Luego de esa extraña experiencia a las afueras del hospital, Dolores consiguió entrar al edificio, exhausta por la confusión causada en ella gracias a Noeh, con quien forcejeó para liberarse y salir del lugar sin voltear atrás escuchando las carcajadas de su ex novia.
Al entrar al sitio, los guardias le pidieron esperar en recepción, pues nadie aparentemente estaba ahí abajo para recibirla, hasta que, unos momentos más tarde, uno de los enfermeros le pide pasar directo sin que bajen por ella, pues la reconoce gracias a la descripción que le dieron de la chica.
Dolores, un tanto extrañada, atendió lo dicho y tomó el elevador hasta el sexto piso, en donde su hermano se encontraba. Al arribar, notó que el lugar estaba un tanto desértico. Imaginaba que iba estar de familiares a reventar por la gran cantidad de heridos que todavía necesitaban ayuda gracias a lo ocurrido en la batalla de Radimir y Zondra. No obstante, de entrada, la zona parecía vacía, así que la joven procuró seguir caminando hasta llegar a las habitaciones donde los pacientes se encontraban.
Donde su hermano residía, solamente había una persona más de entre las 5 camas extras. Al lado de esta persona, un hombre mayor, descansaba una mujer de edad avanzada, misma que leía una biblia de manera amena y concentrada.
La adolescente no le prestó mucha atención, pues le llamaba más ver al hombre que estaba sobre la cama, dormido, mismo que no tenía ambas piernas. Aquello dejó a la chica un tanto asustada, y alcanzó a leer que tenía una enfermedad degenerativa que podría causar dicho problema si se le descuidaba. Algo genético semi común entre la población.
Finalmente, con pasos lentos y bien definidos, la joven llegó hasta donde se encontraba su tía Delia, misma que estaba al lado de una cama cubierta por cortinas que no dejaban ver el interior de éstas. La mujer guardiana estaba en la silla sentada y leyendo, cuando de pronto levantó la mirada y observó a su sobrina con un rostro que detonaba gran enojo, además de asco.
Sin vergüenza, Dolores levantó la mirada, demostraba que no tenía miedo, y con ello acercó la canasta a la mujer para hacer la entrega de manera casi inmediata, pues deseaba irse y no causar problemas gracias a la boca suelta que tiene su tía.
—Llegas tarde. Creí que moriría de hambre —anunció la mujer al tomar la canasta con ambas manos cuando se puso de pie. Al dejar el paquete, Dolores simplemente agachó su cabeza, dijo «con permiso» y pensó en retirarse. Desgraciadamente, no fue así de fácil.
— ¿Qué hace ella aquí? —Preguntó desde el otro lado de la cortina Lauro, el cual estaba despierto.
—Mi amor, descansa. No te esfuerces ni siquiera en hablar —comentó la tía retirando de su lado la cortina para meter sus manos y acariciar al muchacho en favor de tranquilizarlo.
— ¡Qué se vaya esa puta! ¡Que se largue! ¡Mira lo que me hizo! ¡Mírame, maldita mierda! —Gritaba una y otra vez Lauro, a la par que Dolores pasó a retirarse sin esperar más.
Al dar la vuelta en el pasillo y encarar la zona de espera que antes vio vacía, la chica se encontró con su tío Luis, hermano de su padre, sacerdote de la iglesia Creacionista y marido de su tía.
El hombre, mismo que estaba viendo hacia afuera por la ventana, volteó al notar que los pasos que estaban aparentemente saliendo se detuvieron por un instante, y fue así que él notó a su sobrina en el acto, misma que estaba tratando de abandonar el sitio.
Un momento de incomodidad pasó, y justo cuando Dolores volteó la cara y dio un paso más al frente, Luis le habló para detenerla.
— ¿Qué hiciste? —Preguntó el hombre a la chica, la cual cedió su ida de momento.
— ¿Cómo?
— ¿Qué hiciste, Dolores? ¿Qué clase de pecado nauseabundo cometiste para que nos haya caído esta horrible maldición a nuestra familia? —Preguntó el hombre, cosa que enfadó a Dolores.
Una rabia impresionante comenzó a recorrer el cuerpo de la chica, apretó los puños y los labios, al pensar mil y unas cosas qué responder ante dichas preguntas estúpidas; aun así, la chica respiró hondo, relajó su cuerpo, cerró sus ojos y pensó en algo mejor qué decir.
—Yo no provoqué ninguna maldición —aseguró Dolores sin mirar al hombre que le hablaba—. Nadie nunca hace suficientes acciones como para ganarse el cielo o el infierno. Morir es la salvación y el infierno es está vida de mierda que vivimos —explicó la chica con un semblante duro y la mirada baja, a la par que recordaba la masacre en la Gran arena.
— ¡Por el creador! ¡Sólo blasfemias profesas de tu boca! Estás peor de lo que imaginé. Ahora entiendo porque mi hermano las abandonó.
—Laureano nos dejó porque es un cobarde abusivo —Aseguró la chica con un tono más molesto.
— ¿Cómo te atreves a referirte a él como…?
—Es igual que usted: un cobarde y abusivo de personas que no pueden levantar la voz ni defenderse —interrumpió Dolores con firmeza, para luego finalmente girar su cabeza y ver a su tío a los ojos con los suyos cristalinos—. ¿Acaso no fue suficiente lo que usted ya hizo como para condenarnos? —Esas palabras dejaron atónito al hombre, mismo que tomó su biblia en mano y la colocó frente a él de momento.
— ¡Estás equivocada! ¡Hechizada por una bruja! ¡Todo lo que he hecho está aquí plasmado! ¡Toda mi vida ha sido guiada al pie de la letra por este manual que nuestro Dios nos dio! ¡Siempre seguí sus enseñanzas y me han llevado por un buen camino!
—Entonces ese libro es una mierda y usted un maldito ignorante que se beneficia de algo tan burdo como palabras escritas miles de años atrás —Reclamó Dolores, se dio la vuelta y caminó hacia la escalera, pues no quería esperar el elevador y darle oportunidad a su tío de responder.
—Soy humano y sigo la guía de entidades divinas que me crearon, que hicieron este mundo con su gracia. ¡Sólo soy un ciervo! —Gritó el hombre, y cuando Dolores empezó a bajar, terminó con una pequeña frase—. Ojalá halles su luz antes de que sea tarde —Estas últimas palabras consiguieron hacer que Dolores volteara nuevamente hacia atrás, aterrada y con miedo de algo increíblemente horroroso.