Las clases se hacían cada vez más naturales para nosotros, no llevábamos más de dos semanas, pero se sentía como si hubiéramos conocido a nuestra maestra por una vida completa, ella se sentía cada vez más familiar para nosotros y nos gustaba ese sentimiento, incluso confiaba en ella por alguna extraña razón que aún no alcanzaba a comprender, hubiera sentido como si ella fuera parte de mi familia, ella levantaba la misma tranquilidad que me hubiera dado una de mis tías. Eso me gustaba, me hacía sentir esa camaradería y lealtad.
Y fue en esa tarde cuando comenzó todo, ahí fue cuando la verdadera historia comenzó a ser escrita. Una mañana donde la clase trataba de la muerte y de la idea que distintas culturas tenían de ella y como la retrataban en su literatura, como había leyendas y creencias entorno a ello, como todas de alguna forma afirmaba su continuación luego de haber dejado el plano físico. Como cabría de esperar de alguien que ha pasado su vida entera con un espectro, la clase me parecía fascinante, pero no era el único, Eduardo y el resto estaban del mismo modo, abstraídos y de cuando en cuando, haciendo algo que nuestra maestra adoraba y por lo que cualquier otro maestro hubiera sacado a alguien del salón, interrumpirla.
Ella amaba eso pues decía que era la forma más tangible de medir el interés de la clase, ella amaba a sus alumnos y eso se notaba en la forma que tenía de dar la clase.
—Ella es maestra y no pendejadas —Dijo Eduardo después de la primera clase, luego de enterarse de que ambos eran verdaderos admiradores del buen Don Alejandro Dumas, a quien defendían a capa y espada.
—¿Cómo el de español?
—Depende.
—¿Depende de qué?
—Pues de que tanto te guste hacer manualidades, practicar la cursiva y que te digan que tan mediocre eres y todo lo que no te gusta aún sin saber tu nombre aún, si ese es el caso, él es el mejor.
—Olvidaste el abierto rechazo por la literatura clásica y por toda aquella que no predique la envidia y la distribución igualitaria de la miseria.
—Si no es comunista o socialista es malo, pero el sí que nos vende todo dentro de la clase, por cierto, muy buena cita de Churchill has sacado.
—Quizá sea imperialista y monárquico en el fondo.
Ambos estábamos riendo de buena gana con nuestra broma cuando alguien a nuestra espalda dijo:
—Si no hablan más bajo van a terminar haciendo que los ataque el ejército rojo.
Ambos giramos un poco aturdidos para encontrarnos que quien seguía nuestra broma, no era otra persona que la licenciada Sofía, nuestra maestra de literatura. Que hábilmente había entendido nuestro humor entre capitalista y comunista y magistralmente metió al ejército rojo, que fue quien en realidad inclino la balanza en la segunda guerra mundial a favor de los aliados.
—Es hora de entrar muchachos, la conversación promete mucho, pero si no doy la clase en este momento sería una falta de respeto para el resto de los alumnos,
Así, entramos a esa clase siendo una persona, para salir o mejor dicho para nunca salir de esa clase, fue en ella que entramos en un mundo de cual, no hemos salido aún,
***
—Vi tus ojos de ese modo una o dos veces en diez años, ahora, no ha pasado una semana y es la cuarta vez que están así.
La mirada de gris plata de Sofía lanzaba destellos desde la tenue iluminación dorada del santuario. Parecía no prestar atención a las palabras mientras buscaba mantener el balance en su interior, luchando una batalla silenciosa en la que no quería dar lugar a nadie más.
—Se debe a que estamos en campaña.
—No. No lo estamos… No aún al menos.
Sofía seguía sin prestar mucha atención a lo que le decían, su mirada vagando por la habitación evitando hacer contacto visual, seguía sin querer dejar entrar a nadie.
—Por supuesto que lo estamos, son tiempos de guerra. Marqués de Arimatea.
—Me parece divertido, luego de tantos años caminando… y todavía me llamas por mi título.
—Entonces, ¿Cómo debería llamarte, José? No son siquiera nuestros nombres reales, son nombres que tomamos bajo la luz del relámpago manifestado en nuestras vidas.
—Por eso mismo no son simples nombres, tienen un significado, trozos de quienes fuimos y quienes seremos, encierra la luz de nuestro rayo interior.
Sofía guardaba silencio nuevamente, perdida en su interior y manteniendo la distancia, sin intención de dar cuartel al Marqués de Arimatea hasta que este hablo nuevamente.
—No estamos en campaña, puesto que la verdadera guerra no ha comenzado, eso puedo decírtelo, en cuanto a la batalla de este momento, tampoco esa ha comenzado, no has lanzado tu poder completo sobre él y probablemente no vayas hacerlo, así que descuida y deja que esa batalla interior que tienes en este momento se detenga.
—¿Es esto una profecía?
—Es posible, digamos que se me ha confiado este mensaje, un mensaje que ninguno de nosotros podremos compartir con el resto, pero que es un oasis en el desierto y que a pesar de la batalla ser duda nos da un ligero matiz de esperanza, aunque duele no poder compartirlo a menos que sea entre nosotros, los beneficios y pesos de un celestial.