«Parece una broma, una mala pasada del destino mismo. ¿Por qué el día es tan gris? ¿Es porque estamos tristes? ¿Es porque nos duele tanto el alma? ¿Es porque no podemos ver más que tristeza en nuestros corazones el día de hoy? ¿A donde vamos que no es contigo? ¿Cómo es posible que te hayas ido así nada más, si antes te había visto tan bien, te escuché y sentí tan bella como siempre? ¿Por qué justo cuando me sentía más agradecida de estar contigo tienes que dejarnos atrás?
No entiendo nada. Todo parece tan irreal. Te sostuve en mis manos y esperé una reacción, un suspiro de tu parte, un suave latir, pero no sucedió nada. Los gritos, el llanto y mi corazón destrozado me dejó fría ante la situación. No pudieron salir lágrimas de mis ojos, pero por dentro estaba inundándome, hasta que Sarutobi se acercó a mí y pude dejar ir todo el dolor que estaba dentro de mí. Escuché su largo y doloroso aullido, sabía que estaba sufriendo tanto como yo, entendí que nuestro amor por ti era el mismo.
No puedo creerlo, no puede estar pasando. Aun te necesitábamos tanto, todavía requeríamos de tus dulces caricias, de tu hermoso ángel que nos brindas con tu sonrisa, de tu rico aroma y grata presencia. Todo ello, simplemente, con la rapidez que se detiene un latido, nos dejó.
Hoy, la persona que más he amado toda mi vida, se fue. Abuelita, perdóname por no estar contigo en ese ultimo momento. Perdóname por haberte dejado sola. Espero que, si algún día nos volvemos a ver, puedas darme un último abrazo para decirte lo mucho que te amo y lo agradecida que estoy de haber compartido tanto tiempo juntas.
Descansa».
Dolores, junto a Sarutobi y toda su familia, se encontraban en el funeral de su abuela, quien estaba ya siendo bajada en el ataúd para ser enterrada. Había muchísima gente, más de la que se podría esperar. Casi toda la ciudad parecía estar ahí, era impresionante.
—Mi abuelita siempre fue muy querida. Cuando quedó ciega dejó de salir, pero antes de eso salía a todas partes a dar bendiciones y ayudar a quienes más lo necesitaban. Era una verdadera matriarca en nuestra religión y nunca dejó a nadie desamparado mientras pudiese hacerlo. Fue un verdadero santo para todos y se puede notar hoy —comentó la chica para Sarutobi, mismo que estaba impresionado de ver la gran cantidad de gente que asistió, que incluso, viajó para acompañar a la señora en su despedida.
—Ella era muy buena. Era de verdad una gran persona. El poco tiempo que estuve con ella me trató tan bien, fue tan cálida y grácil… No puedo negar que le agarré un gran cariño —confesó el perro mientras comenzaban a arrojarle tierra sobre la tumba, a la par que Daniela caía al suelo en llanto, sostenida por Delia, su hermana, misma que también estaba rota en lágrimas.
— ¡Mamá! ¿Por qué me dejaste, mamita? ¡Yo te necesito, mamá! ¡De verdad que te necesito mucho! —Gritaba inconsolable la mujer, misma que fue abrazada por su hermana para tranquilizarla, al igual que la gente se solidarizaba con ella y empezaban a emitir un cantico religioso que distinguía mucho a la señora.
Al escucharlo, Dolores no pudo evitar llorar con más intensidad. Podía escuchar la dulce voz de su abuelita entre los coros, sentía como si ella estuviera cantando junto con todos en el momento, y aquello le llenó el corazón de nostalgia y felicidad.
—Lo sentí. Pude sentir que ella iba a morir. Corrí tan pronto pude desde la casa de Radimir para encontrarme con ella. Cuando llegué, estaba a punto de suceder, por lo que alerté a tu madre, y sí me hizo caso, pero fue inútil. Sólo pudimos ver cómo fallecía… Lo siento —al decir eso, una lágrima cayó del ojo del can, cosa que notó Daniela, la cual soltó a su hermana e hincada se acercó a Sarutobi para abrazarlo.
—Tú estabas conmigo, tú la viste y sentiste el mismo dolor. Yo lo sé. Sé que te duele tanto como a nosotras. ¡Muchas gracias por cuidar de ella! ¡Perdóname, por favor, perrito! —Sin pensarlo, Sarutobi se lanzó sobre la mujer y ésta lo abrazó fuerte. Los aullidos de tristeza del sabueso se escucharon entre los canticos de la multitud, cuya melodía volvía el día gris uno perfecto para decir adiós a una persona tan querida como lo fue ella.
Por su parte, Radimir se encontraba en la lejanía observando todo. Deseaba acercarse, pero entendía que no era el mejor momento para hacerlo. Él estuvo cerca cuando la señora recién había fallecido, y aunque no pudo hacer nada en realidad, deseaba acompañar a su amigo, mismo que estaba sufriendo y gritando de dolor cuando la abuelita de Dolores estaba dejando este mundo.
El mago tenía el corazón roto. Apretaba el saco por enfrente de tu pecho por el dolor increíble que sentía al ver y escuchar la escena, misma que le hizo ver al cielo, por donde un pequeño rayo de luz entró al despejarse las nubes, mismo que apunto directo a la tumba de la señora.
Todos, enternecidos, cantaron más alegres, cosa que alentó a la familia de Dolores, incluida ella, a cantar para la señora. Fue como si el mismísimo Creador hubiera bajado a por ella en ese mismo instante, y todos con su canción agradecieron por ello.
El tiempo pasó y lentamente todos se fueron, a excepción de Sarutobi y Dolores, quienes se quedaron al lado de la tumba hasta que anocheció sin decir nada, ni hacer nada. Fue entonces que el mago se acercó a ambos para ver cómo se hallaban, a lo que el perro de inmediato, al verlo, se levantó y corrió hacia él. Radimir no se lo pensó dos veces en ponerse en cuclillas para abrazar fuertemente a Sarutobi, mismo que chillaba de la tristeza que aún sentía.
—Ya, amigo. Tranquilízate. Todo está bien ya —decía el mago acariciando al can, mismo que parecía inconsolable—. Dolores, hija. Ven, por favor —pedía el mago sin tener una respuesta. La chica seguía parada viendo la tumba de la señora, sin poder responder si quiera a lo dicho.
Fue entonces que Sarutobi se separó del mago y caminó hacia su amiga para morder su vestido negro y jalarlo un par de veces, cosa que no hizo cambio. Radimir, preocupado, se acercó a su alumna y vio que estaba hecho un mar de lágrimas, pero con un rostro inexpresivo.