El Cetro de Barro

Prólogo

Pasó hace mucho tiempo, en un lugar que ha sido olvidado por muchas personas.

La tienda había sido cerrada, las puertas se encontraban prácticamente atrancadas con sillas y candados, la gente presente estaba nerviosa y la trabajadora exhausta.

Un llanto, fuerte y sonoro se escuchó por todo el hogar, seguido de suspiros de alivio y sonrisas que pronto se volvieron abrazos y felicitaciones. Nací una tarde calurosa en Vhalven, un pequeño pueblo al norte de Gidjinkal, la tierra de los elfos de fuego.

Mi madre, una mujer fuerte de hermosos ojos amatista brillante y piel marrón, decidió llamarme Ravi, porque al verme por primera vez una fuerte luz anaranjada entraba por la ventana, y fue eso lo siguiente que vio, el sol del atardecer cegándola.

Pasé la mayoría de mi infancia en casa de mi madre, negocio de mi abuela que perteneció antes a su propia madre. Allí, laburaba arduamente junto a mi hermana mayor, Lakshmi, la cual nació un día lluvioso después de un sequia horrenda que hubo en el valle. Mamá siempre dijo que era una bendición tenerla cerca, que siguiera con vida, y que ella nos protegería siempre sin importar lo que pasará.

En las noches, cuando nadie nos veía, Lakshmi y yo huíamos de casa al bosque, nos gustaba sentir la tierra húmeda en nuestros pies, oler la menta salvaje que extrañamente trepaba los altos árboles y vislumbrar la luz lunar celeste que se colaba entre las altas ramas que eran el techo del sitio.

En la profundidad de un pequeño claro, donde nadie nos veía, mi hermana ejecutaba los más hermosos e impresionantes actos de magia que jamás hubiera imaginado jamás de chico. Ella lo llamaba «don», yo le decía «regalo». Siempre admiré tanto a tan bella chica, tan talentosa no sólo en nuestro trabajo en el hogar, sino en la fuerza natural que había desarrollado desde niña.

Desgraciadamente, no todo era bello. Nuestro pueblo apenas era una zona agricultora y minera, en donde se creaban artículos que luego se transportaban y vendían en Gidjinkal como artesanías de la región.

Nuestra tienda era famosa por sus hermosas piezas de arte inigualables, dignas de la mano de los propios dioses, por lo que los elfos nunca nos habían hecho nada malo al llegar para cobrar los «impuestos». Ellos le tenían cierto aprecio y hasta respeto a la familia, hasta que un día, después de una discusión antes del arribo de los elfos, Rajat, un hombre que estaba enamorado de mi hermana y que la acosaba constantemente, la acusó con los elfos de practicar magia, justo cuando estos se encontraban en la tienda.

Los elfos de fuego tenían prohibido el uso de la magia fuera de su enorme ciudad, pues creían que distraerían a los artesanos y trabajadores de sus labores. Además, una fuerte revolución podría desatarse si no se tenía cuidado.

Mi abuela negó todo, pero Rajat, quien seguía molesto por los insultos e improperios que Lakshmi le había dicho en la mañana enfrente de todo el pueblo para que quedara en ridículo en medio de su rutina diaria de acoso, describió a la perfección cómo la magia se veía y cómo eran los movimientos de Lakshmi. Los elfos, convencidos, ejecutaron un hechizo que comprobó mi hermana sabía usar magia.

Lakshmi, a sus 14 años de edad, fue separada de nuestra familia. Desde entonces, ninguna de las obras que mi casa producía parecía ser lo suficientemente buena como lo eran antes.

Mi padre prometió a Mamá recuperar la libertad de mi hermana, pero solamente consiguió que fuera capturado a las afueras de Gidjinkal, en donde fue ejecutado días más tarde por desacato.

Yo jamás conseguí crear una pieza recta, ni antes y mucho menos ahora que mi padre y hermana se habían ido. Todo mundo me llamaba así, como todos mis trabajos. Era desesperante y me quemaba por dentro de furia no poder hacer nada al respecto. Menos cuando los elfos llegaron un mes después a nuestra tienda y vieron que no habíamos hecho nada bueno, por lo que trataron de llevarme con ellos en forma de castigo.

Mi madre, enfurecida, tomó una vara y golpeó al elfo que me había sujetado. Me pidió correr, huir del lugar, y asustado eso hice, sin voltear hacia atrás para ver cómo mi abuela y madre eran asesinadas enfrente de todos como advertencia.

Entré al bosque, corrí por un largo tiempo y me detuve en el lugar donde Lakshmi y yo solíamos jugar en la noche, en el claro Saadi, como lo llamábamos.

Me quedé ahí por días, creí que moriría ahí, hasta que un hombre alto de barba larga, tez oscura como la noche y un solo ojo dorado me encontró. Mi gran maestro, Gami, llegó a mi rescate. El hombre me ofreció una manzana y me pidió salir de entre las raíces de un gran árbol donde me escondía.

No quería hacerlo, pero luego vi cómo una lechuza aterrizó en su hombro y se quedó ahí plácidamente, lo que me asombró demasiado.

—No quiero hacerte daño. Muy por el contrario, estamos Joun y yo solos. Nos gustaría un poco de compañía, si es que estás solo —mencionó el hombre, a lo que con lágrimas en los ojos respondí que sí, salí arrastrándome de entre el fango y la madera torcida para tomar la manzana del desconocido y comer de ella.

Pronto me di cuenta que Gami podía usar magia, y me explicó que era un viajero que venía del gran sur de hielo, Kaalangras, la tierra de las sierpes gélidas. Un sitio que sólo había escuchado en historias que mi padre me contaba.

El hombre vio que tenía un don para la magia dentro de mí y me prometió enseñar si era un buen chico. Yo acepté su oferta y comenzamos a viajar juntos lejos de las garras de los elfos.

Durante nuestras aventuras, el viejo Gami no sólo se volvió mi maestro, sino en un segundo padre. Era mi todo y siempre viví alegre junto a él riendo, aprendiendo y explorando nuestro enorme mundo.

Llegamos a Yweva, la tierra de los relámpagos, pasamos por Fuqt, el país del viento, regresamos a su natal Kaalangras y finalmente decidimos incursionar una vez más en Gidjinkal, pues el maestro tenía la certeza que algo había en la ciudad de los elfos que había buscado desde hace mucho.




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