El Cetro de Barro

Tredécima Práctica: Sucio

En medio de un altar de roca, se encontraba una mujer vestida de blanco, rodeada de muchísimas velas blancas, resguardada por un montón de personas encapuchadas que parecían decir numerosos rezos para tratar de invocar algo.

La doncella, que sostenía algún tipo de símbolo religioso hecho de madera, se veía nerviosa, mientras que, desde la oscuridad empezaba a manifestarse un ente vaporoso, cuyos ropajes largos y danzantes eran atraídos hacia el altar de manera magnética flotando hacia el lugar, lo que llevaba al poseedor de las prendas hasta el centro.

El hombre, de piel pálida y sonrisa siniestra, baja hasta quedar de pie en el suelo, alza su mano y toca el rostro de la doncella de manera paternal. La chica, asustada al tacto, se retrae, temerosa, completamente invadida por el miedo.

— ¡No temas, hija mía! Pronto el camino de la penumbra y sus horrores serán tan claros como el agua y familiares como el respirar para ti. Déjate llevar por el arte de las tinieblas, déjate abrazar por los brazos de tu amoroso padre —Lo dicho por el hombre hizo que la mujer abriera sus hermosos ojos verde esmeralda y respondiera.

«¡Oh, Padre de la oscuridad! Yo siempre seré tu cierva. Embriágame con tu poder e introduce tu divinidad maligna dentro de mis venas, que ésta noche me volveré una con la negrura de tu ser, me difuminaré dentro de lo oculto y beberé la maldad de la sangre de aquellos que nos aclaman fielmente» —repetía Zondra a la par que la actriz en la película de terror que veía con Jessenya en la madrugada, pues ninguna de las dos podía dormir.

—No puedo creer que estés tan obsesionada con esa actriz…

—Es la mejor. Daurentis es sin duda lo mejor que le pudo pasar al mundo actoral. De no ser por ella, me hubieran descubierto hace mucho.

—Claro, te creo… —Decía la clérigo abrazando sus piernas y mirando incrédula la pantalla.

Pronto, la escena más emocionante de la película llegó, donde la doncella hace el pacto oscuro con el señor de las tinieblas. Al pasar esto, Zondra se emocionó y comenzó a agitar a Jessenya de un lado al otro mientras gritaba, emocionada.

— ¡Sé va a volver una con la oscuridad! —Declaraba la mujer, harta su amiga de su desplante de emociones.

—Has visto esta película un millón de veces. ¡Cálmate, por favor!

— ¡No puedo creerlo! Es que es increíble que haya cedido ante la oscuridad.

—Sabes porque cedió —las palabras de Jessenya hicieron que Zondra se calmaran, la soltara y se pusiera seria.

—Para recuperar a su ser amado. Tienes razón —dicho esto, la película siguió, y ambas la disfrutaron hasta que se acabó. Aún faltaban un par de horas para el amanecer, y otro par para que Zondra se reuniera con la banda, por lo cual ambas se fueron a dormir a la misma cama.

La bardo no tardó en caer rendida, mientras que su amiga seguía sin poder conciliar el sueño. Esto provocó que ella se levantara del mueble y caminara fuera de la habitación hasta una ventana, en donde presenció el amanecer de manera tranquila, pensativa.

De un momento a otro, detrás de sus ropajes, jaló un collar que tenía tras de sus prendas, mismo que se abría para revelar la foto de alguien, a quien vio durante unos minutos hasta que el sol tocó su rostro, lo cual dejó caer una lágrima del óculo que siempre está revelado de su capucha.

Esto consiguió que ella cerrara el objeto y mirara a su derecha, pues una puerta estaba abriéndose enfrente de ella, una que no pertenecía a su habitación. Pronto, una mujer de edad media salió, y se detuvo a ver la ventana hacia al final del pasillo que daba directo a la alborada.

Ella juraba haber cerrado dicha ventana, por lo cual dio unos pasos hacia ella para cerrarla, pero entonces, de la nada, se escuchó que algo se cayó en el piso de abajo, por lo que regresó a despertar a su marido a advertirle que tal vez alguien estaba en la casa, un intruso.

En lo que se fue del pasillo, Jessenya alcanzó a introducirse desde la ventana hasta dentro de la casa, pues estaba colocada a un lado de ésta por afuera, sostenida de la pared de una manera bastante peculiar, únicamente teniendo un pie sobre el marco de su única entrada a la morada, con temor de que pudiera verse.

La clérigo, rápido y silenciosa, entró al cuarto donde está dormida Zondra y se encerró. Ahí ella escuchó cómo ambos adultos bajaron a verificar qué había sido y la mujer decidió inspeccionar la habitación donde ellas estaban, pues era la invitada y seguía desconfiado de ella, o más bien «él».

Obviamente, Jessenya se escondió en el closet, pero recordó que Zondra seguía viéndose como mujer, por lo que mejor atinó cubrirla por completo con la cobija y tener fe en que nada sucediera.

La mujer entró a la habitación, vio la figura de alguien dormir bajo las cobijas, pero notó algo raro. La silueta era un tanto femenina, no parecía la de un hombre. Esto alarmó a la señora, y se decidió destapar a Zondra, todo visto por la clérigo desde una pequeña ranura a las orillas del armario, en donde planeaba entrar en acción.

Afortunadamente, el esposo subió y la vio, cosa que le hizo acercarse a ella.

— ¿Se puede saber qué haces? —Susurró el marido, lo que detuvo a la mujer.

— ¡Míralo! Parece…

— ¡Ya deja de estar paranoica y sal de ahí! ¡No nos dejes en vergüenza, por favor! —Pidió el hombre molesto. Eso hizo suspirar a la señora, misma que echó un vistazo más y salió de ahí enojada. El esposo cerró la puerta con cuidado y una pequeña discusión comenzó entre ellos.

Jessenya pudo respirar de alivió, pero luego se asustó al escuchar cómo Zondra, dormida, se quitaba agresivamente las cobijas de encima para acomodarse y acaparar todo el mueble, a la par que aún roncaba.

—Maldita sea, Zondra. Uno de estos días vas a matarme del susto —refunfuñó la mujer, para luego sentarse en el armario, en donde se quedaría dormida hasta que el despertador de Zondra sonó.




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