El Cetro de Barro

Sexta Práctica: Lujoso

Radimir, Dolores y Erick caminaban fuera de un viejo cementerio a mitad de la noche. El mago se veía bastante satisfecho, a comparación de los jóvenes, quienes se veían un tanto perturbados en muchas maneras. Sobre todo, Erick, mismo que parecía que quería vomitar de momento.

—De todo lo que hemos visto, esto fue lo peor de lejos —reclamó el chico al respirar profundo ya fuera del camposanto.

—No creí que se pondrían tan mal sólo por ver un par de cadáveres de verdad —se burló el adulto, dedicada la mirada de ambos muchachos al mayor, llena de incredulidad y extrañez.

—Ver un cadáver es una cosa, pero verlo moverse. ¡Eso está a otro nivel!

—A mí lo que me molestó fue el olor… Y los gusanos, ¡qué asco! —explicó Dolores después de su amigo.

—Al menos pudimos cubrir dos hechizos con eso. Sigue «parpadeo», pero es muy sencillo, por lo que prefiero saltar al que sigue, y para eso necesitamos arreglarnos un poco —declaró el mago, para luego usar su hechizo de teletransportación y llevarse a los muchachos muy lejos de su antigua posición.

La ciudad a la que arribaron poseía gigantescas y brillantes luces que abarcaban cada rincón al que se volteara, mismas que adornaban cientos de letreros provenientes de lugares de entretenimiento. Esto dejó boquiabiertos a los chicos, los cuales vieron a su alrededor dando vueltas con las miradas altas y las bocas abiertas.

— ¿Estamos en Kanar? ¿La ciudad que nunca duerme?

— ¿Existe otra similar? —Preguntó Radimir ante lo preguntado por Erick, para luego escuchar los gritos de emoción de los muchachos, además de ver sus saltos.

— ¡No puedo creerlo! Sólo he visto este lugar en películas. ¿A qué vinimos acá? —Cuestionó Dolores a su maestro, mismo que usó un hechizo simple para cambiar la apariencia de sus acompañantes, lo cual les dio ropas «adecuadas» para el sitio. Dolores vestía un pequeño vestido negro y Erick un esmoquin celeste, cortesía del adulto.

—Vamos a hacer dinero. Pensé que todo el esfuerzo que habían hecho con la banda debía ser premiado y éste es su regalo de mi parte por triunfar —declaró el mago, cuyas palabras impresionaron a los muchachos.

Los tres entonces se encaminaron hacia el casino más grande que había a la vista, el que tenía una fila enorme para entrar. Radimir de inmediato llegó hasta la entrada y encaró al guardia, mismo que medía al menos dos metros de estatura. El maestro de magia rápido utilizó el hechizo de amigo y consiguió hacer pasar a todos con él, desgraciadamente algo sucedió y el hechizo falló, por lo que el hombre iba de regreso a detenerlo, y entonces el hombre se preparó dictando qué iba a hacer a los muchachos.

—El siguiente hechizo se llama «siesta gatuna». Sólo debo tocarlo y adiós —dicho esto, el portero se puso enfrente de Radimir y éste lo tocó gentilmente de su pecho, sólo poniendo su mano abierta sobre éste, cosa que de inmediato lo hizo caer dormido, azote que asustó a los presentes—. ¡Oh, madre mía! Me había dicho que tenía sueño, pero no creí que tanto. ¿Alguien puede avisar a los demás? —Mencionó el hombre a los presentes en recepción, mientras caminaba hasta la recepcionista, quien le cambió un billete muy chico, a la par que le dedicaba una mirada de desprecio y confusión al mago—. Créeme, linda. Es todo lo que necesito —al terminar estas palabras, Radimir recibió su única ficha de casino y sonrió para pasar a la sala principal con sus acompañantes.

El establecimiento era masivo. El techo estaba tan alto que parecía ser casi el cielo, con grandes candelabros colgando de ellos, al igual que artistas de danza área esparcidos por el sitio, despreocupados por caer sobre alguna mesa o juego. Las paredes poseían pantallas que mostraban nombres y cantidades de dinero ganado por los clientes, al igual que transmitían juegos complicados o arriesgados.

La mayoría de la gente presente parecía ser muy elegante, en su mayoría hombres mayores acompañados de mujeres exageradamente bellas y jóvenes. Las maquinas eran manipuladas por algunas señoras que llevaban a sus mascotas y bolsos caros, mismas que se quejaban al no ganar casi nada.

Los chicos llamaban la atención, al igual que el mago, pues sus vestimentas no eran acorde con lo que había alrededor, por lo que se generó un claro desprecio y rechazo de inmediato por la mayoría de los clientes, hasta que hubo quejas ante esto y uno de los meseros tuvo que ir a detenerlos.

— ¡Buenas noches, señor! —Saludó el empleado al mago hablando una lengua extranjera que sólo el adulto entendía.

—Buenas noches.

—Lamento informarle que no podemos atender a personas como ustedes. No sé ni como llegaron a entrar, ¡ja, ja, ja! Pero me temo que tendrán que retirarse —explicó el empleado, palabras que hicieron reír al mago y preocuparon un poco a los adolescentes.

— ¿Qué pasa? ¿Temen que me lleve todo su dinero y sus traseros con él? —Preguntó a gritos Radimir, extendió sus brazos de manera teatral y giró para ver a los alrededores mientras la gente lo veía enojada.

— ¡Vaya valiente! —Gritó un sujeto de unos cuarenta años, acompañado de una joven de 17-18 años que llevaba un vestido muy revelador y que no dejaba de sujetar de la cadera ni un momento su acompañante. El hombre hablaba en un idioma extranjero, mismo que Dolores y Erick no entendían—. Piensas que puedes venir a estafarnos, ¿no? ¿Por qué no te sientas en esta mesa a jugar póker? Te daré una oportunidad de entretenernos, vagabundo —exclamó el sujeto, misma invitación que Radimir aceptó de inmediato.

—El hechizo de hoy es «Clarividencia». Permite crear un sensor invisible que te da visión y audición del área alrededor. Dura diez minutos únicamente, pero puede extenderse si empleas más mana al ejecutarlo. Un efecto extra a él es que también permite ver eventos futuros cercanos relacionados al azar, por lo que es una carta segura aquí en el casino —explicó Radimir a Dolores y Erick en voz baja, al mismo tiempo que efectuaba el hechizo—. «¡Shapelri!» —Conjuró el mago y entonces algo cambió en el ambiente, algo que solamente Dolores y Erick consiguieron notar.




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