El Cetro de Barro

Decimosexta Práctica: Pedro

Una vez que Radimir consiguió convertir a Zondra en una copa de cristal, quedó inerte enfrente del objeto. Respiraba profundo, mal herido de todo el cuerpo, con un rostro que se veía sombrío e irreconocible.

Sarutobi, extrañado de ver la escena, se acercó a su amigo lento, ladraba levemente y lloriqueaba para llamar la atención del mago. De la nada, Radimir se desplomó en el suelo, hasta caer inconsciente.

Aquello alertó al can, mismo que se dio a la tarea de correr hasta quedar al lado del hombre para verificar que se encontrara con vida. Afortunadamente sólo había perdido el conocimiento, por lo que el cuadrúpedo sintió un gran alivio.

De un momento a otro, un extraño silencio sepulcral ocupó la zona. Sarutobi sólo escuchó la brisa helada de la muerte y levantó sus ojos, temeroso hacia el alrededor, únicamente para notar la gran cantidad de cadáveres y heridos que había en el sitio. La batalla había dejado un número gigantesco de muertos, y de muchos que posiblemente pasarían a dicho estado si no se les atendía rápido.

Por ahora, sentía que la prioridad era regresar a casa con Radimir y Dolores, pero no podía hacerlo así de fácil, por lo que se sentó al lado del mago y pensó unos momentos su siguiente movimiento.

A lo lejos, oculta tras unos árboles, una mujer observaba todo el escenario. Aquella llevaba un burka que le cubría el rostro, por lo que nadie podría adivinar de quien se trataba. Ella, al notar que todo había acabado, un tanto asustada por la situación, decisión alejarse, pues había cumplido su trabajo y no le restaba hacer nada más allí.

Al momento de abandonar el lugar, Sarutobi abrió los ojos, pues sabía de la presencia de aquella persona y estaba esperando a que se retirara. Al hacerlo, tomó una decisión que lo lastimaba, pero que debía hacer en favor de salvar a sus amigos. Con ello, consiguió no sólo recoger a Radimir y a Dolores, sino que también llevarse la copa de Zondra.

Al poco tiempo, de entre todos, Erick consiguió despertar, ileso. El muchacho se levantó, vio la escena y pegó un grito de terror que llenó la zona, a la par que trataba de tomar su móvil para marcar a urgencias.

 — ¡Por favor! ¡Vengan ya! ¡Hay mucha gente herida! ¡Necesitamos ayuda! —Pidió el joven con lágrimas en los ojos y viendo la escena apocalíptica que tenía enfrente.

Por su parte, Dolores y Radimir ya se encontraban en el hogar del hombre; la chica en la habitación de huéspedes y el mago en su cuarto, en donde Sarutobi lo colocó y arropó como pudo. De un momento a otro, un par de pasos se escucharon dentro de la casa, lo que reveló que Ángeles se encontraba cerca.

Al saber esto, Sarutobi sintió mucha pena, pero llegó en el momento justo, ya que pudo ayudar al can a estar a gusto nuevamente y a colocar la copa de Zondra en su lugar correspondiente, de donde no podría escapar nunca.

Una vez complido todo esto, Sarutobi acordó con Ángeles en ir a cuidar a la abuela de Dolores, mientras ella se quedaba en la casa del mago a cuidar de los heridos. Sin pensarlo más, el can corrió para auxiliar a la señora mayor dejando detrás a su amigo y deseando lo mejor para la joven aprendiz.

Mientras dormía en la habitación a oscuras, mal herida aun, la chica tenía pesadillas. Se le notaba inconforme entre las sábanas, con mucho dolor y derramando lágrimas. Las cosas habían sido una catástrofe más allá de la comprensión de todos.

Los días pasaron, y las noticias volcaron a todos en la ciudad. «La masacre de Smash on Monkeys» fue el nombre que le dieron a esto en los noticieros, pues había rumores de que terroristas fanáticos del país de Thenejad habían sido quienes perpetuaron el siniestro masivo en el concierto.

No era ninguna novedad que los actuales lideres del enorme país estaban en contra de la banda y que les habían ya prohibido la entrada al país. También, en varias entrevistas, los mismos miembros del conjunto musical aseguraron que se les había amenazado de muerte si seguían con los conciertos, cosa que sin dudas debió alentar a los terroristas a cometer actos tan ruines como plantar bombas en el concierto, quemar todo lo que estaba alrededor y asesinar a sangre fría en el camerino a los miembros de la banda, mientras dejaban atrás un mensaje con sangre en las paredes que rezaba: «Thenejad no olvida».

Por otro lado, tres de los cinco miembros de la banda juvenil Sin control fueron encontrados en el lugar. Uno de ellos, mismo que fue el que alertó a las autoridades de la tragedia y que por fortuna salió ileso, afirmó que el concierto se volvió una masacre y que uno de los miembros de la banda, parecía haber muerto, mientras que la vocalista parecía haber logrado escapar del lugar entre todo el caos. Los otros dos muchachos están en cama, sin poder aun despertar.

Richard Altacosta fue también una de las victimas del genocidio, además de todo el staff de la Gran Arena, misma que quedó no sólo devastada, sino clausurada por completo.

En estos momentos, la gente de Hereum llora a los caídos, cuyos familiares han expresado un odio tremendo a Thenejad y sus lideres, mismos que hasta la fecha no han respondido al paso del luto de quienes fueron asesinados días anteriores.

Por su parte, poco después del término del combate, la mujer del burka llegó a una casa un poco descuidada, en donde se le dio entrada sin mucho problema por la gente que estaba resguardando la entrada al lugar.

La casa que estaba a media luz fue recorrida por la mujer, misma que era recibida con palabras de aliento al sitio, tocada de los hombros y espalda por aquellos a los que iba pasando de largo, hasta que llegó a la puerta del sótano, a donde se le dio rápido acceso.

La mujer bajó las escaleras, alumbradas con velas, hasta conseguir adentrarse a lo que parecía ser unas extrañas catacumbas, mismas que poseían un gran altar rodeado de personas hincadas y postradas con sus frentes sobre la tierra hacia él, mientras que una mujer de largas túnicas se hallaba sobre sus rodillas, espalda recta y brazos reunidos frente e su pecho. Aquella rezaba y en ningún momento volteó a ver hacia quien llegaba.




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