El ceniciento

Capítulo 2 Influencias

Salgo de aquella oficina con el corazón y el alma hechos pedazo. Mi propia familia acababa de execrarme como si no significara nada para ellos. Entiendo que lo que hice les haya dado motivos suficientes para pensar que no soy capaz de asumir la presidencia de la corporación, pero quitármelo todo para castigarme; es demasiado.

Hago un nuevo recorrido por la senda de la derrota y me dirijo hacia el elevador. Oprimo el botón de llamado e ingreso al interior una vez que las puertas se abren. Presiono el botón que me lleva directo hacia el sótano, sin embargo, alguien introduce la mano a través de las puertas y evita que estas se cierren.

―Lo siento, señor Carpentier, pero solo cumplo órdenes.

Me quedo mirando al chico de seguridad que me observa con pena y lástima.

―¿Ahora qué, Bobby?

Eleva su mano y se rasca detrás del cuello.

―Debo pedirle que me entregue las llaves de su apartamento, la de su auto y el reloj que tiene puesto.

Me llevo la gran sorpresa con aquella solicitud. ¿Piensan arrancarme la piel hasta dejar mis huesos expuestos?

―¿Esto es en serio?

Pregunto con desconcierto. Sé que el chico no tiene la culpa, pero esto es extralimitarse.

―Me temo que sí, señor ―menciona apenado―. Puedo decirle que no llevaba el reloj.

Bufo con resignación y niego con la cabeza. Miro por encima de su hombro y veo la imagen de mi padre al final del pasillo. Sé que está decepcionado de mí por la gran estupidez que hice, pero joder, soy su hijo. ¿Cómo pude ser capaz de hacerme algo como esto? Sin dejar de mirarlo, llevo las manos al interior de mis bolsillos y saco lo que me pide. Le doy un último vistazo a las llaves de mi lujoso apartamento y a las de mi flamante Ferrari rojo; el orgullo de mis días de conquistas. Trago grueso, antes de quitarme el Rolex y ponerlo en el mismo lugar en el que están el resto de mis cosas.

―Llévale todo a papá, no quiero que te sancionen por mi culpa.

Asiente en respuesta antes de darse la vuelta y dirigirse hasta el lugar en el que se encuentra papá. Nos quedamos mirándonos fijamente, hasta que las puertas de acero inoxidable se interponen entre nosotros.

***

―Lo lamento, hermano ―me dice Walter al tenderme la botella de cerveza―. No puedo creer que tus viejos hayan llegado a tales extremos. ¡Te dejaron en la calle!

Se sienta en el mismo sillón en el que he estado acostado desde que llegué, después de que me hayan echado de mi propio apartamento.

―Las cosas han ido de mal en peor y todo por esa maldita estupidez que hice anoche ―bebo un trago de la botella y le limpio la humedad con el dorso de la mano. Lo hago con rabia e impotencia―. Ni siquiera te imaginas lo impactado que quedé cuando quise entrar al edificio y el nuevo vigilante me dijo que no lo tenía permitido ―suspiro con incredulidad―. Mis viejos me lo quitaron todo ―niego con la cabeza―, no me dejaron sacar ni una maldita aguja ―me levanto del sillón y maldigo por lo bajo―.  Mi única posesión, es este puto traje que llevo puesto.

Aprieto los dedos alrededor de la botella.

―¿Qué piensas hacer?

Ni quiera tengo una respuesta apropiada para su pregunta.

―¿Arrastrarme, emborracharme hasta perder la conciencia, darme golpes de pecho y sentarme a la mesa con un tarro gigante de helado mientras maldigo mi vida y desahogo mis penas? ―menciono en los mismos términos que los de una mujer despechada. Me bebo el resto del contenido de un solo trago y voy al refrigerador por una nueva botella―. Para ser sincero, no tengo ni la menor idea ―respiro profundo―. No sé hacer otra cosa que trabajar en lo que sé, mi única experiencia laboral ha sido en la empresa de mi familia. Me esforcé mucho para llegar hasta el puesto por el que estuve trabajando toda mi vida. ¿Puedes tener una idea de lo que significa perder toda la vida que construiste durante tanto tiempo en cuestión de segundos?

Destapo la botella y camino hacia la ventana.

―Entonces, no te queda otra opción que buscar trabajo en cualquier otra empresa ―me aconseja―, nadie rechazará a alguien con un currículo como el tuyo, Denzel, estás cualificado para cualquier trabajo de alto cargo.

Asiento en acuerdo.

―Quizás deba comenzar a buscar trabajo mañana mismo ―expreso decidido―, tengo un estilo de vida que mantener y demostrarles a todos, que soy capaz de salir adelante sin necesidad de su ayuda.

***

Cerca del mediodía, regreso al edificio en el que vive Walter. Toco el intercomunicador al menos una decena de veces, pero no consigo respuesta. ¿Qué demonios? Saco el teléfono de mi bolsillo, el único activo con el que puede quedarme y, marco su número. Sin embargo, tampoco obtengo respuesta.

Me aprieto el puente de la nariz con mis dedos e inhalo una profunda bocanada de aire. Hoy nada me ha salido bien. Toda mi vida se ha ido por el caño del desagüe. Esta mañana al despertar me sentí eufórico, lleno de ánimos y decidido. Tomaría el toro por los cachos y lo domaría a mi antojo. Sin embargo, nada resultó como lo esperaba. Debí suponer que papá y mi abuelo, ejercerían toda su influencia y poder para cerrarme todas las puertas. Cada empresa que visité y cada sujeto con el que hablé fueron muy claros al decirme que no se atreverían a enfrentarse a la furia de la familia Carpentier. No hay nadie en esta ciudad y, puedo apostar que, en el mundo entero; que esté dispuesto a arriesgar su pellejo por mí. ¡Estoy acabado!



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 07.09.2023

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