El cesar del silencio

El cesar del silencio

El cesar del silencio 


  Como de costumbre, el sol dorado se había dormido en el preámbulo de la línea ecuatorial; y el horizonte estaba preparado para hablar acerca del advenimiento de las crueles palabras y de los maltratos ocurridos en la extraña casa.  
  El yugo la aferró en la oscuridad, donde los rayos del sol no le tocaban para suavizarle los golpes y las heridas que le dejaron en su delicada piel. Solo era callar. 
  ¡Enhorabuena!, se avecinó el silencio: ese silencio que en el vacío del abismo, ni siquiera hacía un minucioso ruido, para lograr su detección. Pues, el colorido gris del hogar daba a entender la  falta de algo, que aún no estaba completo. Se podía afirmar que el intolerante y vil desprecio se mantuvo a lo largo del tiempo eterno. 
  ¿Qué, pues, se hizo para que la viveza de su alrededor se tornara marchita, y que la alegría de su espacio conmemorara gritos ensordecedores, ceguera a su vista, parálisis a su manifestación aromática, y la extinción en el gusto de su verdosa boca?... Por todo aquello, se empezaría por las absolutas raíces de los dulces y amargos hechos… o, ¿acaso se habría ido por la abstracción de los enfoques desproporcionales de su realidad?... Pues, a decir verdad, ahí va el silencio que aún no se sabe si cesó o se ha mantenido sin cesar.  
  Pero, antes de eso, nada era así. Aquella mañana había llegado más que seria y disfrazada. Allí, junto a las sillas tan extrovertidas que eran movidas y animadas por el viento oportuno, estaba la señora Equina (la de la esquina de la vecindad): una mujer lanzada de vista a su panorama acogedor, quien era de ojos altivos, que cubrían en un suspiro el despertar de su alrededor; de viva audacia ante lo que se le podía presentar; de dulce alegría, pero de lengua disparada como la bala que se dirige hacia su blanco; de ágil asimilación carnosa; de excelente memoria; y, por casualidades de la vida, era más inteligente que una águila a la hora de acertar cualquier cosa. 
  Estuvo mirando por largos momentos, aquella casa tan extraña; y de tanto que duraba, el esposo ya la conocía, y le llamó desde la habitación: 
― ¡Mujer, tráeme el desayuno, y dime qué es lo que buscas con esa mirada de búho tan firme y tan centrada! ¡Válgame, Dios! 
  Entró corriendo a la casa y próximamente a la habitación. 
― ¡Ya casi está! ―Exclamó― No es que busque nada, lo que pasa es, esa casa es muy extraña. Ni siquiera recuerdo cuándo fue que se mudaron… Solamente veo al hombre que entra y sale para afuera… ¿no se te hace raro, eh?... 
― ¡Y no sé cómo no te has dado de cuenta!... ¡mujer, el que mete su cuchara y come de donde no debe, tarde o temprano muere mal envenenado! ―Le dijo seriamente.― Olvida eso, y ya dame mi desayuno y mi beso de buen día, para estar más relajado en el trabajo. 
― ¡Ahora mismo te lo serviré!... No sé tú, pero ya me enteraré a qué sabe ese asunto, cunado entre mi cuchara en ese plato de curiosidades. ―le dijo con una voz misteriosa y de codicia. 
―Después no digas que no te lo advertí. ―Le dijo claramente. 
 Había llegado la tarde y la hora como que se había frisado. En ese momento, la señora Equina, a través de la ventana de su casa, logró observar a dos niños que salían de la casa, que para ella era extraña. Los dos caminaban con sus rostros cabizbajos, de piel muy blanca, de cabellos parecidos y con ropa como de mendigos. A lo lejos se le veía que estaban hambrientos. En sus manos tenían unos bolsos con utensilios, para ayudarse con lo que podían; pues, para la señora Equina, eso le causaba aún más curiosidad por saber. 
  Salió de la casa, y mientras ellos caminaban, se le acercó, y con voz dulce les dijo: 
― ¡Qué niños tan hermosos! ¿Cómo se llaman? ¿Hacia a dónde van? ¿Por qué tan solos? ¿Y su madre, niños?... 
  Ellos se quedaron callados. En sus ojos se podía notar lo confidencial que eran sus pensamientos; pero, sin querer, el silencio de uno de ellos se rompió completamente: 
― Mi nombre es Irmael, y me llamo así por inspiración de mi madre… Nuestra madre está oculta en casa. El silencio la ha marcado. Se llama Irma y era una mujer trabajadora y esforzada; su rostro ha caído; tiene los parpados cansados y con sueño; su pelo era riso y voluminoso; sus ojos eran de negro intenso; pero sigue siendo de buen parecer, sincera, humilde, de vivo corazón hacia nosotros, y amante de la belleza de la vida…―Le expresó Irmael, el hermano de Ivanna, lo que sentía en su interior. ― Salimos a la calle para ayudar a las personas en cualquier cosa que podamos, creyendo que, por hacer algo como esto de la bondad, podremos llevar dinero a la casa, y comer junto a ella, ya que nuestro padre… ¡nuestro padre…!  
  Para la señora Equina fue muy extraño, eso de que su madre estaba oculta en la casa y esas cosas que había expresado el niño; y pensar que verdaderamente las palabras salía de un niño. Aún siguió insistiendo para saber:  
― ¿¡Sí!… qué pasa con tu padre?... 
  Ya no quería hablar. Comenzó a lagrimar. Y en ese instante, Ivanna, la hermana de Irmael, también rompió el silencio y junto a sus puras lágrimas se expresó, diciendo: 
― Mi nombre es Ivanna, y me llamo así por inspiración de mi padre… él se llama Iván, era un hombre bondadoso, de equilibrada pasión, capaz de luchar por nosotros hasta la muerte, diligente, honrado, de ideas proyectadas hacia la felicidad, íntegro y entusiasta; pero, últimamente, no ha sido el mismo desde que comenzó a adentrarse en los malos vicios con sus amigos. Solo llega de noche. Ni siquiera se despide de nosotros cuando se va. No sé qué es lo que está pasando por su cabeza. 
― Él no trabaja, y llega muy ebrio a la casa. ― Afirmó inequívocamente Irmael. ―Discute mucho con mamá, hasta pegarle muy fuerte; y nosotros aprovechamos los momentos en los que él duerme, limpiamos las heridas de mamá con un pedazo de estopa, agua y jabón, porque no tenemos otra cosa para desinfectarlas. Luego cuidamos de ella y según de lo que aparezca en la casa para comer, le damos hasta que el alimento pueda borrar sus angustias. Recuerdo que, una vez tuvimos que comernos unos panes que tenían más de un mes en una bolsa de arroz; y, para acompañarlos, tuvimos que untarle un poquito de mantequilla en estado de descomposición, para que pudieran pasar suavemente por nuestra garganta y esófago. Fue muy horrible de asimilar, pero, no nos enfermamos porque Dios nos bendijo el estómago.     
― No les preguntaré más nada, porque lo he entendido todo. ―Les dijo la señora Equina. ― Me han conmovido mucho―pero, en realidad, lo que la señora no entendía, era todo lo que estaba aconteciendo en esa casa―. Tengo un contenedor con basura para echarla en el vertedero que queda a unas cuadras de aquí; pero, mejor lo hago yo. No se preocupen por ayudarme, porque mi esposo lo hará… Pueden estar tranquilos, además, les daré algo de dinero para que compren algo y se vayan a la casa; pero, antes de eso, vamos a mi casa (la que les quedaba al frente) para brindarles algo de comer y, después les haré asequible lo prometido. 
  Los niños tuvieron buen parecer de la señora Equina y confiaron en ella. Caminaron el pequeño sendero de césped, que parecía una barba recortadita y bien peinada. Subieron dos o tres escalones de madera vieja, que crujían los dentados clavos oxidados como los huesos de una Cebra en la mandíbula de un Caimán gigante.  
  La casa era un poco espaciosa, cómoda, cálida, de libre caminar y de discernida tranquilidad. En ella, los niños no presenciaron extrañes como la percepción que tenía la señora Equina. Pues, dando la última pisada, entraron a la casa, cerraron la puerta de madera con ayuda de la señora Equina, quien lo hizo para evitar que alguna persona la observara con dos niños que no eran de sus entrañas, ya que tuvo una experiencia con un niño llamado Carlito, quien era hijo de una mujer llamada Marcia, la cual, en cuyo carácter explotó cuando otros vecinos le envenenaron la mente, diciéndole que su hijo había sido torturado por la señora Equina―pues, en realidad, Marcia vivía en la misma vecindad que la señora Equina, y después que supo lo que los vecinos le habían dicho de la humilde y buena señora (¡siendo todo lo dicho una mentira!), la había acusado en el juzgado de hechicera y maltratadora de niños, lo que más tarde reveló que la señora Equina era inocente y nunca había hecho semejante atrocidad. Y gracias a sus vecinos, quienes la conocían, pusieron su mano al fue por ella, con tal de no verla en una peor situación― ¡qué pena!, esa mujer era una alma de Dios; pero, la suerte fue que, todo eso aconteció en un momento de su pasado―. 



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En el texto hay: pobreza, maltratomujer, bondad

Editado: 10.04.2020

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