El Centro Del Caos

Capítulo I (Orden)

La vida es para muchos una enorme sucesión caótica con breves intervalos de orden a los que llamamos felicidad, pero ¿Realmente es así? ¿La calma siempre viene antes de la tormenta? Fácilmente desde el punto de vista más sincero, por no decir que el más pesimista, es factible hacer esta afirmación, en nuestra necesidad anti natural de tener el control nos obsesionamos con la idea de orden, pretendiendo manejar nuestras vidas bajo este absurdo concepto, no obstante nada sale nunca como lo planeamos y para el joven Matthew nada nunca es como debería ser;

Es el veintidós de abril, la lluvia cae en un pequeño pueblo al que llamaremos “El Medio”, pues no está ni lejos ni cerca de nada más, ya va un mes desde que la temporada de lluvias comenzó, pero para Matthew Freeman parece haber pasado toda una vida, él se encuentra solo, triste y desamparado en el lugar más remoto de un pueblo olvidado por el tiempo, donde nadie puede verlo, ni escucharlo, parece que le es más fácil derramar sus lágrimas en la tempestad, a decir verdad solo allí encuentra el consuelo para su llanto, pero no es para menos que este chico se ahogue en su miseria, es el mayor de cuatro hermanos a los que nunca volverá a ver, pues su familia murió en un aparatoso accidente de tránsito durante el primer día de lluvias de ese año, él se encontraba en clases cuando recibió la noticia, luego de que sus padres recogieran a los niños en la escuela primaria se dirigían a casa por la autopista, cuando de pronto un camión se salió de control en el carril contrario y terminó impactando de frente el auto de la familia Freeman. Matthew que solo tiene quince años y asiste a la escuela secundaria no puede creerlo, perdió a todos los seres que amaba en un instante, dando de esta manera inicio a una cadena de eventos que despertarían la verdad que duerme en su interior.

El funeral tiene lugar en la casa de la abuela paterna de Matt, una señora a la que todos en el pueblo llaman Doña Freeman, ella tiene unos setenta y cinco años y sufre de alzhéimer, la pobre apenas termina de llorar cuando se queda dormida cinco minutos, luego al despertar ya no sabe quiénes son los difuntos, esta pregunta y rompe en llanto otra vez. Los señores Freeman poseían un capital bastante considerable por lo que la herencia a su hijo y el pago del seguro de vida le garantizan a este un bienestar económico, sumado a una propiedad de mil metros cuadrados en la zona más acaudalada del pueblo. Pero esto trae sin cuidado al joven desamparado que grita su pérdida y maldice a Dios desde el fondo de su corazón, su dolor es inmensurable, solo se compara a las ganas de morir que contiene en su pecho. Matt se sienta durante la madrugada del velorio frente a los ataúdes, a las nueve de la mañana se llevara a cabo el correspondiente entierro, en cierto momento la sala no tiene otro ser vivo que no sea Matthew, que sufre los efectos del trasnocho y comienza a sentir sueño, cuando de pronto escucha una voz fuerte pero femenina decir desde el fondo de la sala:

- ¡Dios es un niño caprichoso!

- ¿Niño dices? - Pregunta Matt sin sorprenderse demasiado, seguro es alguna amiga de mis padres, pensó.

- ¡Así mismo, niño!… – Reafirma la voz, Matt no sabe quién es y nunca alcanza a verle, se siente incapaz de voltear la mirada – siento que se ríe en nuestras caras, que disfruta del dolor humano, y si no es así ¿por qué hay tanto dolor? – continuó diciendo.

- ¡No lo sé, solo sé que mi familia eran buenas personas, papá pagaba los impuestos, asistíamos a misa cada domingo, mis hermanos y yo también pertenecíamos al catecismo y hacíamos trabajo comunitario con mamá una vez al mes, aun así a Dios, si es que existe ese maldito, no le importó para nada quitármelos! – Respondió Matt entre lágrimas, cuando inesperadamente una segunda voz que, aunque masculina se notaba más suave y gentil que la primera dice:

- Dios no te ha quitado nada, al contrario te dio la vida que aun conservas, si sigues vivo es porque él tiene un plan para ti – Matt no se sentía en la posibilidad de mirar a los seres que le hablaban y ellas aparentemente no tenían intención de hablar entre sí, prosiguió la segunda voz - La muerte es algo natural, los cuerpos perecen y el alma transmuta, no puedes pretender tener el control sobre eso, es decisión divina y los mortales no tienen ni el derecho ni el poder para oponerse.

- ¡No quiero un Dios así!- Gritó el joven indignado - ¡Yo creía en un Dios bueno, uno que le da cosas buenas a la gente buena, no necesito esta mierda, no necesito a este Dios! - sentenció Matt a gritos y las voces se retiraron, de manera inmediata cayó víctima del sueño y el cansancio. Al despertar todo recuerdo de esta conversación había desaparecido de la mente del joven, pero sus afirmaciones lo perseguirían más adelante.

Así entonces se llevó acabo el sepulcro y día tras día la lluvia se apoderó de El Medio, casi como si el cielo se sintiese conmovido por la tragedia que sacudía a ese pobre chico, las noches se volvieron fríos infiernos, la depresión hizo lo suyo y la mente de Matt fue nublada por su corazón roto, aun sangrante, aun dolido, aun latiente pero muerto en lo más dentro. Alguna vez por más mínimo que sea todos han concebido un deseo suicida. La sensación que se experimenta es seductora, parece un alivio oportuno al dolor del alma, pero luego surge el miedo a la muerte y se queda aquel deseo solo como una mala idea, así fue cada noche de Matt durante treinta días, la idea iba y venía, haciendo chillar las puertas de su mente cada vez que se abría paso, y de golpe al día treinta y uno se sintió decidido, ya no tenía familia, no tenía fuerzas y tampoco tenía un Dios, no había que temer más.



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En el texto hay: angeles y demonios, misterio

Editado: 22.07.2018

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