vidas en un lugar donde habían estado acostumbrándose a las mismas caras desde la infancia. Así solía resultar para los nuevos, pero Sebastián no era ese tipo de nuevo, era raro que le importara lo que estaba sucediendo cerca de él, despreocupado y muchas veces molesto siempre y eso no cambiaba, sin importar el tiempo o el lugar, no tenía muchos amigos en su anterior ciudad, por no decir cero de ellos, por lo cual una mudanza le traía sin cuidado, en cuanto a su familia, el clan estaba prácticamente en todo el país, por lo cual siempre había viajado mucho y para él estar en un lugar u otro, solo significaba que vería a una parte distinta de la familia, por lo que la ausencia, no era tan marcada.
Pero no por ello, el nuevo cambio resultaba fácil para el joven, pues si bien desde pequeño se había acostumbrado a que la realidad podía ser muy irritante, en especial con un espectro poderoso y oscuro que te sigue a todas partes, aunque no se haga notar. Igual seguía siendo un muchacho de 19 años y estaba en una nueva universidad nueva rodeado de gente nueva y donde el funcionamiento de las cosas era muy distinto de que había sido en la capital, no podía por menos que sentirse un poco fuera de lugar con ello.
Hasta el momento, había tenido tres clases, las cuales no lo habían aburrido ni emocionado, era solo parte de la rutina, ahora, cerca de media hora antes de que comenzara su última, clase, Sebastián ya estaba sentado en la clase vacía y como esa soledad le dio un poco de privacidad y confort, decidió distraerse un momento, así que decidió sacar su móvil y dar una leída rápida a un blog que hacía tiempo seguía; Entre blanco y negro, era el nombre de este y su autora, Adriana Mendoza, además de ser increíblemente bella y carismática, era muy buena escribiendo, tenía una forma fluida y curiosa de contar sus historias, había sido periodista y se notaba mucho de ese grado profesional en su escritura, pero también era interesante y artístico o así le parecía a Sebastián. Por lo cual comenzó con mucha paciencia y comodidad al leer el artículo que había realizado acerca de Alberto Ayala, un tipo siniestro, sí, pero también muy interesante como escritor.
La hoja en blanco
— ¿Escritor profesional? No lo creo, a decir verdad, ese es un término que no me gusta mucho, si bien es cierto que mientras más se escribe mejor técnica se adquiere, no es una norma que siempre se cumple, además tenemos ejemplos de obras maestras que salieron de la mano de escritores desconocidos o que no tenían ningún trabajo previo, como la obra maestra de Mery Shelley Frankenstein, pues no hay una escuela o carrera especifica que te convierta en escritor, si bien las universidades tiene facultades como las de letras o literatura, no son una garantía de que serás bueno contando historias, sí, te brindan métodos y herramientas para poder contar una historia de mejor manera, no son una garantía del éxito, además, con el tiempo que llevo en este negocio, me he dado cuenta, que quienes asisten a esas carreras, no se dedican a escribir algo propio, son los últimos en decidir emprender el viaje que representa escribir, y cuando digo escribir, me refiero a aventurarse con su pluma ante la incertidumbre que representa una hoja en blanco, tener la fuerza de enfrentarse a ese viaje. En lugar de ello, deciden volcar su vida su esfuerzo y en algunos casos su talento, en escribir y revisar acerca de otros grandes hombres que su tuvieron la destreza y el valor de contar sus propias historias.
Es por ello que si me preguntas que si soy escritor profesional solo porque llevo unas novelas publicadas y de hecho gano bastante dinero con ellas, te diré que no. Pues solo soy alguien que tiene el valor de enfrentarse al folio en blanco y descubrir con ello un mundo nuevo, no todos se atreven a eso, creo que es ahí donde reside mi merito, en tomarme el tiempo de buscar en mi mente las piezas dispersas de esa historia que espera por ser contada, por suerte para mí siempre parece haber fragmentos de una nueva historia dentro de mí.
Él me miró luego con esos ojos suyos tan oscuros, que parecían escrutarlo todo, sin yo ser la excepción, con la diferencia de que no iba a dejar que me intimidara, no voy a negar que me inquietaba, pero intimidarme, para nada, su personalidad despertaba curiosidad en mí, además del interés profesional que me despertaba y sí. También había un grado de atracción física en ello, pues era apuesto, enigmático y lleno de misterios, no era estúpida sabía que había algo malo en él, algo realmente malo, algo roto… pero también, estaba la corazonada de algo menos siniestro que en el fondo, muy, muy en el fondo ese algo estaba prisionero, sin saber cómo escapar o mejor dicho sin saber siquiera que estaba preso tan habituado a ello estaba ya.