El Cetro de Barro

Tercera Práctica: Los demonios son los mejores amigos de una chica

La luz del día entraba gentilmente por la ventana de la habitación de Erick, misma que terminó por despertarlo de su letargo. Aquel joven se levantó de la cama bostezando, tallándose los ojos y emitiendo un sonido de molestia al sentarse y mirar que eran las 7:30 de la mañana.

Parecía que iba a estar muy soleado, cosa que le fastidió al joven que torció los labios en señal de no estar encantado con la idea, además de ponerse de pie con una flojera completamente detectable, con la cual consiguió dar pasos lentos y marcados hasta su baño.

Una vez allá, el chico se lavó la cara para quitarse las lagañas y tratar de animarse un poco, luego volteó a su espejo donde vio su dorso desnudo, su rostro fatigado y sus ojos lagañosos. El joven se perdió unos momentos en ellos, pero pronto se despabiló y se retiró su única prenda para ir a la regadera, donde se pudo bañar sin problemas.

Una vez fuera del agua, Erick desayunó, se arregló y finalmente salió de casa, en ese orden. Volteó nostálgicamente a su morada, suspiró y terminó por irse a tomar el camión que lo llevaría hasta casa de Radimir, el mago que lo había contratado tiempo atrás, y que sin dudas cambió el rumbo de su vida diaria desde entonces.

El joven estaba muy feliz de tener a Radimir cerca, al igual que a Dolores, quien era no sólo la aprendiz del hombre, sino también ahora la mejor amiga del muchacho. Erick sonreía cuando pensaba en la chica, y una parte de él entendía perfectamente por qué del fuerte lazo entre ella y su maestro.

Pronto, la estación donde el adolescente debía bajarse llegó, por lo que descendió del transporte y caminó hacia su destino, senda por la cual se encontró con su querida amiga junto a Sarutobi, mismos que parecieron saludarlo, para luego reunirse y andar juntos hasta la casa del mago.

Una vez allá, Sarutobi adelantó el paso y ladró para que la puerta principal se le fuera abierta, cosa que sucede como es costumbre. Parecía que la casa tenía algún tipo de encantamiento que reaccionaba al llamado del can.

Al ver eso, Dolores y Erick se apresuraron en pasar a la morada sin problemas, y una vez dentro, encontraron al mago en la habitación donde las clases son efectuadas, con ropa bastante común, a diferencia de los jóvenes, mismos que llevaban ropa ligera, pues fue una recomendación del anfitrión portar dichas prendas.

Enfrente del mago había tres podios, y cada uno de ellos llevaba un objeto desconocido cubierto por un trozo de tela, mismo que ocultaba lo que había debajo.

—Bienvenidos, Doly, Erick. Espero estén listos para nuestra lección especial de hoy —mencionó el mago, para luego mirarse el uno al otro los chicos un tanto nerviosos, después de regresar el saludo, queda claro.

—Sí, supongo que todo bien.

— ¿Qué hay ahí, maestro? —Preguntó la aprendiz después de la respuesta de su amigo.

— ¿De estos? Nada realmente relevante. O tal vez sí —dicho esto, el mago aplaudió y las telas se removieron bruscamente hacia atrás para revelar lo que había en los podios y caer al suelo sin problemas. Sobre las estructuras de madera había tres mochilas diferentes, todas con dos correas para que éstas sean llevadas tras la espalda.

De derecha a izquierda, la primera era una de color rosado, con varios pines de figuras y colores colocados alrededor de ésta; le colgaba un llavero de oso blanco en un costado y tenía pocas secciones donde se pudieran guardar cosas dentro. La segunda era una mochila sencilla de color negro ónix, se notaba pesada y que tenía un montón de cierres y cavidades donde podría guardarse muchísimas cosas; no poseía un sólo accesorio. La última era de color azul, se veía un tanto normal; no poseía algún tipo de numerosos compartimientos y tenía figuras un tanto variopintas dibujadas. Se trataba de una mochila común y corriente.

Lo visto por los jóvenes los dejó un tanto extrañados, pero Dolores rápido dedujo qué podría tratarse todo eso.

— ¿Iremos a una excursión?

—Efectivamente, Doly.

—Y cada una de esas es para uno de nosotros —continuó la chica, a lo que el mago asintió sonriente.

— ¡Genial! Estoy seguro de cuál es la mía —admitió el chico, detenido por Dolores, la cual puso su brazo por delante del joven, lo que le impidió pasar. Erick vio a su amiga y notó que no había despegado la mirada de las mochilas, además que parecía muy seria.

— ¿Hay una prueba de por medio? —Cuestionó Dolores, cosa que sólo hizo crecer la sonrisa de su maestro.

—Dentro de cada mochila hay víveres para cada uno de nosotros. Los escogí en base a los gustos de cada uno de nosotros.

— ¡Genial! Pero, ¿cuál es el desafío?

—Pues Dolores tiene que identificar cuál pertenece a cada uno de nosotros. En caso de que falle, me aseguré que los víveres restantes no fuera del gusto para ustedes. Por ejemplo: la mochila de Doly tiene jugo de piña, sándwich de pan integral con ensalada de pollo que lleva mayonesa Hingarm, chicharos y zanahoria.

— ¡Qué rico!

— ¡Qué asco! —Emitió Erick al mismo tiempo que su amiga decía lo contrario a su queja.

—Si Dolores te da a ti su mochila, será lo que comerás —explicó el maestro, cosa que le disgustó a Erick, mas pronto se tranquilizó.

—Las mochilas encajan con nuestros gustos. Es obvio decir cuál es para cada quien. Yo lo sé y no soy tan inteligente como ella, además que nos conocemos bien. No será problema identificarlo —alardeó el chico sobre su amiga, misma que continuaba seria y analizando la situación.

—Maestro.

—Sí, Doly.

—Las mochilas que contienen nuestros gustos son las mismas que atañen a nuestra elección de estética.

—Es correcto.

—Pero, están encantadas, ¿no? —Preguntó la chica, cosa que hizo sonreír a su maestro.

— ¡Ay, no! —Emitió preocupado Erick.

—Efectivamente, Doly. Usé magia sobre ellas.

—Ilusión menor. Es una broma. Las mochilas han sido encantadas para ser diferentes a su apariencia normal —explicó la alumna, cosa que no sólo impresionó a Erick, sino que satisfacía al mago.




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