El ceniciento

Capítulo 8 Interrupción inesperada

¿Qué narices fue eso?

Me quedo mirando la puerta después de que las dos chicas salen de la habitación. ¿En qué demonios estaba pensando? Me paso las dos manos por la cara en señal de frustración. ¿Besarme con mi jefa? Papá y el abuelo, después de todo, quizás tengan razón. ¡No tengo reparos! Joder con tu jefa o alguna empleada de tu trabajo, está fuera de todas las normas éticas y morales. ¿Cierto? No puedes defecar en el mismo plato en el que comes.

Bufo arrepentido y camino hacia la cama. Tengo que meterme en la cabeza que esa mujer está prohibida de todas las maneras posibles. No vine a este lugar buscando complicarme la vida, sino a asegurarme un techo bajo el que quedarme mientras pasa la tormenta y encuentro la manera de recuperar mi preciada y cómoda vida.

Me siento agotado y también muy hambriento. No ingiero bocado desde que me topé con las chicas en el café. Ellas fueron un destello en medio de la gran oscuridad que ensombrecía mi futuro y amenazaba con arruinar mi vida, mucho más de lo que ya estaba. Inhalo profundo y recobro un poco de tranquilidad, ahora que he logrado parte de mi cometido. Solo que no sé cómo voy a hacer para resolver el enorme problema te tengo sobre mis hombros, una vez que salga la luz del sol y tenga que incorporarme a las labores por las que acababan de contratarme.  Tendré que hacer uso de los trucos de internet para aprender un poco sobre mis nuevas obligaciones y salvar mi pellejo, antes de que me pongan de patitas en la calle.

Antes que nada, tomaré un baño e iré a la cocina para buscar algún bocadillo que evite que mis tripas sigan rugiendo de esta manera. No he probado una comida que esté a la altura de lo que solía degustar en mis restaurantes predilectos y añoro por degustar algo que siquiera se asemeje a aquellos platillos de ensueño que hacían que mi boca se derritiera tan solo con su exquisito aroma.

Con cada músculo de mi cuerpo tenso y la mente cansada después de tantos pensamientos y circunstancias que me han llevado al borde del estrés, consigo paz y tranquilidad al saber que, al menos, tengo un lugar seguro donde dormir sin pensar que, en cualquier momento de la noche, algún delincuente quiera entrar y poner mi vida en riesgo. Me quito toda la ropa y la arrojo al cesto de la ropa sucia. Le doy un vistazo a la habitación, antes de dirigirme hacia el baño.

Después de haber atravesado por una pavorosa experiencia en el minúsculo y más que deplorable baño de aquel hotel; siento gran alivio al descubrir que, a pesar de que también es un poco pequeño, este es bastante agradable y limpio. Me meto debajo de la regadera y bufo de placer al sentir las deliciosas caricias de los chorros de agua que caen sobre mi piel acalorada. Tras veinte minutos de una satisfactoria ducha, envuelvo la toalla alrededor de mis caderas y regreso a mi habitación.

 De pronto caigo en cuenta de que, no traigo ropa qué ponerme, y usar la que traía puesta después de haberla empapado con sudor en mi larga caminata, no es una opción viable y mucho menos recomendable. Tendré que arriesgarme a salir medio desnudo, pero no pienso acostarme con el estómago vacío.

Abro la puerta y observo los alrededores. Todo está oscuro y en silencio. Supongo que las chicas ya se han ido a dormir. Camino con pasos silenciosos y me dirijo a la cocina. Sin embargo, no pasan ni cien metros cuando tropiezo con una de los sillones.

―¡Mierda!

Grito al ser sacudido por un intenso dolor que se origina en la punta de mi dedo gordo y recorre mi cuerpo a la velocidad de un relampagazo. Tomo el pie entre mis manos y salto en una pata, pero corro con tan mala suerte que, el paño se desprende de mi cintura al mismo tiempo en que se enciende la luz.

Elevo las cejas y me lanzo al piso para recuperarla al ver dos pares de ojos que me observan estupefactas. La rubia sonríe emocionada mientras que la castaña se da la vuelta para evitar ver mis pelotas al aire.

―De haber sabido que tendríamos un buen espectáculo, habría preparado palomitas ―menciona la rubia descarada sin un ápice de vergüenza―. Debo agradecer que, por fortuna, obtuvimos asientos VIP.

Logro cubrir mis partes nobles y me disculpo con ellas.

―Lo siento, no fue mi intención ―sostengo la toalla con una de mis manos para evitar que vuelva a desprenderse―. Vine a buscar un poco de comida y no me quedó otra alternativa que salir en toalla, porque no tengo ropa que ponerme.

 ―Pierde cuidado, cariño ―expresa la rubia al mismo tiempo en que da un manotazo al aire para indicar que no le molesta en lo más mínimo―. No tengo ningún problema en que te pasees desnudo por el apartamento, mucho menos, cuando las vistas son más que impresionantes.

No termina de decirlo cuando se escucha el grito ahogado de su compañera.

―¿Te has vuelto loca, Ángela?

Menciona atragantada a darse la vuelta. Sonrío con disimulo al ver lo avergonzada que está. Su cara se ha vuelto del color de un tomate maduro. ¿Por qué razón se sorprende tanto al ver a un hombre como Dios lo trajo al mundo?

 ―Loca estaría si me atrevo a impedir que el colirio refresque mis ojos ―menciona la rubia con desparpajo―. ¿Has visto su enorme tamaño? ―expresa con tono dramático al ver a su amiga a la cara. Aguanto una carcajada y disfruto con el grado de estupefacción y conmoción que se refleja en el rostro de su perturbada amiga, que aún no puede creer el atrevimiento de su compañera de apartamento―. ¡Es una maldita anaconda!



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 07.09.2023

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