A altas horas de la noche, muchos vecinos se despertaron, pues escucharon que, de una casa que estaba supuestamente abandonada, se emitían risas y música provenir de ella. Sea quien estuviera dentro estaba muy feliz, además de que la música y los gritos no hacían falta, todo de una sola persona.
La gente pronto llamó a la policía, consternada y fastidiada. Ellos esperaban desde sus ventanas, observaban la casa con las pocas luces dentro encendidas, extrañados de quién pudiera estar dentro y de la valentía de estar presumiendo su estadía ahí molestando a los vecinos.
Las autoridades no tardaron en llegar, y aunque entraron a la casa armados y con intensiones de sacar a quien estuviera dentro, pronto salieron bailando del sitio, alegres, completamente irreconocibles para sus compañeros y los vecinos.
Esto extrañó a muchos, asustó a otros y encorajinó a unos pocos que decidieron tomar cartas en el asunto. Una pequeña turba de menos de 10 vecinos se reunió en pijamas para acercarse a la casa en cuestión: una vieja choza de madera podrida y negra, con ventanas rotas, grafitis por doquier, un patio de hierba alta seca y un pórtico bastante lúgubre.
Las luces y las risas cada vez más siniestras que provenían del interior de la choza asustaban sin dudas a los residentes, mismos que preguntaban a los policías desesperados por su poco profesionalismo, los cuales parecían ni siquiera estar escuchándolos, pues continuaban danzando, riendo y hasta jugueteando entre ellos.
Con temor, la gente se acercó a la acera del hogar, observaron las siniestras y cálidas luces que se escapaban por las rotas ventanas y el marco de la puerta trozado, hasta que por fin, una silueta extraña apareció frente a ellos, misma que se colocó en la entrada del sitio de manera amenazante con un particular instrumento sostenido en sus manos.
Todos observaron con curiosidad a la mujer, quien parecía estarlos viendo de vuelta, sonriente y confiada, con sus manos puestas en las cuerdas de su raro objeto que colgaba de su hombro derecho.
— ¡Hoy es una noche para celebrar, amigos! ¡Dejen atrás sus ataduras, desháganse de sus problemas, tiren al suelo todas sus responsabilidades y únanse a nosotras! ¡Vengan a esta fiesta pagana! —Rápido, Zondra comenzó a tocar su lira dorada, mientras gritaba y reía a carcajadas, lo que provocó un baile más coordinado de los policías alrededor.
La gente estaba extrañada, asustada y molesta por lo que veía. No entendían qué demonios estaba pasando, pero no se iban a quedar callados, no ahora que estaban viendo que la causante era una mujer vestida con un aparente disfraz para niños.
— ¡Oye! ¡Deja de cantar y hacer ruido! ¿Sabes qué hora es? ¡Largo de aquí! —Gritó un hombre dando un paso adelante, ignorado por Zondra, misma que empezó a cantar al terminar la introducción musical de su canción.
—Cuando despiertes un día y sientes que no puedes más, en el nombre del de arriba tu vida van a manejar. Si sientes que el miedo se pega a tu piel, por ser comunero y justicia querer, si te rindes, hermano, por ti nunca pensarás —Dicho esto, Zondra bajó del pórtico bailando y cantando sin despegar la vista de los que le reclamaban, confundidos al ver que los oficiales bailaban al lado de la mujer, gustosos.
— ¡Detenga esta locura! ¡Maldita blasfema! —Gritó una señora al acercarse, atemorizada por lo visto, a la par que Jessenya se asomaba por una ventana del hogar a ver qué sucedía.
—Cuando vayan a pedirte los diezmos a fin de mes, y la santa inquisición te «invite» a confesar —dicho esto, Zondra miró y apuntó a Jessenya, sonriente, mientras que la clérigo sólo levantó una ceja y le regresó una seña con el dedo cordial en respuesta a lo dedicado de la canción a ella—. Por eso, amigo, alza la voz, di que nunca perdiste opinión y si es verdad que existe un Dios que trabaje de sol a sol —Al decir esto, la bardo señala a los residentes, alegre y confiada, cosa que los hace molestar más y espanta un poco, para luego ella ponerse a bailar.
— ¡Ponte en pie, alza el puño y ven, a la fiesta pagana en la hoguera hay que beber! —Cantan tanto los policías como Zondra al unísono, cuyo coro es acompañado por la magia de la bardo que al decir «hoguera» enciende en poderosas y enormes llamas su propio hogar. Acción que aterroriza a los vecinos y ni inmuta a Jessenya, misma que sólo gira los ojos en señal de fastidio, aun recargada en el marco de la ventana y sin hacer algo por el fuego—. ¡De la misma condición, no es el pueblo, ni un señor! Ellos tienen el clero y nosotros nuestro sudor —interpretaron todos junto a Zondra, para al final ser encantados los vecinos que protestaban, quienes bailaban ahora felices alrededor de la casa en llamas, a la par que la música y las risas de Zondra hacían ecos que alcanzaban cada esquina de la colonia donde habitaban, lo que creó un espectáculo que lentamente atraía a quienes escucharan la melodía a la enorme celebración de la mujer.
— ¡VENGAN TODOS! ¡UNANSE A NUESTRA CELEBRACION! ¡VAMOS A DESTROZAR LOS TABUS, PRENDAMOS FUEGO A LAS LEYES Y OLVIDEMOS LOS ESTATUTOS! ¡ESTA NOCHE SE BEBE, SE FORNICA Y SE PIERDE COMO SI FUERA EL ÚLTIMO FESTEJO DE LA VIDA! —Gritaba Zondra y continuaba tocando y cantando hasta que todos cantaron en coro junto a ella, misma que se alzó entre la multitud sobre la casa en llamas, de donde observaba lo que había provocado.
El amanecer llegó, Dolores despertó y para su sorpresa no encontró a Sarutobi a su lado, mismo a quien comúnmente despertaba para que la acompañase a sus labores matutinas. Aun así, la joven se puso de pie y comenzó su día sin mucho apuro, para descubrir que el can estaba en la planta de abajo con la mirada clavada en la ventana. Parecía estar muy concentrado en el cielo tornasol de la alborada, por lo que la chica lo pasó de largo y se puso a preparar el desayuno.
Al terminar de hacer la comida, miró nuevamente al can, mismo que continuaba allí, como si fuera una estatua, mas no dijo todavía algo a él y fue por su abuelita, a la cual levantó sin mucho problema y ayudó a ir hasta la mesa, donde la ingesta de alimentos fue efectuada por ambas, sin dejar Dolores de pensar en el porque del can en la ventana.