La penumbra gobernaba alrededor del castillo de la poderosa dinastía familiar Gwengavell. Sus oscuras paredes y su fachada maltratada le daba un aire completamente siniestro a la enorme construcción centenal que descansaba por encima de un alto acantilado, digno de una macabra película de vampiros y fantasmas.
Dentro de sus pasillos, numerosos guardias vestidos con armaduras negras paseaban. Ellos cargaban no sólo lanzas, sino que también armas de fuego, las cuales no parecían usar mucho más que lo que llevaban en la mano. Con cada paso de estos hombres se generaba un eco metálico que se dispersaba entre las paredes de la fría morada, misma que había sido ya hace tiempo invadida y completamente apoderada por una siniestra persona que era temida y respetada por todos en el enorme país de Thenejad.
La oscuridad de la noche cubría con un suave manto la vista fuera del lugar, y en una de sus más altas habitaciones, cerca de un hermoso balcón que era custodiado incluso desde las afueras, se encontraban dos mujeres que parecían estar esperando algo. La recamara en donde se les había casi abandonado era muy lujosa, tenían todo lo necesario para distraerse, pero el caso era otro.
— ¡La nueva estrategia! —Gritó una de las mujeres mientras abría sus manos frente a la otra, misma que se encontraba sentada en el suelo abrazando sus rodillas, recargada en una silla que parecía ser muy cómoda.
—Aja… —respondió cabizbaja la mujer ante lo dicho por su compañera, misma que estaba de pie observándola con una mueca alegre.
—Tal vez podríamos hacer que gaste toda su magia en una tontería sin necesidad de declarar el duelo. Y así podríamos ganarle fácilmente, ¿no lo crees?
— ¿Y cómo qué cosa sería eso?
—No lo sé. ¿No puedes desatar un maremoto o algo así?
—Sólo Rada podía hacer eso.
—Oh… ¡Qué mal! —Se dio la media vuelta la mujer y dio unos cuantos pasos por la recamara con las manos tras la nuca, impaciente.
—Por qué…
— ¡Ya tardó mucho! ¿No lo crees? —Interrumpió la chica de pie, la otra tardó un poco en responder sin siquiera voltear a verla.
—Tal vez…
—Siempre tarda demasiado, Jess. ¿Qué se cree que es?
—La dueña de este lugar. Zondra, sólo te recuerdo que siempre venimos sin avisar. Es normal que tenga que suspender actividades para atendernos.
— ¿Y no es más importante atendernos a nosotras que a sus tontos lacayos? ¡Es una estupidez! ¡Estoy harta de esperar! —Gritaba Zondra, la mujer de piel clara que vestía un vistoso sombrero con una pluma encima, una blusa sin hombros y mangas acampanadas, al igual que un pantalón del mismo estilo. Todo su atuendo era de un color blanco hueso muy claro y portaba únicamente dos prendas lila: una bufanda y su cinturón también hecho de un retazo.
— ¿Por qué no te sientas y tratas de esperar en silencio? —Preguntó Jessenya, una mujer de piel morena que portaba una especie de túnica encapuchada de un color morado muy oscuro. Por encima de éste portaba un corsé negro, y arriba de los hombros una especie de gran collar dorado con varias cadenas que caían tras su espalda, al igual que una tela que cubría parte de sus brazos y ondeaba ligeramente como si fueran olanes.
— ¿Cómo rayos puedes tú hacer eso?
—Toma práctica —respondió Jessenya escondiendo su mentón entre sus rodillas mientras abrazaba más fuerte sus piernas.
—Ok, voy a intentarlo. No creo que sea tan difícil sólo sentarse y mantener la calma a la par que el tiempo pasa —dicho esto, Zondra tomó asiento, se recargó en el sillón donde estaba ahora postrada y miró al techo unos momentos. Poco después, recorrió toda la recamara con sus ojos y comenzó a talonear de desesperación repetidas veces ahí desparramada, apretó los labios y respiró más agitadamente.
—Tres, dos, uno… —susurró Jessenya prediciendo lo inevitable.
— ¡NO PUEDO! ¡Estoy harta de esperar! ¡Detesto, odio, aborrezco esperar! ¿Por qué demonios no puede ser más puntual? ¡Llevamos como 6 horas aquí!
—En realidad llevamos 30 min…
—¡LO QUE SEA! Ya no quiero esperar, ¡ni un minuto más! El tiempo se me está pasando muy lento —se quejó Zondra, ya de pie después de haber hecho un berrinche—. Tal vez…
—Ay, no…
— ¡Podría cantar una canción! Suena como algo que nos puede volver el tiempo más veloz a nuestra perspectiva, ¿no lo crees?
—En lo absoluto —replicó la mujer encapuchada con una mueca de molestia absoluta.
—Estoy segura que, ya una vez que estemos en medio de la música, todo irá más rápido. En un parpadeo nos hablarán para ir a verla. ¿Cantas conmigo?
—No, gracias…
— ¡Muy bien! Entonces sígueme en la letra cuando lo creas pertinente —mencionó alegre Zondra, tomó la lira dorada que carga en su espalda, tocó las cuerdas un par de veces para afinarla. Poco después emitió música usando sus manos y cantando una canción que estaba inventando al momento—. Oh what a thrill, when the prays starts to spill. And my Jessie goes it for the bill. She takes away my breath, she’s the angel of faith, for me. Oh, Jessie! —Zondra iniciaba alegremente la melodía mientras recorría la habitación y tocaba su instrumento con una sonrisa iluminadora—. She the queen, it’s like a dream, when I hear the sinners start to scream. In and out of the pack, she’s the priestess of luck for me. Oh, Jessie! —Después de eso, Zondra tocó un poco más rápido, lo que le dio un ritmo más pegajoso—. When the coins starts drippin’ down the calls.
—Drip, drip, drip! —cantó a la par Jessenya de manera desanimada.
—And the baddies, start to poll
—Won! —agregó la encapuchada con un tanto de ironía al levantar un poco las manos a sus costados.
—My heart skips a beat, when my Jessie’s plots are gettin’ in the heat.
—Pay, pay, pay! —cantaba Jessenya moviendo su cabeza de derecha a izquierda, a la par que su mueca se vuelve un poco más alegre.