El Cementerio

YA NO ME SIENTO HUMANO

EL CEMENTERIO
CAPÍTULO 1
YA NO ME SIENTO HUMANO

En las penumbras de la noche, una figura masculina y delgada se acerca a un gran panteón de grandes puertas viejas y negras.

Con voluminosas llaves abre las puertas, diciendo quizás para sí mismo, con una voz rasposa y seca.

—Cada cementerio es diferente, con diferentes tipos de personas descansando en su propio agujero.

El hombre, con evidente más de cincuenta años encima, se adentra en el cementerio mientras enciende un puro y continúa hablando.

—Pero en lo único que se parecen es que cada una de esas cajas de huesos contiene historias.

Se detiene unos segundos para aspirar el humo y luego lo saca para soltar una leve tos seca, y continúa hablando.

—Cada historia es diferente, pero todas acaban igual. Por eso aún tengo trabajo —suelta unas carcajadas secas y exageradas que, al cabo de unos segundos, lo hacen volver a toser fuertemente. Luego de controlar la tos, se acerca a una de las tumbas diciendo con una sonrisa—: Este es el más reciente. Su historia fue trágica y un tanto... peculiar.

El hombre alumbra con su linterna el nombre de la lápida en la tumba.

—Estephan Martínez. Un nombre algo feo para mi gusto, pero ya está bajo tierra, así que no importa.

El viento sopla, moviendo las ramas de los árboles. Las coronas de flores que adornan las tumbas son sacudidas con fuerza por las frías y secas ráfagas de aire.

El hombre empieza a narrar con un tono seco, rasposo pero sonriente, aún con el puro en la boca.

—Estephan era un chico que apenas había cumplido veinte años. Tenía todo lo que un joven quiere a esa edad: buenas notas en la universidad, una linda novia y salud.

Un día, mientras iba a su casa, encontró un puesto de empanadas en medio de la acera. "Si como allí, no tendré que preparar cena", dijo el pobre chico con inocente ingenuidad, jeje.

—El pobre diablo se detuvo y compró. "Deme tres de cerdo", dijo con gran hambre, y allí, parado en la fría noche, empezó a devorarlos con gran hambre. El vendedor, sonriente, le dijo: "Eso será suficiente para que ya no te dé hambre".

Estephan, con el estómago lleno, se fue a dormir tranquilo.

A la mañana siguiente se despertó, lavándose los dientes y preparándose un poco de cereal. "No tengo hambre, solo me serviré un poco", dijo con inocencia. Pero al meterse a la boca la primera cucharada, el joven lo vomitó encima de la mesa y el plato. Ver el líquido verde que salió de sí lo hacía vomitar más y más. No fue hasta que dejó de verlo que se detuvo su sufrimiento. Pero lo que lo extrañó fue que no le dolía la garganta por haber vomitado tanto.

Estephan se bañó, intentando sacar esas imágenes de su mente, y se fue a clases, no sin antes llamar a la de limpieza para que arreglara todo eso.

—Me recordó a mí en Navidad, luego del ponche y el pavo —el hombre suelta una leve y corta risa para luego continuar.

—Llegado el almuerzo, su novia lo invitó a comer en su lugar favorito, pero él, con tranquilidad, le dijo: "Perdón, puedes ir con tus amigas. No tengo hambre todavía".

Llegada la noche, el chico llegó a su casa y estaba todo limpio. Sacó su teléfono para transferirle un poco como propina a la de limpieza, y cuando leyó el mensaje que ella le envió, se le cayó el teléfono de las manos.

No recuerdo bien exactamente el mensaje, pero más o menos decía que lo único que había que lavar era el plato de cereal, porque no había nada sucio en la habitación.

Estephan no era idiota, y al día siguiente fue al doctor. Lo mandaron a hacerse exámenes.

En los resultados, el doctor le dijo: "Aquí sale que estás más que sano. Según esto, estás bien alimentado".

Estos resultados lo aliviaron un poco. "Quizás solo es estrés", pensó el chico.

Regresó a la universidad con una bebida hidratante en la mano, tomando pequeños sorbos mientras tomaba notas en la clase.

Y se fue a su casa a descansar tranquilo. Cayó como roca.

A la mañana siguiente se puso a cepillarse los dientes, y al enjuagarse, su boca escupió el agua sin pedirle permiso.

Estephan intentó enjuagarse de nuevo, pero su boca se cerraba al sentir el agua y la escupía.

Algo frío crecía en su pecho, y lo único que hizo fue golpear la pared gritando: "¿Por qué?"

El niño lloró de frustración en el baño por casi una hora, y luego se fue al psicólogo. Allí, en el consultorio, el doctor le hizo análisis, exámenes y quién sabe qué más, y por último le dio un vaso con agua.

Estephan, con miedo, lo tomó rápido. Su cuerpo reaccionó de manera normal; aquel líquido bajó por su garganta.

El doctor lo vio con ojos escépticos y solo le cobró y lo echó.

El pobre diablo creyó estar curado, y aunque sin dinero, se fue contento a su casa.

El hombre hace una pausa para tirar su puro.

El pedazo de tabaco cae justo en un jarrón de barro con girasoles de plástico que están junto a la lápida de Estephan. En segundos entran en combustión.

El hombre saca otro puro y, con seriedad, lo enciende en el fuego de las flores.

Aspira el humo y luego lo saca con gran placer, cerrando los ojos y sonriendo. Continúa con su voz igual de rasposa.

—Llegando a casa, Estephan, con una graciosa actitud, fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua. Pero, oh sorpresa, sus labios se cerraron como un ataúd y su mano aventó el vaso, rompiéndolo en el suelo.

El chico mejor se fue a la cama antes de que todo empeorara. Cerró los ojos, y estos automáticamente se volvieron a abrir.

Estephan, como cualquiera en su posición —exceptuándome, obviamente—, se puso a llorar, golpeando la cama y gritando en las almohadas.

Llegó la mañana, sus ojos rojos por llorar, pero sin ojeras. Pasaron días y semanas, sin comer, sin beber y sin dormir. Se aisló en su casa sin aceptar visitas.

Una tarde, su novia llegó con otros compañeros y lo encontraron con los ojos vendados con cinta adhesiva, repitiendo las palabras "quiero comer" con un tono lleno de locura.




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