El Centro Del Mundo

Preludio: "UN MINUTO"

Elitiar se encontraba recostado en la cima de la montaña más alta del mundo mientras esperaba su muerte. Tenía todos los huesos rotos y un ojo cubierto de sangre que le impedía la vista.

Quería apretar los puños con ira, pero ni siquiera los sentía; sin embargo, aquello no era lo más doloroso. Lo que de verdad pesaba en el corazón de Elitiar era la herida de su alma. Que se había visto aplastada y humillada con tanta facilidad que le daba pena.

A su lado izquierdo estaba Aethiar, el más fuerte de los cinco, aquel que nunca se doblegaba ante ninguna situación. Y el único que ya estaba muerto.

Incluso en la muerte, Elitiar sintió envidia de él. No había tenido que sentir la vergüenza ni la tristeza que ofrecía aquel páramo verde y desolado. Aquellas criaturas ni siquiera les habían dado la honra de dejar cuerpos que reconocer, o héroes a los que recordar. Habían desaparecido todo, y luego se habían marchado. Era como si nunca hubiera habido nadie allí.

Elitiar esperaba su muerte en silencio junto con aquellos que habían sido sus amigos durante milenios. La vista ya le comenzaba a fallar y empezaba a marearse. Entonces oyó un susurro a su derecha.

—¿Y ahora qué? —pronunció una voz apenas audible.

Era Faricié, se veía peor de lo que él se sentía. Le habían dejado su marca desde su ojo izquierdo hasta el inicio de su mejilla, ahora esa parte de su rostro estaba negro, vacío, como si hubiesen borrado su existencia, aquello debía sentirse horrible, no entendía cómo era posible que se viera tan calmada. La miró, y aunque solo podía ver la mitad de su rostro, era clara su expresión de angustia.

"Nada", pensó Elitiar, pues no podía hablar a causa del dolor, "Solo nos queda esperar a morir"

Faricié dirigió su mirada a él, como si hubiera escuchado sus pensamientos. Y al verlo allí tirado, pendiendo del delgado hilo de la muerte, comprendió lo que ya sabía desde el principio. Su rostro de frustración se calmó, dejó de derramar lágrimas amargas y suspiró. Luego regresó su vista al cielo.

En ese punto, la vista de Elitiar se había ido, ya no le quedaba mucho tiempo de vida.

—Vaya dioses que somos, ¿verdad? ­—la escuchó decir.

Entonces, Elitiar murió.

 




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