El Cetro de Barro

Decimoctava Práctica: Simón

La tarde comenzaba a matizarse de colores atrayentes hacia el atardecer. La paleta celeste se notaba cada vez más diluida al horizonte, lo que creaba una escena melancólica que sumergía a los presentes en una nostalgia inigualable.

Tal era el caso del mago Radimir, mismo que estaba parado en su ventana con una copa en mano, llena de un vino blanco que meneaba suavemente en el contenedor de cristal sin despegar su mirada del cielo.

De un momento a otro, mientras el hombre tenía la vista ocupada, un extraño viento ignominioso recorrió el sitio. Aquello dejó extrañado al hombre, pero no le hizo tomar acción del todo. Por otro lado, Sarutobi, quien descansaba acostado en una alfombra que hallaba al lado del mago, acertó en sentir dicha brisa y levantarse de golpe, con las orejas en alto y la mirada seria.

Radimir notó aquello y volteó a ver hacia su amigo con un gesto de extrañez, mismo que cambió al notar que Sarutobi lo miró con una tristeza inigualable, para luego pasar a levantarse a toda prisa.

— ¿Amigo? ¿Qué pasa? —Preguntó el hombre sin recibir respuesta, mientras que el can salió disparado de la casa del mago, corriendo.

Asustado, el mago trató de seguirlo a pie, mas sólo alcanzó a ver cómo el can seguía su camino hacia el horizonte, temeroso. Esta escena le creó un espantoso hueco en el corazón a Radimir, mismo que tomó el vino restante de la copa y regresó a su hogar, aparentemente preocupado.

Al estar dentro, puso su mirada nuevamente en la ventana, y pronto un golpeteo familiar comenzó a azotar la puerta del sótano, en donde guardaba todos los objetos mágicos.

Molesto, el dueño del hogar se empezó a dar la media vuelta para quedar de frente hacia aquella puerta, misma que miró con un horrido coraje apretando su puño libre. Un par de pasos se hicieron presentes en la cercanía, provenientes de la habitación donde se confeccionan los trajes que usa el hombre y ahora su alumna, Dolores.

—Algunos nunca aprenden —dijo el hombre al sentir la presencia de Ángeles—. ¿Cuántas malditas veces debe ocurrir? ¿Qué clase de imbécil tiene esperanzas y no puede vivir con el sucio e infinito destino que se le ha preparado? ¿Por qué demonios continúas insistiendo, maldito hijo de puta? —Preguntó gritando al final el mago, para luego escucharse silencio y un murmullo. Un balbuceo se pudo distinguir a la distancia, del otro lado de la puerta, seguido a un lloriqueo.

—Lo siento… —habló una voz rota, cosa que enfadó más al mago, el cual caminó enfurecido hacia la puerta y la abrió con una mirada que denotaba asco y odio.

—Jamás —declaró el hombre y usó su magia ahogando un terrible grito de dolor y desesperación, cuyo provenir fue torcido y alterado hasta volverse un silencio sepulcral que cualquier encontraría no terrorífico, sino pesadillezco, digno de un infierno que sólo se concibe en los miedos más profundos del ser.

Por su parte, Dolores y Erick seguían en casa de Gonzo, mismos que estaban anonadados al haber descubierto algo que ninguno de los tres esperaría. La chica, extrañada y confundida, guardó una nota en la caja que el anfitrión le entregó, para luego ponerla dentro de su mochila. Esta acción dejó pensando a Erick, el cual iba a sugerir algo, aunque fue interrumpido por Gonzo.

—Esto es sin dudas un augurio muy fuerte de lo que se viene. Yo… tengo mucho miedo, pero sé que no podemos escapar de ninguna manera de estos conflictos. Al final, si todo esto es verdad, la batalla final será un desastre de proporciones bíblicas. Mi esperanza es que Radimir pueda detenerlo, sé que puede —explicó el chico, palabras que llenaron de angustia a la joven.

—Tiene razón, Dolores. Por algo Zondra, Jessenya y Rada estaban aliadas, porque sabían que, si jugaban a enfrentarse entre ellas, había menos probabilidades de vencer a Radimir, quien parece ser el favorito a ganar a pesar de todo lo que hemos visto.

—No, no creo que sea el favorito aún así —explicó Gonzo mortificando a los jóvenes —. Según entendí de Zondra, la favorita a ganar es la bruja. No sé cómo está el asunto, sin embargo, lo que sí sé, es que Jessenya aseguró que, si alguien podría detenerla, era posiblemente Radimir —lo dicho confundió a los adolescentes, ya no sabían exactamente qué creer de todo esto, más porque Gonzo parecía temeroso de decir esas cosas.

—Entonces, ¿por qué todas están enfrentándose así a él si es obvio que tiene más nivel que ellas?

—Tal vez estaban buscando debilidades —respondió Dolores a Erick—. Están buscando una condición de victoria contra el maestro —la conclusión dejó fríos a los muchachos, por lo que rápido, sin pensarlo más, Dolores tomó sus cosas y se puso de pie—. Tenemos que ir a hablar con el maestro —explicó la joven al momento, no sin antes despedirse de Gonzo y darle un abrazo, mismo que reiteró lo mucho que lo quiere y desea ver con bien.

—Estaré aquí por si necesitan algo más. Tal vez no pueda ayudarles mucho ahora, sería un estorbo, pero tan pronto me recupere estaré al pendiente —las palabras del chico pusieron alegre a la chica, misma que pidió a Erick levantarse para ir a buscar a Radimir de inmediato.

Ambos jóvenes salieron del hogar casi corriendo, algo que sí hicieron al estar afuera y ver la oscuridad que estaba aproximándose, pues estaban al tanto que la noche no era para nada segura ahora que la secta de Jessenya estaba al asecho.

Ya una vez subidos en el transporte que los llevaría hasta el hogar del mago, la chica abrazó su mochila, pensativa y algo temerosa, mientras que Erick la abrazaba por encima de sus hombros para acercarla a él. La protegía, trataba de hacerle sentir que todo iría bien, mas no tenía un poder de convencimiento tan grandes, pues él tampoco se lo creía.

— ¿Vamos a morir? —Preguntó Dolores al joven, el cual volteó hacia el rostro de la chica para notar que estaba llorando.

—No, no vamos a morir, Dol. Vamos a encontrar la solución a esto, te lo puedo asegurar. Estoy confiado en que saldremos de ésta. Sobrevivimos al concierto contra todo pronóstico, Radimir triunfó.




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